La fe de mi padre nos enseñó a creer y se mantuvo firme en medio de mis conocimientos científicos; la piedad y la gran amabilidad de mi madre siguen siendo un legado.
Mi hermana me ha asistido siempre con afectuoso cuidado; mi hermano, con su lucidez, resolución y la serenidad de su corazón, me ha allanado siempre el camino.
Doy gracias al pueblo de mi patria porque en él he experimentado una y otra vez la belleza de la fe.
A todos aquellos a los que he hecho daño de alguna manera, les pido perdón de todo corazón.
A todos los que en la Iglesia han sido confiados a mi servicio les digo: ¡manténganse firmes en la fe! No se dejen confundir.
Jesucristo es verdaderamente el Camino, la Verdad y la Vida, y la Iglesia, con todas sus insuficiencias, es verdaderamente su Cuerpo.
Recen por mí, para que el Señor, a pesar de todos mis pecados e insuficiencias, me reciba en las moradas eternas. A todos los que me son confiados, día a día, va mi oración de corazón.