Hacer de la vida una misión
La segunda semana de enero, hermanos y hermanas del Litoral Argentino (Paraná, Concordia, Rafaela y Rosario) conformamos una comunidad para misionar en San Cristóbal, provincia de Santa Fe.
Con gran incertidumbre, y luego de un proceso de discernimiento, me animé a ir. Esto me hizo pensar en qué pasaría si siempre me animara a más, si buscara responder mis inquietudes desde la oración y el discernimiento con otros, y confiara en que si Dios me propone algo, él sabe el motivo. Siempre será cuestión de lanzarme para descubrir algo hermoso, aunque desconocido. Tal como lo experimenté la semana de la misión de verano.Antes de llegar a San Cristóbal dejé todo en las manos de Jesús. Desconocía qué sucedería, y el hecho de ir como una del equipo pastoral de servicio, me ubicó en un lugar de mayor responsabilidad.Mi principal inseguridad era la emergencia sanitaria que vivimos. Sin embargo, pudimos reconocer el cuidado de Dios con nuestra salud. A medida que salíamos cada mañana recibíamos las noticias sobre la cantidad de contagios.Recuerdo que un día golpeé una puerta y desde adentro nos gritaron “disculpen, no podemos abrirles, estamos aislados”. Gracias a Dios, ninguno de los once que formamos la “burbuja comunitaria misionera” presentó síntoma alguno: volvimos todos sanos y dando gloria a Dios por esto.Por otra parte, viajamos en la semana que hubo una ola de calor con temperaturas diarias de 40ºC, por lo que siempre nos acompañó el protector solar, la gorrita y la botellita de agua. Dios, como Padre amoroso, nos cuidó y protegió… ¡Hacía mucho calor!Fue maravilloso experimentar la gracia derramada en la fraternidad entre nosotros. Si bien con algunos nos conocíamos previamente, tuvimos la oportunidad de conocernos más. La confianza que tuvimos fue desde el inicio y muy caracterizada por gestos de amor y de atención de unos con el otros.Hubo cantidad de detalles de amor que aparecieron en la misión….. Leer completo comprando Cristo Vive ¡Aleluia! Nº 231 – ABR 2022