Y todo por un esguince…
A fines del año pasado, tuve un esguince en el pie, lo que implicó que me pusieran una bota ortopédica y tuviera que hacer reposo. Por lo tanto, tenía mucho tiempo libre. Pero Dios es astuto y puso en mi corazón las ganas y la opción de dedicar todo mi tiempo a encontrarme con Él. Esta experiencia me sirvió para seguir profundizando en una gracia que tenía que ver con mi profesión.
Soy trabajadora social. Hace algunos años comencé a interiorizarme en el área de la niñez y la adolescencia, lo que actualmente resulta complicado por la realidad social que atraviesan nuestros niños y jóvenes.
En el transcurso del año pasado, Dios me reveló algo respecto a mi trabajo. En verdad, yo iba a la oración con enojo hacia Él, casi hasta iba gritándole: “¡Señor, ¿qué quieres de mi profesión en este lugar?!” Sentía que me pedía que abriera caminos, que estaba invitada a misionar en este espacio, pero yo le expresaba: “No te entiendo, Jesús, lo único que veo y escucho son situaciones de faltas de amor, de poca dignidad humana y de dolor; ¿qué puedo hacer? ¿De qué caminos me hablas? ¿De qué misión me hablas?”.
A medida que iba orando, el corazón se iba llenando de silencio. Cuando por fin pude callar mi interior, sentí que Dios empezaba a responderme. Comenzó de a poco; me iba revelando que en el lugar donde actualmente trabajo, Él tenía una misión para mí y que, para llevarla a cabo, necesitaba preguntarme si yo estaba dispuesta a ayudarlo. Cuando Dios habla así, no puedo negarme, y con un poco de resignación me dispuse a escuchar su propuesta.
El Señor me mostraba que el sentido de mi tarea tenía que ver con permanecer en su amor ante la situación de dolor que viven otros. En este caso serían los pequeños, los adolescentes y sus familias que viven diferentes situaciones dolorosas. Me hizo ver que lo mejor que yo podía ofrecerles era mi oración y un gesto fraterno. Los gestos que podía tener eran, por ejemplo, llamarlos por sus nombres y disponerme para escucharlos y recibirlos como si el que estuviera llegando a mi trabajo fuera el mismo Jesús.
Me sentí invitada a “permanecer orando en el dolor”. Esto me parecía un gran desafío pero Dios, que es realmente pedagógico conmigo y me conoce, puso en mi corazón la imagen de la cruz. Contemplé al Señor por un largo tiempo ahí, pensé que quienes lo acompañaron en aquel momento fueron solamente María y el discípulo amado. Luego, pensé en Juan y me puse en su lugar. No había palabra alguna para decir. Yo ya había dicho que “sí” y Dios, a través de la imagen, había revelado mi lugar, mi misión, y el porqué de mi tarea.
Hoy alabo a Dios por poder poner mi profesión y mi trabajo al servicio de mis hermanos y por revelarme cómo quiere que lo sirva: “Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver” (Mt 25, 35).
Ivana Aymu
La Plata
Prov. de Buenos Aires