1. El mundo le cierra las puertas al Proyecto de Dios y al mismo Hijo de Dios
Retrocedamos en el tiempo. Contemplemos el Nacimiento de Jesucristo. La Virgen María, la primera que abrió las puertas de su corazón y su seno para ser la madre del Hijo de Dios. San José, esposo fiel de María, que abrió su vida a lo desconocido para cuidar del niño y de la Madre, para educarlo y amarlo hasta el final. La fe, de Maria y José es una adhesión, llena de amor a Dios, llena de confianza, un abandono total de su ser y de sus vidas. No se guardaron nada para ellos. Los pastores abren las puertas de su fe para reconocer, en el pobre niño del establo, al Señor de la historia. Los reyes abren las puertas de las culturas y las naciones a la estrella de Belén. Esto fue la primera Navidad.
La fiesta de Navidad es la fiesta de la apertura. Dios se hace hombre abriendo las puertas a la redención del género humano. Cristo nació para liberar; abrir las puertas que nos mantienen prisioneros en el pecado, envidia, egoísmo, impaciencia, gula, tristeza porque no puedo tener todo lo que quiero, desconfianza, desesperanza, negatividad. Nació para renovar y reconstruir; restaurar el amor entre esposos, entre padres e hijos, entre hermanos, entre familiares y amigos, entre jefes y empleados; para salvar y rescatar todo lo bueno que hay en el corazón de los hombres, de las culturas y de las naciones.
¿Qué puertas se pueden abrir? La puerta del perdón. Porque no podríamos vivir con un corazón lleno de resentimiento y rencor, y si lo hacemos, ¿qué clase de vida sería la que tendríamos? Abrir las puertas de la misericordia para que todos seamos magnánimos con los que se han equivocado. Abrir las puertas de la reconciliación para que todos aprendamos a ser hermanos. Abrir la puerta de la caridad para que aprendamos a compartir. Abrir la puerta de la servicialidad para que aprendamos a servirnos unos a otros.
Navidad es la puerta por donde entró la bondad, la verdad y el amor de Dios para derramarse en todo corazón y cultura que se abra a la redención. Es el momento de abrir nuestras conciencias a lo que todavía no pueden asumir en la verdad. Abrir las puertas de nuestros corazones para sanar todo lo que está herido, lo que está seco de sentimientos, lo que pudiera haber de cerrazón.
Pidamos al Señor la gracia de vivir la Navidad abriendo todas las puertas de nuestro corazón.
2. El mundo le cierra las puertas al Proyecto de Dios y al mismo Hijo de Dios
Imaginemos a María y José golpeando puertas para alojarse y encontrando cerrados todos los albergues. María “Lo reclinó en el pesebre porque no había sitio para ellos en la posada” (Lc 2,7). “Vino a su casa pero los suyos no la recibieron” (Jn 1,11). ¡Que no nos pase a nosotros!
El Santo Padre Benedicto XVI expresa, en su Exhortación Apostólica Verbum Domini, que el misterio de Dios es tan grande que resulta una paradoja al nacer en un pesebre (n.12), en un establo, en el sitio común para los animales, porque María debía dar a luz, pues le había llegado el momento, pero no había para ellos lugar en el albergue (Lc 2, 6-7). Dios decide nacer en un establo.
Pareciera como si las casualidades hubieran llevado a que el Niño naciera en esas condiciones; sin embargo, todo forma parte del plan de Dios que quiso hacerse pequeño. Quiso hacerse pequeño siendo Dios, el omnipotente, el creador, el todopoderoso. Niño-Dios: Palabras que se refieren a cosas tan opuestas. Niño como algo pequeño, frágil, desvalido, y Dios como lo más grande que existe, el que todo lo abarca, todo lo conoce, todo lo sabe; sin embargo, en Él no son contradictorias, pues quiso hacerse igual a nosotros en todo, menos en el pecado.
¿Qué puertas se me van cerrando por querer llevar la vida de Dios y realizar sus proyectos? Aprendamos a leer en las circunstancias de la vida y cómo voy siendo imagen de Dios para los demás. ¿Cuáles fueron las actitudes de José y María ante las puertas cerradas? Siguieron con esperanza y confianza en Dios y se quedaron en el primer lugar que los recibieron aunque no fuera el más apropiado para la circunstancia. ¿Cuáles son nuestras actitudes cuando se nos cierran las puertas ante un proyecto de Dios?
Como cristianos, debemos aprender de San José y María, ponernos de pie con decisión frente a las situaciones adversas cuando es un proyecto de Dios. Vivir con hondura y paciencia, las circunstancias adversas, no bajar los brazos. Si hemos discernido que lo que hacemos es un proyecto de Dios, aprender a dialogar con Él para que nos muestre cómo seguir. Esto implica dialogo profundo, sincero con el Señor.
A veces, nosotros mismos podemos cerrar las puertas a los proyectos de Dios. ¿Qué miedos nos asaltan? ¿Qué miedos nos paralizan? ¿Qué imágenes tenemos de Dios como para querer inconscientemente cerrarle las puertas para que no nos muestre sus proyectos?
Puede que mis puertas estén cerradas para recibir a Jesús en los otros, en aquel a quien no conozco mucho, aquel con quien tengo alguna diferencia, o alguien de mi familia al que me cuesta aceptar tal cual es, en aquel en quien no confío o no confía en mí, con quien compito y me siento inseguro, en aquel a quien juzgo porque no me parece bien lo que hace… El prójimo no es aquel al que amo, es todo el que pasa a mi lado. Pensemos a qué personas concretas les estoy cerrando las puertas de mi corazón y no dejo nacer a Jesús allí.
Puede ser que le cierre las puertas a Jesús en las circunstancias. Una enfermedad, la búsqueda de un empleo. Cuando no salen las cosas como yo las pensé o las quiero, me cierro, claudico, y no leo en las circunstancias lo que Jesús me quiere decir. No encuentro su Providencia. “Lo que no entraba en mis proyectos venía del plan de Dios.” Edith Stein, santa del siglo XX.
Pidamos la Gracia de poder reconocer a Jesús que quiere entrar en mi morada a través de las situaciones y personas que me rodean y que a veces no sé reconocer. Hemos hablado de Navidad como signo de abrir y cerrar puertas, ahora vayamos a lo concreto.
3. ¡Abramos las puertas al Redentor!
El acontecimiento de la Navidad nos interpela hoy en día con la misma fuerza de todos los tiempos y nos lleva a preguntarnos acerca de nuestro propio albergue: el corazón, el sitio elegido por Dios para habitar en nosotros. El Señor nos interroga: ¿Hay lugar en tu interior para recibirme? ¿Para que Yo, el Niño Dios, nazca? Este pequeño, pero importante paso de revisión, debemos hacerlo todos los días de nuestra vida.
Revisemos cómo están las puertas de nuestro interior, de nuestro corazón. Qué disposiciones tengo para recibir al Señor que llega. Que llega para renovarnos, para abrirnos aún más, para desinstalarnos, para sacarnos de cualquier comodidad, costumbre.
¿Qué podemos hacer para recibirlo sin trabas? Es necesario que nos vaciemos, que abramos el corazón de par en par. Como cuando un amigo muy querido viene a casa a visitarme y le ofrezco todo lo que tengo, lo que soy verdaderamente, ya que no tengo reparo en mostrar mi autenticidad. Jesús nos conoce más y mejor que nadie. Abrir el corazón significa tener capacidad de abrir puertas y derribar muros, de dejarnos sorprender por la novedad de este hecho que nos transforma la vida y nos convierte en hombres y mujeres nuevos. ¿Qué muros el Señor tendrá que derribar en mí en este tiempo? ¿El muro de la indiferencia?, ¿del resentimiento por cosas pasadas o presentes pero instaladas en el corazón? La Navidad nos da la posibilidad de ser rescatados, limpiados y liberados.
No perdamos nuestra capacidad de asombro. La fe es dinamismo puro; quien deja de asombrarse se duerme y, aunque el amigo golpee a su puerta, no lo escucha, porque el cansancio de vivir, las preocupaciones temporales, lo adormecen y aturden. ¿Qué cosas o situaciones están aturdiendo y ocupando el centro de nuestro corazón? Las compras, regalos, la comida, quedar bien con alguien… Tal vez estas actividades impiden que el Señor ocupe el lugar principal.
Permanezcamos en estado de gratitud, el Salvador se nos da sin pedirnos nada a cambio, nada más que lo que somos, sin tener que aparentar ser algo distinto. El que viene nos conoce de antemano, hemos sido creados por Él, por eso le debemos amor, y amar a Dios es dejarnos amar por él.
Material de archivo. Cristina Cucchiara, Quito 2012.

