Cuando nos anunciaron el Capital del Señor, sentí en el corazón la propuesta de Dios de diezmar. No entendía mucho y por momentos pensaba que era algo típico de una secta y que yo no quería participar de eso. Ofreciéndole estas ideas al Señor en la oración fui comprendiendo que como el Movimiento de la Palabra de Dios es un lugar que yo quiero construir, entonces tengo que sostenerlo, no solo desde mi participación comunitaria, la oración y servicio, sino también desde el aporte económico.
Me asaltaban pensamientos del Mal que no quería que el Padre pudiera disponer de mí y de mis bienes. Pero yo privilegiaba en mi decisión la certeza de que al Señor le pertenece mi vida y de que, por eso, Él dispone de mi bolsillo.
Cuando tomé la decisión de comenzar a aportar en el Capital del Señor, mi único ingreso eran $50 por mes. El diezmo no era mucho, solo $5, pero como la ofrenda de la viuda, el Señor me lo pedía. No era mucho, pero para mí, en mi situación económica, sí lo era.
Después empecé a trabajar y fue aumentando el sueldo. Pero siempre tuve la conciencia de que mi sueldo era de Dios, y que yo era una simple administradora del 90%, no del 100%.
En un momento tuve la necesidad de renunciar al trabajo que tenía y buscar otro que me ayudara desde lo económico a sostener el proceso de sanidad al que Dios me iba invitando.
Más tarde, recibí por providencia de Dios la posibilidad de elegir entre dos trabajos muy buenos, y empecé a cobrar un sueldo considerable y también a hacerme cargo de mis gastos.
Frente a esta situación me pregunté nuevamente si tenía que seguir diezmando porque quizás era mejor que aportara solo lo necesario. Delante del Señor volvía a reconocer cuál era la invitación: lo máximo, que para mí era diezmar.
Hubo un mes en el que tenía que dar el adelanto para participar de una Convivencia de verano. Una mañana, camino al trabajo, pensaba en que ese mes no aportaría porque necesitaba esa cantidad para el adelanto. En seguida sentí que el dinero del adelanto no tenía que salir del diezmo, que si María quería que yo fuera ese año, iba a ser providente. Con la decisión de sostener el diezmo, llegué al jardín. Al rato la directora me comunicó que habían reconocido un cargo y que me lo daba a mí, y eso significaba un aumento de sueldo importante.
Los ingresos siguieron aumentando, más aún cuando empecé a trabajar doble jornada. Nuevamente me pregunté si debía seguir diezmando. Cada vez el importe del diezmo era mayor. Yo tenía proyectos de ahorros, y si diezmaba en vez de aportar, podía ahorrar menos. Me lo pregunté, lo conversé con mis coordinadores y se lo pregunté a Dios. La respuesta que sentí en el corazón siguió siendo la misma: “diezmá”.
En lo práctico, cada vez que cobro, lo primero que hago es separar el aporte del Señor, y después administro. En lo interior, es un constante discernimiento; se actualiza todo el tiempo. Seguramente si la propuesta hubiese llegado cuando trabajaba dos turnos, no sé si habría diezmado. Creo que aprendí a ser fiel en lo poco, para poder ser fiel en lo mucho. Pero definitivamente no es mérito mío, sino de la gracia que me hace ser consciente de que todo lo que recibí y recibo es por generosidad de Dios y de que este es el lugar de Iglesia donde quiero vivir. Porque en definitiva, la evangelización de los bienes tiene que ver con esa conciencia, y el aporte al Capital del Señor, con mi identificación con el carisma del Movimiento de la Palabra de Dios. Así lo descubrí y lo vivo.
Mariana Vicario
Centro Pastoral Flores Janer
Capital Federal
* El Capital del Señor está conformado con los aportes voluntarios y sostenidos a lo largo del tiempo de los miembros del Movimiento y desde él se responde a las necesidades económicas misionales de la Obra.
Publicado en la Revista Cristo Vive Nº 179.