¡Cuántos son los tesoros de gracia escondidos en el don de la pobreza!

VI Jornada Mundial de los Pobres – 13 de noviembre

No puede dudarse de que los pobres consiguen con más facilidad que los ricos el don de la humildad, ya que los pobres se familiarizan fácilmente con la mansedumbre y, en cambio, los ricos se habitúan fácilmente a la soberbia. Sin embargo, no faltan ricos humildes que consideran que su mejor ganancia es emplear lo que poseen en aliviar la miseria de sus prójimos al compartir sus bienes.

Esta pobreza es un don y se da en toda clase de hombres y en todas las condiciones en las que el hombre puede vivir. Bienaventurada es, pues, aquella pobreza que no se siente cautivada por el amor de bienes terrenos ni pone su ambición en acrecentar las riquezas de este mundo, sino que desea más bien los bienes del cielo.

Después del Señor, los apóstoles fueron los primeros que nos dieron ejemplo de esta pobreza, porque, al oír la voz del Maestro y dejando absolutamente todas las cosas, en un momento pasaron de pescadores de peces a pescadores de hombres. En efecto, muchos de los primeros cristianos al convertirse a la fe, con un solo corazón y una sola alma, dejaron sus bienes y posesiones y, abrazando la pobreza, se enriquecieron con bienes eternos. Encontraron su alegría en seguir las enseñanzas de los apóstoles, sin poseer nada en este mundo y teniéndolo todo en Cristo.

“Bienaventurados aquellos que desean más bien los bienes del cielo.”

Por eso el apóstol Pedro, cuando al subir al templo se encontró con aquel paralítico que pedía limosna, le dijo: “No tengo oro ni plata; pero lo que tengo te lo doy: En el nombre de Jesús Mesías, el Nazareno, camina” (Hch 3,6). ¿Qué cosa más sublime podría encontrarse que esta humildad de Pedro? ¿Qué más rico que esta pobreza?

Y este tesoro enriqueció no solo al que recobró la facultad de andar, sino también a aquellos cinco mil hombres que, ante esta curación milagrosa, creyeron en el anuncio de Pedro. Así, aquel apóstol, que no tenía nada para dar, distribuyó tan abundantemente la gracia de Dios que dio tanto el vigor a las piernas del paralítico, como la salud del alma a aquella multitud de creyentes, a los cuales había encontrado sin fuerzas.

San León Magno 
Sermón sobre las bienaventuranzas

N. de la R.: León Magno, Padre de la Iglesia, fue papa en el siglo V. 

Publicado en la Revista Cristo Vive ¡Aleluia! Nº 239 – Nov 2022