Editorial de la Palabra de Dios

Unidos por la enfermedad

La familia no podía cuidar más al papá ya mayor. No había otra opción que internarlo en un geriátrico especializado. Sin embargo, había una solución diferente…

La Virgen María llegó a mi hogar y trajo consigo mucha gracia y bendición en el momento que más necesitábamos encontrar paz y consuelo para nuestros corazones. La primera gracia que recibí fue poder rezar el Rosario con cuatro de mis cinco hermanos y mi mamá.

Sentía en mi corazón que rezaba sin poder concentrarme mucho y con escasa fe, pero que para Dios y para la Madre bastaba una pequeña intención de nuestra parte. En ese Rosario pusimos la dolorosa decisión que habíamos tomado en familia con respecto a la demencia senil de nuestro padre, que se agudizaba. Vivíamos situaciones de agresividad continua, era difícil manejarlo en casa y mi mamá se deterioraba física y espiritualmente a pesar de que tenía ayuda para su cuidado. Además ella también pasaba por una seria enfermedad: había sido operada un año atrás y tenía que someterse a una nueva intervención.

Por lo tanto, nos vimos ante la penosa y dolorosa decisión de llevar a mi padre a una casa especializada en el cuidado de este tipo de pacientes. La decisión estaba tomada, lo internaríamos el día viernes a la mañana. Todo estaba preparado: sus útiles de aseo, sus objetos personales, su ropa. Todo estaba listo para que ingresara al asilo. Cuando la noche del miércoles rezamos el Rosario a la Guardiana de la Fe, yo pude notar el dolor de mi madre y de todos nosotros al entregar esta situación a la Virgen. Sentí un dolor muy grande que traspasaba mi corazón, pero era acompañado por la consolación de María. Comparaba esta situación con el dolor insoportable que había tenido años atrás cuando me separé de mi esposo. No tenía ningún tipo de vínculo con Jesús, y menos con María. La situación me paralizaba y me esclavizaba, pero esta vez era distinto: Ella me liberaba y me animaba a confiar en que todo saldría bien para mi papá y para nosotros.

Al día siguiente, cuando estaba haciendo cifrar unas prendas de vestir con el nombre de mi padre, recibí una llamada del dueño de este lugar; él me dijo que no podrían recibirlo como habíamos acordado debido a que la habitación reservada no estaba terminada y que eso sería posible recién un mes después.

Para mí esto fue un signo de María, Jesús y el Padre. Ellos me indicaban que no era el tiempo de hacer la mudanza. Se me vinieron un montón de ideas a la mente: “No es el momento para separarlo del hogar: podría deteriorarse rápidamente, porque es muy propenso a la depresión y, el verse en otro medio y solo, separado de mi madre y de sus hijos, podría ser fatal”. Sentía que él necesitaba mucho más de nuestro amor y paciencia hasta cuando pudiera tener momentos de lucidez. El Espíritu Santo nos puso en comunión de corazón porque este sentir fue compartido por mis hermanos y mi mamá. Y nuestros corazones se aliviaron…

Ese mismo jueves llevé una imagen de la Guardiana de la Fe a casa de mis padres para que también visitara su hogar. Allí nuevamente la Madre nos sorprendió con la docilidad de mi papá al rezar el Rosario con nosotros; era algo que nunca antes mi padre había hecho. ¡Yo pensaba a mis 53 años que mi papá no sabía rezar ni un Padre Nuestro, ni menos aún el Ave María! Y no termina aquí la gran intercesión de María, sino que ¡Ella también lo liberó de su agresividad, que causaba malestar en toda la familia!

Por esto, y por todo lo que vas obrando en nuestras vidas, quiero darte gracias, Madre mía. Gracias por la vida de mi padre. Gracias por tu inmenso amor que todo lo perdona, todo lo transforma y todo lo puede con la intercesión de Jesús ante el Padre y por la gracia del Espíritu Santo.

María Alicia Madera
Quito – Ecuador

Publicado en la Revista Cristo Vive ¡Aleluia! Nº 188 – JUL/AGO 2013

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