Cecilia lidera un equipo de trabajo desde hace más de diez años. Este es el testimonio de la búsqueda para darle a su empresa una identidad fundada en el desarrollo y la realización personal de quienes trabajan en ella.

¿Cómo crece una empresa cuya vocación es cambiar el mundo a través de las organizaciones humanas? ¿Cuál es el modo propio, y no la receta de otro, para que la empresa evolucione, se despliegue hacia más personas y organizaciones, y se desarrolle en el tiempo histórico en el que vivimos? ¿Cómo lograr que su identidad y valores sean cada vez más tangibles? Estas son las preguntas que me aparecen desde hace tiempo. Y, hacia el interior de la empresa, también me pregunto: ¿de qué modo crear y sostener en el tiempo un ámbito de trabajo que aprecie la diversidad, lo singular de cada persona, y le permita conectar con sus ideales y motivaciones?

Trabajo en la conducción de una Consultora que persigue esos objetivos. A medida que comencé a profundizar en esta búsqueda –diálogos con colegas, amigos y familiares–, que me fui formando, investigando y comparando experiencias, me di cuenta de que se había instalado en mí un enfoque tradicional, bien aprehendido de los años que trabajé en corporaciones (empresas nacionales y multinacionales): crecer supone definir la estrategia y luego establecer la estructura que acompañe, caracterizada por la definición de puestos y la adhesión a normas preestablecidas, donde no hay espacio para cuestionarles a los demás ni a uno mismo para qué uno está ahí.

Hace tiempo que este modo de organizar el trabajo dejó de satisfacerme; me resultaba poco vital, cerrado a la autonomía de pensamiento y estructurado como para contener y expandir las motivaciones de personas que buscan conectarse con su propósito y desde allí desplegarse profesionalmente, ayudar a otros a hacerlo y, por lo tanto, a la misma empresa.

Dicen que quien busca encuentra y se encuentra a sí mismo… Una amiga me regaló un libro en el cual se desarrolla la propuesta de las “Organizaciones Motivadas por Ideales” (OMI).1 De allí extraje estas ideas que se conectaron más personalmente con mi búsqueda: Las OMI son lugares donde las motivaciones de las personas son el factor decisivo y la vida organizativa entera. Todo, incluso las ganancias, depende de cómo cambian, evolucionan y se deterioran las motivaciones de las personas, en particular de aquellas que incorporan, en sus valores individuales, los de la organización.

Las comunidades y las organizaciones que se han mantenido creativas y fecundas a lo largo del tiempo son las que han sabido convivir con la vulnerabilidad, ocupándose de ella sin eliminarla completamente de su territorio.

Hoy sabemos que los equipos de trabajo más creativos son aquellos en los que se da crédito a las personas, un crédito auténtico que, por ello, conlleva riesgos. Pero son precisamente esos elementos los que hacen vulnerable a quien concede la libertad y la confianza. La vida se engendra donde hay relaciones abiertas a la posibilidad de la herida relacional.

A diferencia de las corporaciones, las OMI tienen una antropología centrada en la persona, mientras que el motor de las primeras es la productividad y los resultados. Estas corporaciones no tienen en cuenta las motivaciones, algunas ambivalentes y entrelazadas, que conviven en nosotros. La cultura y los instrumentos de gestión pueden favorecer la aparición de los deseos personales más profundos e ideales o bien aumentar el cinismo organizacional, donde cada uno se conforma, deja de “pedirle demasiado” a la empresa y pronto acaba por no pedirle nada. Esto lleva a que la persona se encuentre en una posición en la que no se compromete con su lugar de trabajo, pero tampoco se conecta con su para qué, con su motivación más profunda, entonces hace de su espacio laboral un lugar más transaccional que transformacional.

La pregunta que se plantea en la actualidad es si las organizaciones empresariales somos capaces de darle espacio a la persona entera. Estamos en un tiempo de transición del enfoque tradicional, estructurado a partir de una autoridad que controla y regula la actividad de sus empleados, a otro más biodiversificado: organizaciones habitadas por trabajadores menos controlables y dirigibles, pero más creativos, más felices y más “humanos”. Esto es algo de lo que plantea L. Bruni.

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Nuestra Consultora está conformada por once profesionales, algunos en relación de dependencia y otros, asociados a proyectos. Cinco participamos del Movimiento de la Palabra de Dios. Con una de ellas, que se desempeña como Gerente de Proyectos (entre otras funciones), nos reunimos a orar. Ponemos en las manos del Señor los proyectos que están trabados, el potencial civilizador que tienen y su complejidad, además de la preocupación que tenemos por los asuntos económicos. También pedimos la conducción del Espíritu Santo en nuestras decisiones que impactan en otras personas.

El rasgo de espiritualidad que es propio del carisma del Movimiento no es en mí un aspecto más, sino que es propio de mi ser y va conmigo a donde quiera que voy: donde estoy, lo llevo y lo pongo al servicio de otros. De esta forma, cada vez está más vivo, integrando “mi ser” con “mi hacer”.

Por eso, al descubrir el significado de las OMI, le pude poner nombre al anhelo que tenía en el corazón de integrar mi vida espiritual con la laboral. Quería formar una empresa del Mundo Nuevo, y mi intención es que en esta prevalezca el diálogo, que el respeto mutuo esté por encima de los fines empresariales y que se fomenten relaciones laborales en las que estén en primer lugar la generosidad, el respeto por la diferencia, el compartir y el ser comunidad. Esto es algo que conversamos en el interior de la Consultora y que también trabajamos como enfoque con nuestros clientes, los que no se muestran sorprendidos porque saben que las nuevas formas de organización del trabajo se mueven hacia esta dirección más humana, y que esto nos hace más efectivos y sustentables. Este modelo ha movilizado en mí una conciencia más profunda como líder. Ahora comprendo la importancia de abrir espacios donde cada persona pueda conectarse con los valores que le dan sentido a la empresa, hacer más explícito y visible el motivo por el que está ahí y, en esa conexión, pueda encontrarse con sus propios ideales, con los motivos que la realizan de modo integral para que, a partir de esta apertura, pueda concebir una forma más libre y madura de las relaciones del trabajo. Es posible que algunas decidan partir: que encuentren otro camino, emprendan otra actividad o se desarrollen en otro lugar, y eso será lo mejor para que haya más vida, libertad y creatividad, tanto para ella como para la empresa. Más allá del dolor que puede representar para nosotros su pérdida, alguien nuevo vendrá a realizar sus propios aportes; como asegura Bruni: la OMI “seguirá viviendo y fructificando, se convertirá en frutal, luego en bosque, más tarde en selva”.

El enfoque de las OMI es un auténtico desafío que me ha permitido ponerles nombres a algunas intuiciones que tenía en el corazón. Poco a poco me va ofreciendo una perspectiva nueva, en la que descubro que ser empleadora no me convierte en dueña de las personas ni de las relaciones. Tampoco soy proveedora de incentivos para “comprar” la permanencia y la lealtad de los otros. En cambio, siento que me desempeño como una líder que facilita y da posibilidades para que la vida de las personas con quienes trabajo se exprese con toda su diversidad, para que cada uno crezca y sus ideales se realicen. ¡Para que los talentos den fruto y se multipliquen y para que la obra de Dios se extienda!

Cecilia Rodríguez Centro Pastoral Janer Buenos Aires

N. de la R.: Cecilia ingresó a los grupos de oración en 1980, a los 16 años. Está casada con Enrique Vita; tienen tiene dos hijas y todos participan del Movimiento. Ella es referente de la Diaconía Laboral, un servicio de la Obra cuya misión es desplegar el rasgo civilizador del carisma a través del desarrollo de espacios formativos y el acompañamiento a los hermanos en su búsqueda vocacional, laboral y emprendedora.  

1. Bruni, L., La destrucción creadora, Ed. Ciudad Nueva, Buenos Aires, 2017.