En la Biblia se presenta la imagen de dos familias que hacen su peregrinación hacia la casa de Dios: Elcaná y Ana llevan a su hijo Samuel al templo de Siló y lo consagran al Señor (Cf. 1 Sam 1,20-22,24-28), y, del mismo modo, José y María, junto con Jesús, van hacia Jerusalén para la fiesta de Pascua (Cf. Lc 2,41-52).

En ambos casos, la peregrinación hacia estos lugares la hace toda la familia. Papá, mamá e hijos van juntos a la casa del Señor para santificar la fiesta con la oración. Es una lección importante para nosotros: la vida de la familia es un conjunto de pequeñas y grandes peregrinaciones.

ACOMPAÑAR CADA DÍA

María y José enseñaron a Jesús a decir sus oraciones. Y esto es una peregrinación, la de educar en la oración. Durante la jornada rezaban juntos y el sábado iban todos a la sinagoga para escuchar las Escrituras de la Ley y los Profetas y alabar al Señor con todo el pueblo.

Es importante para nuestras familias caminar juntos hacia una misma meta. Hay un itinerario común que recorrer, un camino con dificultades, pero también con momentos de alegría y de consuelo.

En esta peregrinación de la vida compartimos el tiempo de oración. ¿Qué puede ser más bello para un padre y una madre que bendecir a sus hijos al comienzo del día y cuando este concluye? Hacer en su frente la señal de la cruz como el día del bautismo. Bendecirlos, es decir, encomendárselos al Señor, como hicieron Elcaná y Ana, José y María, para que Él sea su protección y su apoyo en los distintos momentos del día.

Es importante para la familia encontrarse también en un breve momento de oración antes de comer juntos, para dar las gracias al Señor por esos dones y para aprender a compartir lo que hemos recibido con quien más lo necesita. Son pequeños gestos que expresan el gran papel formativo que la familia desempeña en la peregrinación de cada día.

LA VIDA DE LA FAMILIA ES UN CONJUNTO DE PEQUEÑAS Y GRANDES PEREGRINACIONES.

DESCUBRIR LOS FRUTOS Y PONERLOS EN PRÁCTICA

Luego de aquella visita, Jesús volvió a Nazaret junto con sus padres (Cf. Lc 2,51). La peregrinación no termina cuando se llega a la meta del santuario, sino cuando se regresa a casa, se reanuda la vida de cada día, y se ponen en práctica los frutos espirituales de la experiencia vivida. Aquella vez, Jesús, en lugar de volver a su casa, se había quedado en el templo de Jerusalén, y María y José, que no lo encontraban, se preocuparon. Por esta “aventura” probablemente también Jesús tuvo que pedirles disculpas a sus padres. La pregunta que le hace María, además, manifiesta cierto reproche y muestra claramente la preocupación y angustia que sentía con José. Al regresar, Jesús permaneció cerca de ellos para demostrar todo su afecto y obediencia.

Toda familia cristiana es un lugar privilegiado para esta peregrinación de la vida en la que se experimenta la alegría del perdón y la posibilidad de demostrar amor y obediencia. El perdón es la esencia del amor, que sabe comprender el error y poner remedio. En la familia se nos educa en el perdón porque allí se tiene la certeza de ser comprendidos y apoyados, más allá de los errores que se puedan cometer.

No debemos perder la confianza en nuestra familia. Es hermoso abrir siempre el corazón unos a otros, sin ocultar nada. Donde hay amor, allí también hay comprensión y perdón. Esta peregrinación doméstica cotidiana, esta misión importante de educación y acompañamiento de la que el mundo y la Iglesia tienen más necesidad que nunca, queda en manos de nuestras familias, para que la desarrollen acompañadas por el Espíritu y el ejemplo de la Sagrada familia.

Francisco*

*Extracto de una homilía del 27 de noviembre de 2015.

PUBLICADA EN REVISTA CRISTO VIVE ¡ALELUIA! Nº 205 (NOV-DIC 2016)