Una jueza cordobesa se dedica a defender los derechos de las mujeres y, en una charla con Cristo Vive, ¡Aleluia!, habló sobre su lucha y su búsqueda de vivir en su profesión lo que Dios le pide.

Ángeles Palacio se sorprendió gratamente cuando leyó en 2014 que el papa Francisco había definido a la trata de personas como un “crimen de lesa humanidad”. Precisamente ese era el título de uno de los capítulos de un libro suyo recientemente editado y ella se alegró por la coincidencia.

Su sorpresa se convirtió en asombro cuando semanas más tarde vio que un documento de la Academia Pontificia de Ciencias sobre la trata citaba directamente su libro. Ella, entonces, ató cabos y recordó que tiempo atrás le había hecho llegar un ejemplar al pontífice. “Como deben hacer miles de escritores y profesionales de todo el mundo”, pensó. Pero, por gracia de Dios, su trabajo fue leído en detalle por Francisco, quien decidió recomendarlo a la Academia.

No fue esa la primera vez que Ángeles se vio sorprendida por el accionar de Dios en su profesión. En varias oportunidades se encontró lanzada a lugares de protagonismo inesperados, incluso en algunas portadas de medios nacionales, donde tuvo que defender con firmeza valores humanos y del Evangelio.

Ella está casada, es madre de cuatro hijos, tiene 55 años, lleva 32 de participación en el Movimiento de la Palabra de Dios y siente que su profesión está íntimamente ligada a su camino de fe. “Sentí desde joven que tenía que servir al Señor a través de mi carrera –dijo en una entrevista con Cristo Vive, ¡Aleluia!–. Me siento llamada a poner todas mis capacidades, mi habilidad para resolver conflictos y lo mejor de mí al servicio del Reino”.

Como vocal de la Cámara del Crimen en Córdoba tiene en sus manos la suerte de muchas personas que pueden terminar pasando el resto de sus días en la cárcel o quedar en libertad, pero también trabaja en el rescate de chicas víctimas de la trata de personas, uno de los temas que más la preocupa y sobre el que está haciendo su doctorado en la Universidad de Córdoba. “Aunque paso mucho tiempo de mi día en el ‘lado oscuro de la vida’, tengo esperanza en el ser humano y en su capacidad de generar cosas buenas, de levantarse y salir fortalecido aun en los peores momentos”, afirmó.

Cristo Vive: ¿Cómo decidió postularse como jueza?

Ángeles Palacio: Mi experiencia es que el Señor está más apurado que yo en mi propia carrera. En 2006 estaba discerniendo si presentarme o no a los exámenes como magistrada porque es un proceso muy extenuante. Un día, luego de varias horas de estudio, me fui a acostar y vi el Evangelio sobre la mesa de luz. Decidí abrirlo y sentí que allí estaba la respuesta a todas mis dudas. Era un pasaje de Éxodo 18, donde el suegro le dice a Moisés cómo debe seleccionar los jueces y le da una serie de consejos. Sentí que ese era el verdadero “examen” que el Señor quería que aprobase ante Él: ser una persona de virtud, aborrecer la avaricia, ser temerosa de Dios. Ahí tuve la certeza de que Él me sellaba en mi vocación de jueza.

TIENE EN SUS MANOS LA SUERTE DE MUCHAS PERSONAS QUE PUEDEN TERMINAR PASANDO EL RESTO DE SUS DÍAS EN LA CÁRCEL O QUEDAR EN LIBERTAD.

CV: ¿Y cómo fue adentrarse en la cuestión de la trata de personas?

AP: Como jueza de niñez había tenido varias intervenciones en rescatar a chicas de prostíbulos. Por eso, en 2010, una editorial me invitó a hacer un libro sobre la trata. Pero las experiencias que conocí me golpearon mucho y me costaba ponerme a escribir. Siempre que puedo voy a misa diaria y uno de esos días, providencialmente, se conmemoraba a una santa africana canonizada hace pocos años, Sor Bakhita. El sacerdote habló de ella: nació en 1869 en Sudán, fue víctima de la trata de esclavos, llevada a Italia y alejada de todos los suyos, pero hizo un camino de santidad conmovedor. Su historia me impactó y le pedí que me ayudara a escribir. A los pocos días, en otra providencia inesperada, una amiga me mandó casualmente la película con la historia de sor Bakhita. Así fue como pude ponerme a escribir desde ese lugar interior de lo que sufren las víctimas. Y ese fue el libro que le envié al Papa.

CV: ¿Cómo siguió el vínculo con la Academia Pontificia de Ciencias tras la inclusión de su libro en el documento?

AP: El año pasado tuve ocasión de conocer en Roma a monseñor Marcelo Sánchez Sorondo, director de esa Academia, y, entre otras cosas, le comenté que sentía que el Vaticano debía designar a Sor Bakhita como patrona de la lucha contra la trata de personas. Me respondió que en realidad habían pensado en otras santas y yo insistí. Le expliqué que ella había sido sometida a la esclavitud, que era africana y llevaba en su cuerpo las marcas de esa tragedia, y que entonces muchas víctimas podrían sentirse identificadas con ella. Meses más tarde me avisaron desde el Arzobispado que mi sugerencia había sido aceptada por Roma, que la instituían como patrona y el 8 de febrero como Día de la lucha contra la trata.

CV: ¿Qué es lo que más le impactó de los casos que conoció?

AP: Para mí lo más fuerte es la pérdida de identidad. Cuando alguien empieza a ser sometido por otros en cuestiones sexuales o laborales, vive un proceso de despersonalización. Primero pasa por un período de “ablande” en el que lo llevan a tomar conciencia de su vulnerabilidad, a vivir con miedos permanentes, a perder la capacidad de manejar la propia vida. Luego viene la etapa de la dominación. Es un juego muy perverso porque convencen a las víctimas de que están ahí porque quieren y de que en definitiva no las tratan tan mal. Así se hacen totalmente dependientes de su dominador y hasta pueden experimentar el síndrome de Estocolmo, un fuerte vínculo afectivo con el secuestrador. Por último es muy frecuente la pérdida total de identidad. Yo tuve casos de muchas chicas que ni siquiera podían reconocerse frente a un espejo. Es algo terrible.

CV: ¿Cómo surgió la idea de considerarlo un delito de lesa humanidad? Ese concepto normalmente se aplica para los ataques generalizados o sistemáticos contra la población civil, como es el caso de un genocidio. Pero no se utiliza para delitos comunes.

AP: Claro. Pero ya hay muchos autores con un concepto más amplio que considera a los delitos que demuestran un total, absoluto e indiscriminado desprecio por la condición humana como de lesa humanidad. Los daños que provoca la trata de personas son muy graves. El tiempo que le lleva salir adelante a alguien que ha sido víctima de abuso sexual en algún momento de su vida es larguísimo. Ahora hay que multiplicar ese sufrimiento por cientos de veces, por cientos de abusos en cuestión de días. Es algo tan aberrante, tan espantoso, que agravia a toda la humanidad. Por eso sostengo esa tipificación.

CV: En uno de sus fallos tuvo que enfrentar una oposición muy grande cuando los dueños de los prostíbulos argumentaron que las chicas estaban “trabajando” en sus locales.

AP: Esa resolución generó mucho revuelo y me asusté un poco cuando me empezaron a llamar los medios de todo el país. Una mitad de los especialistas coincidía conmigo y la otra se oponía. Lo que yo dictaminé es que el comercio sexual no es trabajo. Todas las condiciones en las que se realiza ese “trabajo” son inhumanas. Las chicas se encuentran alejadas de cualquier relación familiar y de afecto, separadas de sus hijos y amigos. Son condiciones similares a la esclavitud.

CV: ¿Y qué sucede en los casos de chicas que ejercen la prostitución por su cuenta?

AP: Por supuesto que también hay casos de acciones privadas en las que no se podría hablar de delito, según las normas vigentes. Pero el análisis queda incompleto si no se cuestiona el tema de fondo de la prostitución. Con toda la liberalidad sexual que hay en este país, ¿por qué alguien necesita pagar para tener sexo? Es que en el fondo no se paga por sexo, sino por una relación de dominación sobre alguien vulnerable y necesitado de dinero, y eso es un daño gravísimo que se hace al otro en su condición de ser humano.

CV: Algunos podrían argumentar: “Es la profesión más vieja del mundo”.

AP: Sí. También desde que se tiene memoria existió el abuso infantil, la eliminación de niños defectuosos o la esclavitud. Son lastres con los que la humanidad convivió desde sus comienzos y durante siglos y que, en determinado momento, gracias a que se comprendió la dimensión social del drama, dejaron de ser tolerables. Entonces, en lo que hay que trabajar primero es en llevar a la sociedad al reconocimiento de que hay un problema, y luego darle una respuesta legal a la cuestión.

CV: Sus dictámenes tocan los intereses de gente muy poderosa. ¿Cómo se maneja para tomar decisiones que los involucran?

AP: Siempre que tengo que pronunciar un fallo importante lo llevo a la oración para tratar de oír al Espíritu Santo. Hubo un caso de una joven víctima de trata que me obligaba a denunciar a un importante ministerio cordobés y decir que el Estado había vulnerado los derechos de esa chica. Mi dictamen podía poner en riesgo toda mi carrera judicial. En oración, le dije al Señor: “Si yo me involucro con esta gente, nunca más voy a tener posibilidades de ascender”. Pensé entonces en una solución conciliatoria, traté de hablar con el ministro y anticiparle mi decisión, pero fue imposible comunicarme. Y, contrariamente a lo que temía, tras conocerse mi fallo no solo no hubo una reacción negativa sino que el ministro pasó a tomarme como referencia para consultarme sobre los nuevos casos que aparecían, para no volver a cometer el mismo error.

CV: ¿Cómo hace para pasar tanto tiempo de su día metida en el “barro” de las circunstancias humanas y no salir perturbada?

AP: La realidad es que no soy inmune y salgo perturbada. A veces pienso en Sor Bakhita, que tenía la espalda marcada por los latigazos recibidos a lo largo de su vida. Yo también llevo mis pequeñas “heridas” en el alma. Pero, al mismo tiempo, soy consciente de que si me dejo contagiar demasiado por lo que le pasa al otro, no puedo ayudarlo. Solo me largaría a llorar en lugar de darle lo que necesita de mí como profesional de la Justicia. Por supuesto que el hecho de tener el apoyo de mi esposo y mi familia, una comunidad de fe, la fraternidad de abogados1, la misa diaria y toda la gente que ora por mí, me sostiene mucho. Son redes que me contienen y sostienen. Y, fundamentalmente, me guía la convicción de que vale la pena seguir trabajando para reparar la dignidad herida de tantas personas. Creo que es una buena causa gastar mi vida por la búsqueda de la justicia y la paz.

Por Rubén Guillemí

ALGUNAS CIFRAS DE LA EXPLOTACIÓN

En su último informe, la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) determinó que, aunque la mayoría de las víctimas de la trata son objeto de explotación sexual, cada vez se detectan con más frecuencia otras formas de explotación. La trata con fines de trabajo forzoso –una amplia categoría que incluye, por ejemplo, los sectores de fabricación, limpieza, construcción, restauración, trabajo doméstico y producción textil– ha aumentado de manera incesante en los últimos años.
Se observan diferencias regionales notables en cuanto a las formas de explotación. Mientras que en Europa y Asia Central la trata con fines de explotación sexual es la principal forma detectada, en Asia Oriental y el Pacífico es la explotación con fines de trabajo forzoso. En América se detectan porcentajes casi idénticos de ambos tipos de trata. En Argentina, según el informe elaborado por la Procuraduría de Trata y Explotación de Personas (Protex), a cargo del fiscal Marcelo Colombo, entre julio de 2015 y febrero de este año hubo 1079 denuncias en la línea 145, dedicada a este tipo de denuncias. De ellas, 480 eran casos de mujeres obligadas a prostituirse en locales bailables y whiskerías, en departamentos privados o incluso en la vía pública. Luego, el 19% de las denuncias hechas estuvo relacionado con la trata laboral.

1- La fraternidad de abogados del Movimiento de la Palabra de Dios es el nombre que recibe el grupo de profesionales y estudiantes de Derecho que se reúnen habitualmente en un espacio de oración y discernimiento para encontrar caminos de verdad y justicia.

N. del R.: Para profundizar más en el tema se puede consultar la nota “La esclavitud del siglo XXI” publicada en Cristo Vive, ¡Aleluia! Nº 184.

PUBLICADO EN REVISTA CRISTO VIVE ¡ALELUIA! Nº 205 (NOV-DIC 2016)