La constitución de una Comunidad de Nazaret femenino en el país vecino, como novedad de este año, presenta el testimonio de lo que Dios mueve en el corazón de quienes se deciden a seguirlo hasta donde Él quiera…

“Aquí estoy, Señor, envíame a mí”

El año pasado le decía al Señor en la oración: “Qué hermosa la vida que me diste y lo que querés para mí. Qué hermoso que me confíes la vida de los jóvenes. Amo la misión que me diste. (…) Gracias por todo lo que hacen mis papás por mí. Gracias por enseñarme a amar en ellos. (…) Se me despliega el corazón al reconocer tu obra, tu creación y tu amor. Te amo tanto… porque conozco tu amor y me siento muy amada. Quiero ofrecerlo todo a vos y a los jóvenes. Hay tanta riqueza en ellos… y hay algo en mí que es tuyo y quiere darse a ellos. Hacelo a tu manera. No permitas que nada de mí impida eso. Me siento crecer; es tiempo de dar pasos, o un paso sobre lo que hay en mi interior. Y no quiero que los miedos o mi naturaleza cómoda me detengan. Este es tiempo de amar (…). Dame la gracia. Sin vos no puedo. María, que yo tenga tu mirada, tu simpleza y tu trato. Que muchos lo conozcan a Jesús por ver en mí esos rasgos. (27-08-09)

Creía que mi vida en el 2010 no sufriría grandes cambios. Mis proyectos para el año que comenzaba poco distaban de los del anterior: continuaría dando clases, seguiría viviendo con mis padres, participando en mi comunidad y sirviendo en el dinamismo joven del Centro pastoral de Guillón, practicando hockey y canto… Pero ¡qué distintos eran los proyectos de Dios!

Desde hace tiempo siento que mi corazón no solo está disponible para la misión, sino que la anhela. Es un llamado que desde siempre puso el Señor en mi corazón. Lo que no imaginaba era que esta vocación iba a llamar a las puertas de mi interior en tan poco tiempo. El año pasado, el padre Ricardo, nuestro pastor, me propuso viajar a Salto para fundar una comunidad de Nazaret femenino. Cuando me lo dijo, sentí que no era real, que estaba en un sueño, que escapaba a toda lógica, mejor dicho, a todo lo que para mí eran condiciones lógicas para ir a misionar. Pero el Señor, una vez más, me demostró que sus proyectos trascienden cualquier cálculo humano.

Y al empezar a mirar un poco lo vivido, voy descubriendo que la fundación de esta comunidad es parte del desarrollo del proyecto que el Señor pensó para mí, para mi familia, para la Obra, para la Iglesia y para la humanidad. Y a Él nada se le escapa. Y a María, que es la Guardiana de los proyectos de Dios en nuestras vidas, tampoco.

Por eso, quiero que mi siempre esté en alianza con el de María, José y Jesús, y que en ese lugar pueda encontrarme con el de cada uno de ustedes que sostiene el mío, para que nada frustre el plan de Dios: que muchos conozcan su Amor, que el amor con el que vivamos en esta nueva comunidad atraiga a muchos hermanos.

Les comparto unos versículos de la Palabra que me regaló el Señor dos días después de recibir la propuesta de la misión, cuando le expresaba la entrega que iba a significar para mí irme de mi casa, mi país y distanciarme de mis afectos: “Escucha, hija: Olvida tu pueblo y la casa paterna, prendado está el Rey de tu belleza; póstrate ante él, que es tu Señor. La ciudad de Tiro viene con regalos, los hacendados del pueblo buscan tu favor. (…) A cambio de tus padres tendrás hijos, que nombrarás príncipes por todo el país. Inmortalizaré tu nombre por generaciones, así los pueblos te alabarán por los siglos de los siglos” (Sal 45, 11-18).

Y una vez más digo, como Isaías, “aquí estoy, Señor, envíame a mí”.

Gabina Di Fonzo

Partir es desplegar

Desde que Dios me llamó a la vida consagrada, ardió en mí el anhelo de la misión. Pero toda gracia dada supone el trabajo de la naturaleza. En mi historia personal partir significaba morir. Cuando mi papá tenía meses, mi abuelo volvió a su tierra natal, Armenia, en medio de la Segunda Guerra Mundial, se enfermó y jamás regresó. Mi papá nunca lo conoció. Será por eso que en  mi casa se respiraba en el ambiente el “estar juntos”, el “no separarnos”…

Cuando Dios me llamó a la consagración y a este anhelo de misión, me parecía contradictorio con lo que afectivamente conocía.

Pero para Él, nada es imposible. Su Amor me desbordaba y conquistaba, me sanaba y maduraba; Él me decía: “Te basta mi gracia, porque yo triunfo en la debilidad”.

Así, el anhelo de misión pasó del idealismo al realismo de la vida: Dios lo fue plasmando en lo cotidiano, me decía que la misión era dejarme desinstalar por su Amor en mis estructuras, amando a mi comunidad, a los hermanos, a mis compañeros de trabajo…

Descubrí que vivir la alianza como gracia de nuestro carisma es vivir en misión, porque el Amor hace nuevas todas las cosas.

Recuerdo que cada vez que se fundaba una nueva comunidad de Nazaret en el exterior del país, mi corazón ardía y anhelaba el anuncio a los “paganos”. Pero sabía que no era el tiempo. Dios seguía sanando y obraba desprendimientos en mi interior.

El 25 de enero de 2010 (día de la conversión de San Pablo, cuyo anuncio se extendió a todos los  pueblos paganos), me confirmaron que yo iba a  formar parte de la comunidad de Nazaret femenino de Salto. Hoy la Palabra me acompaña en este paso:

“Después Pablo dejó Atenas y fue a Corinto (…). Muchos habitantes de allí abrazaron la fe y se hicieron bautizar (…). Una noche el Señor dijo a Pablo en una visión: ‘No temas, sigue predicando y no te calles. Yo estoy contigo, nadie pondrá la mano sobre ti para dañarte, porque en esta ciudad hay un pueblo numeroso que me está reservado’. Pablo se radicó allí enseñando la Palabra de Dios” (Cf. Hch 18, 1-11).

Ahora puedo decir que partir es desplegar. Sí, Dios despliega mis anhelos que también son los suyos y cumple con sus promesas. ¡Bendito sea el Señor!

Marcela M. Estéfano

Publicado en la Revista Cristo Vive ¡Aleluia! Nº172 – MAY/JUN 2010