Foto de archivo: Eli, Susana Ortigoza, Gustavo Quiñonez y Adriana Castro. Equipo pastoral de Paraguay y Chaco.

Elizabeth Graciozo partió a la casa del Padre el 3 de diciembre de 2012. Formó parte de la comunidad de Nazaret femenino que se fundó en Asunción del Paraguay en el año 1998. En febrero de 2010, ante la declaración de una enfermedad terminal debió trasladarse a su ciudad natal, Córdoba, en la Argentina. Gustavo, un hermano de los inicios de los grupos del Paraguay, fue testigo de la gracia de Dios en el servicio de Eli.

Quiero expresar lo que experimenta mi corazón ante la llegada de Eli. Porque siento que no “partió”; esto es en realidad una “llegada” al Buen Pastor que la está abrazando. En ese eterno abrazo de amor con su amado, también me siento yo abrazado porque en gran medida soy parte de Eli.
Como muchos de los que se iniciaron en esta tierra de misión, estoy marcado a fuego por el amor y el cuidado que nos ha prodigado la comunidad de Nazaret Femenino.
En aquellos gloriosos años, el Señor nos envió un “trípode nazareno” que hizo cimiento en la alianza del amor comunitario. ¡Cuánto fruto generó ese amor, que ante la dificultad buscaba amarse más! ¡Amor que, hasta hoy, impulsa a Nazaret y es vivido allí!
Estoy seguro de que Eli se sentía totalmente paraguaya. El tereré reemplazó su mate, amaba esta tierra tanto como la suya, la defendió y la fue conquistando sobre la base del anuncio, la entrega y los pastoreos. ¡Cuántos diálogos pastorales en el jardín de María…! ¡Cuántos tererés compartí con ella! Como matrimonio, Elvira y yo podíamos entrar y salir de su corazón con una libertad enorme. No había prejuicios ni barreras: era una puerta abierta por la que se podía entrar sonriendo y por donde se salía gozoso.
Muchos de los textos bíblicos los viví con Eli: compartió mis tristezas y mis buenos momentos, mis debilidades y mis conquistas, mis penosos límites y mis alabanzas… ¡siempre, como si ella misma los viviera!
Fui testigo cercano de cómo se desgastó con amor acompañando a los matrimonios (especialmente a los que más precisaban sostén): recibiéndolos, recatándolos, buscando la voluntad de Dios y orando. No me cabe duda de que algunos sostuvieron su compromiso de amor del uno con el otro por la mediación de esta hermana.
En mi corazón hay cierta confusión: no puedo ordenar mi sentir, pero tengo la conciencia de que soy parte de ella y, por eso, reconozco que estoy con Eli y que ella está conmigo.
El Padre Ricardo nos enseñó que “al amor se lo conoce amando”… Siento que esta frase sintetiza la misión de Eli: nos amó y se entregó por nosotros hasta dar la vida.
Sus huellas son las que se hacen pisando tierra sagrada… Eso es lo que fue para Eli caminar por esta tierra guaraní. Sus pisadas fueron cuidadosas, suaves, sencillas, amorosas… como las de quien cuida la tierra y se hace parte de ella.
Hoy me pregunto si puedo imaginar la dimensión de su entrega y me queda claro que no fue solo una nazarena misionera, no fue solo alguien que vino a ayudarnos o a hacernos crecer en la fe… Ella vino a ser una de nosotros, nos enseñó a vivir lo que anunciaba con su vida, a buscar la voluntad de Dios mientras lo buscaba, a gastarse y a desgastarse por amor hasta consumirse. Esa es Eli.
¡No puedo estar triste porque su ausencia está llena de vida! También soy consciente de que contamos con el privilegio de tener una intercesora que nos conoce muy bien a todos y a nuestros corazones, por lo tanto, intercede en forma eficaz y plena.
Le pido a Jesús que la entrega de Eli por nosotros nos inquiete hasta el punto de pisar como ella: dejando huellas de vida en otros. ¡Alabemos al Señor que recibe en su corazón el nuestro! ¡Él es nuestro consuelo y alegría! ¡Bendito sea por siempre!

Gustavo Quiñonez*

*Gustavo es uno de los responsables pastorales de la zona de Asunción, Paraguay, y compartió el servicio general con Eli, en aquella zona pastoral.

Publicado en Revista Cristo Vive ¡Aleluia! Nº 186 – MAR-ABR 2013