Santos para la Nueva Evangelización
Hace unas semanas celebramos la canonización de Carlos de Foucauld 1. Este santo fue un evangelizador aparentemente fracasado desde una visión mundana. No tuvo reconocimientos, ni discípulos en vida, ni conversos por su mensaje mientras predicaba. Sin embargo, al abrir sus manos en la eternidad, esas manos gastadas por el trabajo en el desierto, fortalecidas en la oración en el silencio, y con huellas de caricias en medio de la violencia, ellas florecieron y brillaron de amor intenso.
Unos años antes de su muerte, nacía una mujer, que hizo de los escritos del padre Foucauld su alimento y se lanzó, junto con otras pocas jóvenes, a vivir el Evangelio en las periferias de París.
Encarnar el Evangelio
Madeleine Delbrel nació en Francia en 1904, tuvo una niñez cercana a Dios pero, muy influenciada por la cultura en la que estaba inmersa, progresivamente rechazó todo lo religioso hasta declararse atea a sus 17 años. Luego de una ruptura amorosa a sus 22 años, Madeleine retoma el vínculo con Dios y en una experiencia de oración donde le “explota el corazón en amor a Dios” se convierte definitivamente.
Madeleine se sintió deslumbrada por el camino de libertad, humildad y caridad del padre Foucauld, quien luego de estar un tiempo en un monasterio, descubrió el llamado de Dios a hacerse “cercano de los más alejados” y se instaló en el desierto de Argelia para vivir su vocación de “hermano universal”. Madeleine, en el discernimiento de su misión evangelizadora, se apoya en la espiritualidad de Foucauld para tomar la decisión de vivir su vocación de amor a Jesús, sin buscar estructuras preestablecidas, en lo cotidiano de su trabajo y convivencia, en medio de un barrio sediento del Dios escondido.
“Del Padre de Foucauld hemos aprendido que, si para darse al mundo entero hay que aceptar de romper tantas amarras para dejarse “llevar”, no es necesario que este dejarse llevar esté contenido entre los muros de un monasterio. Puede hacerse marcando una clausura con piedras secas sobre la arena; puede hacerse en una caravana africana; puede realizarse en la convivencia en una de nuestras casas, en uno de nuestros talleres, mientras se sube una escalera, en un autobús; este dejarse llevar lo encontramos aceptando la estrechez, la incesante clausura del amor del prójimo más cercano. Dar a cada uno de los que nos acercamos la totalidad de una caridad perfecta, dejándose encadenar por esta dependencia constante y devoradora, vivir de forma natural el Sermón de la montaña, eso es dejarse llevar, la puerta estrecha que desemboca en la caridad universal.”2
La verdadera pobreza: despojarnos de nosotros mismos para amar
Madeleine es una “santa de la puerta de al lado”. Quiere servir a todos desde lo sencillo, no por un anhelo de arreglar el mundo, no por una sed de activismo o reconocimiento, sino como mera respuesta a un Dios que clama ser amado en el corazón de los más frágiles.
Por eso, tanto Carlos como Madeleine fueron afectados por el agobio, la frustración, la enfermedad, la impotencia, pero no se dejaron abatir. Todo lo que experimentaban como contrariedad, lo transformaron en oportunidad para vivir la alegría de la vida oculta de Nazaret. Cada día buscaron despojarse más de sí mismos. Esta actitud: perder para ganar, los llevó a unificar todo su ser desde su vida interior. Sólo desde allí, la misión estaba verdaderamente unida a Cristo. Madeleine lo expresa así:
“el Padre de Foucauld ha resucitado para nosotros «la figura fraterna de Jesús en Palestina, que acoge en su corazón, a lo largo de los caminos, a obreros y sabios, judíos y gentiles, enfermos y niños, tan sencillo que a todos les resulta inteligible. Nos enseña que, al lado de los apostolados necesarios, en los que el apóstol debe impregnarse del medio que tiene que evangelizar y con el que casi tiene que desposarse, hay otro apostolado que requiere una simplificación de todo el ser, un rechazo de todo lo adquirido anteriormente, de todo nuestro yo social, una pobreza que da vértigo. Esta especie de pobreza evangélica o apostólica nos da una disponibilidad total para reunirnos en cualquier sitio con cualquiera de nuestros hermanos, sin que ningún bagaje innato o adquirido nos impida correr hacia él. Al lado del apostolado especializado, se plantea la cuestión del todo a todos.”3
Ridículos amantes
Ambos durante mucho tiempo padecieron la tensión entre la contemplación y la acción. Parece un rasgo propio de la nueva evangelización. La dispersión en la oración por la necesidad de resolver cuestiones de la misión; la urgencia de muchos temas que le quitan tiempo a la oración; el cansancio; la sequedad. Allí se presentaba una y otra vez la tentación de la escisión. Alejarse al desierto en soledad. Incorporar métodos y parámetros para eficientizar los servicios. Sin embargo, alejarse de los hermanos no era una opción. ¿Cómo hacer entonces para profundizar la vida de oración en medio de lo cotidiano? En ambos surgió la misma respuesta: dejarse abrazar por el Amado en la realidad.
«El retirarse al desierto puede consistir en cinco estaciones del subte al fin de un día en el cual estuvimos perforando un pozo (profundizando con nuestro deseo de Jesús) hacia esos mínimos instantes que la vida nos regala. Y por el contrario, el desierto mismo puede ser sin “retiro” si hemos esperado a estar allí para empezar a desear el encuentro con el Señor. Nuestras idas y nuestros retornos – y no solamente aquellos que se hacen de un lugar a otro, sino también los momentos en los que nos vemos obligados a esperar – ya sea para pagar en la caja, para que se libere el teléfono o para que se haga un lugar en el micro, son momentos de oración preparados para nosotros en la medida en que nosotros nos hayamos preparado para ellos. Al ver los momentos desperdiciados porque no estábamos listos, podemos considerarlos como aquello que son: un pecado venial. Pero si un día en nuestra relación con el Señor no se tratará más de considerar pecados, sino amor, quizá tomaríamos conciencia de haber sido ridículos amantes». «¡Ridículos amantes!»4
La cercanía o lejanía del Reino, en la cosmovisión de Madeleine, es cuestión de amor. Quien está enamorado profundiza todo el día en el deseo de encontrar a la persona amada y no se pierde la oportunidad de un encuentro sea cual fuere la duración del mismo.
1 San Carlos de Foucauld fue canonizado el 15 de mayo de 2022 y Madeleine Delbrel fue declarada Sierva de Dios en 1996
2 Delbrel M., ¿Por qué amamos al Padre Foucauld? Revista PP Dominicos, 1946 .
3 Delbrel, M. “La alegría de creer”,Santander, Sal Terrae, 1997.
4 Ibid.