Dios que ha creado al hombre por amor, lo ha llamado también al amor, vocación fundamental e innata de todo ser humano. Porque el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios que es Amor. Habiéndolos creado varón y mujer, el amor mutuo entre ellos se convierte en imagen del amor absoluto e indefectible con que Dios ama al hombre. Este amor que Dios bendice es destinado a ser fecundo y a realizarse en la obra común del cuidado de la creación. “Y los bendijo Dios y les dijo: ‘Sean fecundos y multiplíquense y llenen la tierra y sométanla’ (Gen. 1, 28) Catecismo 1604
¿Represión y problema o integridad y don?
Ver la castidad como un “problema” se debe a que el concepto ha sido mal manejado y entendido en la actualidad. Se cree que vivir la castidad es vivir la “represión de los naturales deseos sexuales”, como si éstos se dieran de improviso y no tuviera la persona ninguna injerencia en su aparición. Nuestra sociedad, caracterizada por el hedonismo, el materialismo y el individualismo, promueve personas de voluntad frágil, incapaces muchas veces de ordenar sus tendencias a la razón y a la voluntad por amor. Por esto creemos que es necesario, recuperar el valor de la sexualidad y de la castidad entendidas como don y como desarrollo de nuestra integridad humana.
Corresponde a cada uno, hombre y mujer, reconocer y aceptar su identidad sexual. La diferencia y la complementariedad físicas, morales y espirituales, están orientadas a los bienes del matrimonio y al desarrollo de la vida familiar. La armonía de la pareja humana y de la sociedad depende en parte de la manera en que son vividas entre los sexos la complementariedad, la necesidad y el apoyo mutuo (Catecismo Nº 2333).
“La sexualidad humana sólo alcanza su plenitud en el amor personal, obra de la inteligencia y del libre e irrevocable compromiso de su voluntad. La donación física total sería un engaño si no fuese signo y fruto de una donación en la que está presente toda la persona, incluso en su dimensión temporal; si la persona se reservase algo o la posibilidad de decidir de otra manera en orden al futuro, ya no se donaría totalmente” (Exhortación Apostólica Familiaris Consortio).
La sexualidad, en cuanto fuerza de la persona, se abre en tres objetivos dinámicos fundamentales:
- La sexualidad es una fuerza para edificar el YO, para lograr la madurez de la integración personal. Es un factor decisivo en el equilibrio de la personalidad.
- Tiende a realizar la apertura de la persona al mundo del TÚ. Posibilita la relación interpersonal que culmina en la construcción de un proyecto de vida. Es un factor decisivo en la relación, unión y felicidad de las personas de ambos sexos.
- Apertura al NOSOTROS dentro de un clima de relaciones interpersonales cruzadas en miras de la procreación, participando en la acción creadora de Dios.
La castidad[1]es una virtud moral, es un don de Dios, una gracia, un fruto de trabajo espiritual y una escuela de donación de la persona. Nos hace seres humanos íntegros unificando los dinamismos espirituales, psíquicos y somáticos. En la castidad, el “eros” se ha reconciliado con el amor. La virtud de la castidad, por tanto, entraña la integridad de la persona y la totalidad del don; no tolera ni la doble vida ni el doble lenguaje (Cf. Mt 5,37). Nos recompone, nos devuelve a la unidad que habíamos perdido dispersándonos (San Agustín, Confesiones, 10,29,40). Y nos mantiene en la integridad de las fuerzas de vida y de amor que Dios depositó en nosotros.
¿Cuáles son las condiciones de la castidad?
- La trascendencia y el dominio de los dinamismos personales (capacidad de autodominio). Esta es condición necesaria pero no suficiente. El aprendizaje del dominio de sí nos conduce a la libertad y dura toda la vida. Implica una tarea eminentemente personal.
- Decisión de amor verdadero. No es posible la castidad sin el amor. Amor y sexualidad no son la misma cosa -como se nos pretende hacer creer-. El amor abarca mucho más. El amor auténtico es la esencia de la sexualidad y exige: capacidad de apertura al otro, de acogida, de aceptación, de alegría en el encuentro y por el bien del otro, capacidad de sacrificio. La sexualidad es un don maravilloso de Dios y debe estar unida al amor, en el sentido de buscar y hacer el bien del otro.
La virtud de la castidad forma parte de la virtud cardinal de la templanza, que tiende a impregnar de racionalidad las pasiones y los apetitos de la sensibilidad humana. Viviendo la castidad, la persona controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado. “La dignidad del hombre requiere, en efecto, que actúe según una elección consciente y libre, es decir, movido e inducido personalmente desde dentro y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa. El hombre logra esta dignidad cuando, liberándose de toda esclavitud de las pasiones, persigue su fin en la libre elección del bien y se procura con eficacia y habilidad los medios adecuados” (Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 17).
En el uso de la libertad y en el proceso de consolidación de la dignidad y de la personalización, nunca un “yo” puede prescindir de un “tú”. La unión carnal sólo es moralmente legítima cuando se ha instaurado una comunidad de la vida definitiva entre un hombre y una mujer. El amor humano no tolera la “prueba”. Exige un don total y definitivo de las personas entre sí porque para ser UNO hacen falta DOS en forma estable y permanente.
En suma, la castidad es un éxodo del EGOCENTRISMO (el sólo YO) para llegar al AMOR-APERTURA hacia los demás (el YO+ TU= NOSOTROS)
San Juan Crisóstomo sugiere a los jóvenes esposos hacer este razonamiento: “Te he tomado en mis brazos, te amo y te prefiero a mi vida. Porque la vida presente no es nada, mi deseo más ardiente es pasarla contigo de tal manera que estemos seguros de no estar separados en la vida que nos está reservada…pongo tu amor por encima de todo, y nada me será más penoso que no tener los mismos pensamientos que tú tienes”.
Escuchemos en el corazón las Palabras de San Pablo y pidámosle al Espíritu Santo su conducción para reconocer que Jesús también es el Señor de nuestra sexualidad y de una castidad optada día a día: “Ustedes, hermanos, fueron llamados para gozar la libertad; no hablo de esa libertad que encubre los deseos de la carne; más bien, háganse esclavos unos de otros por amor. Pues la ley entera está en una sola frase: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Pero si se muerden y devoran unos a otros, ¡cuidado!, que llegarán a perderse todos. Por eso les digo: anden según los deseos del Espíritu y no llevarán a efecto los deseos de la carne (…). El fruto del Espíritu es: caridad, alegría, paz; paciencia, compresión de los demás, bondad, fidelidad; mansedumbre, dominio de sí mismo. Ahí no hay condenación ni Ley, pues los que pertenecen a Cristo Jesús tienen crucificada la carne con sus vicios y sus deseos. Si vivimos por el Espíritu, dejémonos conducir por el Espíritu.” (Gálatas 5, 13-26)
Verónica Di Caudo
Comunidad Asociada Ecuador
[1] Castidad virginal (continencia) y conyugal (doble exigencia de la fidelidad –unidad- y la fecundidad –procreación-)
Publicado en Revista Cristo Vive ¡Aleluia! Nº130 – Noviembre/Diciembre 2001