Editorial de la Palabra de Dios

El misterio de la vida

Una mirada de trascendencia sobre la causa del dolor más profundo.

A mediados de septiembre de 2012, mi esposa Vanesa consiguió trabajo como auxiliar de enfermería en uno de los mejores sanatorios de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, mientras estudiaba la Licenciatura en Enfermería.

Al mes y medio de haber ingresado a su trabajo comenzó a sentir malestares en su salud que inicialmente fueron atribuidos al estrés de dividir su tiempo entre el estudio, la familia y el trabajo. No obstante, ella estaba muy feliz ya que luego de haber iniciado varias carreras universitarias y terciarias, finalmente había llegado a descubrir su vocación en la enfermería. Casada y con nuestro hijo de dos años, encaró con mucha fe y espíritu una etapa nueva, sintiendo que por el tipo de profesión ella iba a estar al servicio de otros. Consciente de su sacrificio, puse lo mejor de mí para acompañarla animándola mucho, ya que entre su estudio y su trabajo tuve que estar más atento y dedicado al cuidado de nuestro hijo, Santino, y también de las cosas de la casa. Vanesa estudiaba por la mañana y a la tarde se iba a su trabajo hasta el barrio de Palermo en Capital Federal. Nosotros vivimos en la localidad de Avellaneda (Provincia de Buenos Aires); debido a esto, de su trabajo llegaba a casa alrededor de las once de la noche. Como siempre, la esperaba con la cena lista; solo había tiempo para saludar a Santi, jugar unos pocos minutos, cenar, bañarse e irnos a dormir… Durante esos meses, Vanesa me expresaba: “Estoy cansada, pero me siento feliz y contenta”. A principios del mes de diciembre de 2012, ella le contó a su supervisora que tenía problemas de salud y que, debido a esto, en algunas ocasiones sus descansos eran un poco más prolongados. En ese momento, como ella se quebrantó, su supervisora y sus compañeros la contuvieron y le agradecieron su sinceridad; su temor era que, como estaba en el período de prueba, no la dejaran efectiva… Hacia fines de ese mes, sus malestares se fueron intensificando y al realizarle numerosos estudios, chequeos y análisis de laboratorios, ningún profesional supo decirnos qué padecía mi esposa. El 29 de diciembre le dieron la noticia a Vanesa de que la dejaban efectiva porque valoraban su trabajo profesional, su potencial y también su sinceridad y valentía para contar todo lo relativo a su salud. Ni bien ocurrió esto me llamó muy emocionada y contenta… pero, a la vez, me pidió que la fuera a buscar con el auto hasta su trabajo. Junto a Santi la fuimos a buscar y durante el viaje de regreso siguió contándome detalles de lo que le habían dicho y su expresión de alegría también lo era de agradecimiento a Dios. Al día siguiente, por la tarde, comenzó a sentir malestar para respirar y un poco de taquicardia, por eso la llevé al sanatorio. La médica que la vio nos dijo que prefería que se quedara internada en observación en una habitación común para ver cómo evolucionaba. En esos momentos previos a la internación, le dije que se quedara tranquila y que confiáramos en Dios. Mi pensamiento desde lo humano por esos minutos era: “Dios no se contradice, no va ser providente por un lado para que por otro no pueda desarrollar lo que Él mismo le regaló a mi esposa para que se realice en su vocación y profesión…” pero grandes son los misterios de Dios. Era el último día del año. Vanesa, ya instalada en su habitación, tuvo un paro cardiorespiratorio y falleció con un Rosario de Nuestra Señora de Guadalupe entre sus manos. En esos instantes interminables que estuve en la sala de espera de terapia intensiva me puse a orar e interceder y sentí cómo el Señor me habló en el pasaje de Mateo 13, 44-50, en tres parábolas que hablan del Reino de los Cielos, y creo que de algún modo me anticipaba lo que los médicos estaban por decirme. Realmente no podía creer lo que había sucedido. Sobre todo pensaba en Santino, que tenía cuatro años, y en el vínculo que los unía. De ahí en adelante, todo fue dolor y tristeza en la familia, en la comunidad, entre sus compañeros de trabajo y de estudio. Muy de a poco, el Señor fue acomodando las cosas y, días más tarde, me acerqué al trabajo de Vane a cerrar unos temas administrativos. Sus compañeros de trabajo pidieron verme y cada uno me dio testimonio de lo que ella había sido para ellos… en algunos, de ayuda en lo estrictamente laboral, otros me hablaron de escucha y consejo, y de responsabilidad y dedicación. Terminada la charla su supervisora me dijo que en muy poco tiempo ella se había ganado el cariño y la estima de sus compañeros y jefes dando cuenta de qué tipo de persona era. Aseguró que “ella tenía algo que la hacía especial”, era  diferente de otros, por eso, a pesar de que no estaba bien de salud la supervisora había pedido que quedara efectiva. También destacó su profesionalismo. Cuando ya nos despedíamos, entre lágrimas uno de sus compañeros me dio un sobre con una ofrenda en dinero que se había realizado en todo el sanatorio, lo cual hizo que su testimonio y entrega se conociera en toda la institución. Esto me deja en claro que en la vida laboral en mucho o en poco tiempo uno puede siempre testimoniar a Dios desde lo sencillo y con gestos concretos: es la civilización de amor y el mundo nuevo que vamos caminando en los grupos de oración y en la Obra desde la inspiración del Padre Ricardo. La Universidad Nacional de Avellaneda, en el marco de la Celebración del Primer Día del Estudiante Solidario, por iniciativa de los compañeros y profesores de la Facultad, nos entregó a Santino y a mí un diploma en reconocimiento al alto nivel académico,  compañerismo y solidaridad de Vanesa. Y son justamente los valores de la generosidad, la servicialidad y la alegría en el darse a los otros con un amor sincero lo que ella transmitía con su forma de ser y por donde Dios hacía su Obra para los demás, no solo en casa y el ámbito familiar, sino también “hacia fuera”, como dice el Papa Francisco… en su trabajo y en la facultad. Por eso, su persona y sus gestos trascendieron. Hoy puedo decir junto a Santino desde el misterio del dolor que Jesús nos invita a revelarnos contra el sufrimiento y a luchar frente a Dios para que el Cáliz pase de largo junto a nosotros. Pero a menudo no nos queda otra cosa que rendirnos con Jesús a la voluntad incomprensible de Dios y confiar en que incluso en el sufrimiento Dios nos sostiene en su mano y no nos permite caer, como dice un autor.1 Doy gracias a Dios porque en la Obra conocí a Vanesa, por los años vividos y compartidos con ella. Doy gracias a Dios y lo alabo porque sé que el nombre de Vanesa, como colaboradora de Dios, está escrito en el Libro de la Vida.

Alejandro MangioneCentro Pastoral Avellaneda CentroProv. de Buenos Aires

Revista Cristo Vive ¡Aleluia! Nº 195 (NOV-DIC 2014)
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