1. El Movimiento de la Palabra de Dios nació sin darse cuenta, como los niños, hace 20 años. Fue en un Retiro, de la Pascua de 1974. Pascua, la fiesta del Cordero de Dios inmolado por nosotros, para que pasáramos de la muerte a la vida, amando a los hermanos (1 Jn 3,14); para que pudiéramos vivir en alianza con el corazón del Padre (Jn 14,23); para que pudiéramos resucitar a una vida nueva (Jn 1,12-13;3,3-8). Jesús, con su entrega dolorosa en la cruz, nos destinó a dar fruto abundante y que ese fruto sea duradero (Jn 15,8.16). Es propio de la vida cristiana y del discipulado del Señor el ser, muchas veces, identificado con él en la muerte y muerte de cruz. Este “fruto de redención” lo prepara paciente y amorosamente el Señor en la vida de muchos de sus fieles. En el Movimiento tomó el nombre de hermanos muy queridos: Alfredo, Daniel, Felipe, Carmen, Sabina, por nombrar sólo algunos. Ellos sintieron, a veces a temprana edad, el llamado a ofrecer sus vidas por la Iglesia y el Movimiento. Este fue el caso de Alejandra, que presentamos a través de sus notas y conversaciones con ella, como un símbolo de todas las otras entregas pasadas, y también presentes. Es el fruto de la fe que obra por amor en el dolor. Es también un signo de la partici­pación de la Obra en los padecimientos del Señor por su propio Cuerpo que es la Iglesia.

2. Alejandra, es un fruto maduro en la juventud. Tenía 24 años cuando el Padre eterno la llevó con él, el 8 de mayo de 1990, día de María “Ntra. Sra. de Luján”. Como otros jóvenes, había sido invitada por otro joven y participó de una Jornada del Centro Pastoral de San Martín en Pentecostés de 1986. Realizó el Cursillo de Evangelización dos años después y allí recibió una gracia particular de vinculación con el misterio de la Eucaristía. Era una maestra llena de anhelos jóvenes. En los días de su enfermedad participaba de un “Grupo de Profundización” y consti­tuía una “fraternidad” con Emma y Guillermina. Tenía que crecer, madurar afectivamente y quería decidir el estado de su vida en conformidad con la voluntad de Dios. En el año 89 se le declaró la enfermedad. Un tumor en la clavícula que luego se generalizó. El camino del calvario fue de creciente entrega humana y purificación espiritual hasta descansar en los brazos del Padre. Así lo podemos leer en sus notas, y a través de los diálogos que los hermanos mantenían con ella. “El sentido de mi vida es ser don para el Cuerpo”. “Sentí que tenía que aprender a confiar aunque el tumor creciera”. “Le pedí al Señor que me hiciera amar el sentido de la vida que él me daba”. Lo único importante es que se cumpla la voluntad de Dios. Padre: hacé de mí lo que te dé más gloria”.

3. El Padre trazó en Alejandra un rasgo de la vida de Je­sús:la entrega total y hasta el fin. La entrega de sus anhelos, de su futuro, de su figura femenina, de su misma vida. En los últimos días se sentía abrazada, desde el dolor y la oscuridad luminosa de la fe, a su Padre Dios. “¡Cuantas cosas revela el Señor en esta situación de enferme­dad!. ¡Qué importantes son las enseñanzas que recibo del Amado, del que sabe el por qué y para qué de las cosas!. Siento necesidad de desprendimiento de aquellas cosas en las que soy reina: escue­la, facultad, terapia, servicio…! (4/89)

4. Alejandra luchó mucho con la debilidad, defectos y lími­tes de su naturaleza. Pero lo hizo creciendo en su vínculo de fe y amor con Dios. “Mi corazón invoca a San Pedro Julián en su día. Hoy me encontré en la oración con el Padre. Me sorprendía y me transfor­maba una cosa: cómo todo depende de El y de mi apertura a El. Siento mi gran pobreza y su gran misericordia. Siento mi inesta­bilidad diaria y su propuesta amorosa de liberación. Le pedía fuerte­mente que me diera la experiencia de la libertad profunda que sólo viene de El y que es fruto de su amor. Le pedía la liber­tad para amar: que pueda ser libre de la atadura del pecado, de mis trabas psicológicas y hasta de la enfermedad. Que estas reali­dades no obstaculicen la Vida Verdadera, que estas realidades no entristez­can el corazón, que estas realidades no impidan la con­versión. Al contrario que estas realidades sean fuente de gracia, que estas realidades motiven el total y absoluto abandono de mi vida, en las manos del único que puede, en mi corazón, hablar a los hombres y a mí de la absolutez de Dios en mi vida. Me doy cuenta de cómo me escandalizo pensando en la enferme­dad y en la psicología. Hago tanto hincapié en esto porque no quiero ser loca ni enferma, pero además esto me implica un apren­der a aceptar que yo puedo, con esto, hasta ahí no más. El único que puede curarme física y psíquicamente es mi Dueño, mi Autor, el que me conoce antes y totalmente más que yo. Esto supone un sen­tirme pobre y desnuda frente a Dios. (1/8/89)El Hijo del hombre no vino a ser servido sino a servir y dar su vida en rescate por una multitud.” (Mt 21,24-28)

5. El camino del Calvario fue gradual y completo para la entrega de Alejandra. Despojo de su figura femenina, conciencia y aceptación de la realidad de su enfermedad… Pero Alejandra, vuelve siempre al Señor los pensamientos, cuestionamientos, reac­ciones y sentimientos de su naturaleza. De ese modo sobrenaturali­za su vida y se identifica con el Maestro de la Cruz. “Desde casi el domingo estoy pelada. ¡Qué dolor mirarme al espejo!. ¡Qué dolor ver que el tumor sigue igual!. ¡Qué dolor pensar que el  tratamiento será largo y duro (como lo anticiparon los médicos)!. Dolor es lo que siente mi corazón. En algunos momentos tristeza y desesperanza. ¡Como me cuesta aceptar mi realidad!. Me cuesta tener que pasar por esto porque yo no lo quería. Ahora tengo que enfrentarlo sacando fuerzas de donde sea. A veces, pasando los días me pregunto si estaré haciendo lo que Dios quie­re, si el Señor está contento con la administración del tiempo que hago. Otras veces le pregunto: ¿Qué querés Señor de mi?. ¿Qué querés que trabaje, que haga, que ore…?. Quisiera agradar al Señor y pedirle (se lo pido continuamente) que me haga fuerte, paciente y confiada en la espera de la hora de la sanidad y la santidad” (miércoles, 16/8/89)

6. En el Camino de Alejandra, resultó importante la expe­riencia de la fraternidad que, en el Movimiento, se recibe en los Grupos de Oración y de Evangelio. Particularmente, con dos herma­nas constituía una “fraternidad” en la que profundizaban la expe­riencia de compartir la vida y orar comunitariamente a la luz de la Palabra. “¡Qué gracia la fraternidad!. Gracia de búsqueda personal y acompañamiento, gracia de empezar a creer en el amor fraterno y de desear hacerlo extensivo a los otros, ver qué bueno es sentirse amado y amar y buscar el bien del otro. Me doy cuenta de lo fun­cional que soy en la relación con el otro, de cómo me amoldo al otro: si el otro juzga, yo lo hago; si el otro trata con caridad, yo también; si el otro no se involucra, yo no le hago una propues­ta distinta… Todavía no encontré mi modo de ser… Veo que el otro se relaciona conmigo desde lo que yo le permito y transmi­to… ¡Qué urgencia siento de que el Señor me haga caminar en vida, en confianza, en entrega, en este trabajo de mi naturale­za.” Señor, desde lo profundo invoco tu misericordia amorosa. Por el amor que me tenés ayudáme a crecer, a ser una mujer nueva, mujer de la palabra.” (25-8-89) “Día de Cristo Rey. Día en fraternidad. Día de gracia. Emma tuvo una visión: veía a Jesús luminoso y resplandeciente, con blancas vestiduras seguido por los elegidos: niños, ancianos, adultos, hombres y mujeres. Jesús tiene un libro de oro, abierto, lo acerca, en él están escritos nuestros nombres y enlazados por el amor del Padre. Luego se acerca una virgen con una bandeja y tres cofres (como a El le habían regalado tres cofres los reyes al nacer). Abrió mi cofre y había agua y en el fondo la perla: el agua soy yo y la perla Jesús y me decía que para llegar a El tenía que atravesar el agua.” (26/11/89)

7. Parte de la síntesis de vida de Alejandra pasaba por lo emocional-psicológico. La fe de esta hermana unía la historia interior de su vida con la gracia del amor a Dios. Y desde esta perspectiva iba integrando sus estados interiores. “Empiezo a sentir cosas importantes:  mi vida, merece ser amada por mí por dos cosas fundamentales: Una, porque soy obra de la Alianza trinitaria. Y otra, porque la Trinidad hizo morada en su propia obra. Despreciarme, desvalorizarme, castigarme es, en algún senti­do, hacer lo mismo con mi Creador. Si la alianza de Dios mora en mí, ¿quién podrá separarme de su amor?”. (29-8-89)

8. El proceso de la enfermedad fue un proceso de purifica­ción humana y espiritual para Alejandra. “Después de algunos días de mucha tristeza y rebeldía inte­rior, después de llorar sobre todo lo que no entiendo, sobre cada ¿por qué, Señor?, sobre la incertidumbre de mi futuro laboral, de estado de vida, de salud física y psíquica, después de decirle al Padre que no entiendo su amor y que el camino de fe no es para mí, después de chocarme con lo que soy: un ser incapaz de confiar, después de no parar de llorar desde el miércoles solo pronuncio en mi interior la Palabra: Padre.“Hoy me siento invitada por Dios a dar un salto al vacío en esto de creer y creerle al amor del Padre, más allá de la cura­ción física. Ayer me reuní en casa de Cris, pero sólo con M.E.. Le conté de mi crisis de tristeza de la semana anterior, del duelo que hice sobre las fantasías que tenía cuando pensaba:… a fin de año me operan y empiezo una vida nueva. Y de lo que en realidad es:… estaré convi­viendo de por vida con la enfermedad. (29-10-89). “Siento una nueva disponibilidad a la voluntad de Amor en esto. Creo que no me cansaré de insistir, pero que aceptaré con amor la posibilidad de no ser curada nunca, porque en su plan de salvación quizás esto sea lo que le dé más gloria y a mí más santidad. Al terminar la oración leí la Curación de un paralí­tico (Mt 9,1-8)”. Voy a tratar de ser sincera y ponerle nombre a mis miedos:

  • De estar enferma toda la vida porque la enfermedad me limi­ta.
  • De no ser feliz.
  • De no poder realizarme como mujer en lo profesional, en el estado de vida.
  • De no poder independizarme nunca.
  • De sufrir mucho tiempo.
  • A la incertidumbre del futuro de mi vida (enfermedad).
  • De ser una carga para mi familia toda la vida.(19-1-90).

Desde lo objetivo, sé que este tiempo es fecundo para mi vida porque la insatisfacción y el dolor están gestando un nuevo ser. Desde lo subjetivo, me siento abatida, el peso de la cruz me aplasta, me supera, me desborda (las complicaciones de la enferme­dad: el pulmón y la cintura, la cercanía del tratamiento, el miedo a que el cáncer se expanda, el dolor de ser así y no saber cómo reaccionar). Me siento abandonada de Dios, sola, que empezaré a ser un peso para mis hermanos…” (18-2-90).

9. La mano maestra y santificadora de Dios, fue conduciendo a Alejandra a la entrega total, la confianza y el abandono. “En cada dolor Jesús está perfecta y misteriosamente unido a mí, la sensibilidad no es el gozo, es el dolor. El Señor me invita a aceptar el misterio de su unidad conmigo. Por eso me parece que invita a un despojo total. Me invita a despojarme de lo que yo creo que es verdadera oración, quiere pufiricarme para que crea que en el dolor El se hace presente, que no me abandona.”(18-2-90) “Me siento identificada con los sentimientos de Jesús en la cruz (el abandono del Padre). Pero creo que es este el momento de mayor unidad del Padre conmigo aunque yo no lo sienta. Nunca como ahora he pensado en la muerte, en la cercanía de ese momento. A veces deseo fuertemente estar en la presencia de Dios transfor­mada (con un cuerpo vivo, incorruptible). No me asusta la muerte, sí temo sufrir antes de ese momento. Muchas veces creo que el Señor me pide la vida, el ofrecimiento de este dolor, la juventud, el despojo de mis anhelos como pan entregado para alimento de Nazaret y de la Obra. No sé qué pueda suceder, le pido al Padre que haga su voluntad y pienso y acepto esta posibilidad y este misterioso llamado del Señor a mí. En los últimos días de su estar entre nosotros, decía:Descubro una enfermedad vivida desde el ofrecimiento que redundará en más gloria para Dios, más vida para mis hermanos y más santidad para mí. En esto debo dejar mi vida.”

10. La letra de Alejandra se fue desdibujando en su carpe­ta. La imagen de Alejandra se fue asemejando al Jesús entregado en la Cruz al designio misterioso y amoroso del Padre. En sus últimas palabras, cuando comenzaba el día de una fiesta de María a quien quería mucho, expresó que entregaba su vida por la Iglesia, por la Obra, por Nazaret. En Alejandra se cumplió la Palabra de Dios: “Aunque nuestro hombre exterior se vaya destruyendo, nuestro hombre interior se va renovando día a día. Nuestra angustia, que es leve y pasajera, nos prepara una gloria eterna que supera toda medida. Porque no tene­mos puesta la mirada en las cosas visibles, sino en las invisi­bles: lo que se ve es transitorio, lo que no se ve es eterno”. (2  Cor.4,16-18) Orando, una hermana sintió que Alejandra le hablaba desde la comunión de los santos: “¡Soy tan feliz aquí en el Reino!.¡Qué alegría es estar junto al Padre!. Nada en la tierra se compara al gozo que  aquí se vive. Todo sufrimiento aunque fue mucho no fue nada; fue un suspiro en este mar de Amor y Alabanzas.”

Caminen firmes a la Patria Celestial. ¡No se detengan!. ¡Esto es hermoso, inefable!. ¡Gloria a Dios!.”

P. Ricardo

Publicado en la Revista Cristo Vive ¡Aleluia! N°91 – Abril 1994