Editorial de la Palabra de Dios

Nuestra casa, un hospedaje

Nicolás, junto a su familia, por motivos laborales se trasladó al Sudeste Asiático. Luego de un año y medio de su estadía en el lugar, cuenta cómo busca vivir la fe en el servicio a los otros en medio de la cultura musulmana.

La soledad y la ausencia de una comunidad fue muy evidente desde que nos mudamos, así fue que lo primero que buscamos fue mantener la unidad familiar, acomodar los tiempos y ayudar a nuestras hijas a insertarse en el colegio. Como Indonesia es la nación con más población musulmana en el planeta, es difícil tratar de mantener viva la vida sacramental y encontrar con quiénes compartir la fe. La única misa en español está a tres horas de casa y se celebra una vez por semana.

Luego de un tiempo, reconocimos un llamado que no habíamos sentido antes, era la voz de Dios que nos decía algo así: “Miren, acá están estos hermanos olvidados. Por favor, asistan a los que les envío. Son humildes, están enfermos, nadie los ve, no conocen la dignidad y sufren en silencio”. Y se nos revelaron claramente sus rostros: el de Habib, Abas, Venus, Sibro y Fitri, entre otros.

Habib trabajaba en el depósito de la fábrica. Una vez, me di cuenta de que hacía días no se encontraba allí. Cuando pregunté por él me dijeron que estaba enfermo “del estómago”. Me contaron entonces que no sabían dónde estaba y su esposa no les daba información. Como yo sospechaba que era algo grave, les dije que si eran sus amigos tenían que encontrarlo y hacerle ver que necesitaba atención médica. No sé en qué tono lo habré dicho pero luego de tres horas lo habían encontrado. Tardaron en convencerlo, pero finalmente accedió a internarse.

Desafortunadamente, ya era tarde: un cáncer muy avanzado por falta de atención lo estaba dejando sin fuerzas. Vencí todas mis resistencias y lo visité en el hospital. Era un espacio chico, dividido con biombos, y él se hallaba junto con otros 12 pacientes. Cuando me vio, Habib me dijo: “Le agradezco que venga a verme. Yo estaba sin ver y mis amigos me ayudaron. Ahora rezo y tengo paz”. Habib tenía 34 años… Cuando lo recuerdo, oro por su esposa y sus dos hijitos.

Algo similar ocurrió con Abas, mi subalterno en la oficina. Un día, vino a hablarme y lo hizo mirándome a los ojos (algo que un indonesio no hace a menos que sienta mucha confianza o esté colapsado). Comenzamos a conversar y si bien no compartíamos la fe, le hablé del poder de Dios que se manifiesta de muchas formas; le dije que quizás era el tiempo de buscar ayuda y me ofrecí a hacerlo. Tuve que pedir asistencia al Espíritu Santo porque en un momento me dijo que creía estar en manos de la magia negra de alguien (la creencia en el vudú aquí tiene mucha influencia). Mi respuesta fue bastante sencilla: “Dios tiene el poder sobre todas las cosas”.

Luego de varios estudios médicos no le encontraron ninguna enfermedad. Igualmente no podía trabajar normalmente, perdía peso y no hablaba con fluidez. Un día vino a trabajar con la mano y el pie derechos paralizados. Como nadie de su familia se ocupó, llamamos una ambulancia y lo internamos en un hospital bien equipado. Le hice una visita, charlamos de cómo estaba y de que lo importante era descansar y confiar. Me volvió a agradecer por la ayuda que le brindábamos. No quiso decirme cuál era el diagnóstico, pero sé que está muriendo. Esa fue la última vez que lo vi.
Sibro es nuestro chofer. La mayoría de las empresas que tienen uno los consideran una pieza más del auto. Sibro tuvo que acostumbrarse a que lo tratemos como persona. No entendía por qué nos sentábamos adelante en lugar de ir atrás o por qué le decíamos: “Hola, buen día”, “gracias”, “¿quieres agua?” o “¿ya comiste? Podemos esperar hasta que termines”.

La música lo fue “aflojando”. Como a mí me gusta tanto, lo apabullaba pasándole todo tipo de géneros. Un día subí al auto y lo encontré escuchando a un pastor evangélico por la radio. Le pregunté, asombrado porque él es musulmán: “¿Sabes que están hablando de Jesús?” y me respondió: “Sí. Pero yo lo escucho igual porque me da sabiduría”.

Hace poco notamos que Sibro estaba preocupado y nos contó que su mamá estaba enferma hacía seis meses “del estómago”. Le pregunté si tenía un diagnóstico médico y me contestó: “Muy caro, señor”. Esto me puso furioso pero, tratando de calmarme, pude convencerlo para que trajera a su mamá al hospital de nuestra zona. Tres días después la llevó. Mariana, mi esposa, los acompañó porque se sentían intimidados por las instalaciones. El diagnóstico fue que tenía tuberculosis.

Sibro no salía de su asombro. Quería agradecer y decía que no conocía las palabras para hacerlo. El sistema de salud determinó que el precio de una mejor calidad de vida para su mamá eran 800 pesos argentinos, nada para nosotros. Creo que más que la enfermedad, los mata la falta de dignidad con la que viven.

Nos queda compartir sobre Fitri, la señora que limpia en casa. Pero contarles sobre ella, su historia de vida y cómo se configuró con la nuestra, necesita de otro apartado. Solo les pedimos que piensen que es un alma buena con mucho dolor y oren por ella.

Éstas son algunas de las cosas que hemos tenido oportunidad de vivir. También hemos pagado operaciones, sacado a un chico de la cárcel, nos hicimos cargo de algunas deudas impagables para ellos y, sobre todo, nos sentimos parte de sus familias.

La realidad es que hoy nuestro hogar, pero sobre todo nuestro corazón y nuestra alianza matrimonial, se transformaron en un hospedaje; el Señor es el samaritano que nos da los medios para cuidar a quienes trae. No creo que la sanidad física sea lo que prioriza Dios; por las expresiones de los rostros de estos hermanos, creo que quiere devolverles el ser personas, quiere que recobren su dignidad, que se sientan queridos y que sepan que hay un lugar donde se los llama por el nombre. El lenguaje del trato fraterno, que hablaron los apóstoles en Pentecostés, es universal. La lengua de fuego es la palabra que nace del Espíritu y se expresa en cualquier idioma, si existe la intención de trasmitir vida. El trato fraterno, el respeto por la vida, es hacer presente el Reino de Dios en medio de nosotros. “Hacer alianza” no es lograr una comunión a todo nivel, es experimentar que somos distintos pero, aun así, buscamos que la vida de Dios nos salve.

Yo mismo creo estar sanando. Ya no necesito palabras complejas y soy feliz aun sin poder pronunciarlas. Los gestos son más preponderantes. Dios nuevamente ha hecho grandes cosas en nosotros y ahora nos tiene embarcados en esta tarea.

 

N de la R. : Nicolás Tirabasso fue uno de los iniciadores, en 2009, de “El Camino del Jericó“, un servicio de oración de sanidad a partir del Encuentro en la Palabra, del Centro de Santa María de los Ángeles.

Publicado en la Revista Cristo Vive ¡Aleluia! Nº 188 – JUL/AGO 2013

Categorías