«En un niño se enciende la chispa de la ternura de Dios». Francisco
En este mundo, en donde el desconcierto y la desazón parecen ser lo más común, una vez más el nacimiento del Niño Dios nos acerca a la fuente de nuestra esperanza: “Porque gracias al misterio de la Palabra hecha carne, la luz de tu gloria brilló ante nuestros ojos con nuevo resplandor, para que, conociendo a Dios visiblemente lleguemos al amor de lo invisible”, reza una plegaria de Navidad.
Así, mientras la desconfianza y la agresión toma espacio entre los pueblos, como se relata en el artículo de los Mártires de Amazonia, la ternura de Dios se hace presente en los hombres y mujeres que deciden vivir según el Evangelio. Esos son los testimonios que podemos leer en Nacer en la intimidad, Alegría que no tiene fin y Cuando el amor gana.
En la cultura del vértigo digital, se puede caer en la trampa de lo instantáneo y de las respuestas inmediatas, sin darnos cuenta de que las cosas, las personas o las situaciones por resolver tienen un proceso y que saber esperar puede alcanzarnos la paz que a veces nos roba el asedio de tantas pantallas y ventanas abiertas. Eso leemos en Adictos a la tecnología.
En este nuevo Adviento, abrámonos a la presencia secreta de Dios en las tareas sencillas de cada día, en el hogar, en la familia, en el diálogo, en el trabajo y en las calles; de esta manera, “un nuevo cielo y una nueva tierra colmarán nuestro anhelo [de felicidad] sin medida” (H.L.). Es hora de sacudirnos el polvo de la confusión de valores que crea El relativismo cotidiano, en donde cada uno “crea su verdad” y el hombre se hace dios de sí mismo, algo que nos anuncia el Padre Ricardo.
Te rogamos, poderoso Señor de nuestra historia, que no tardes en venir gloriosamente; que tu luz resplandeciente y tu victoria inunden nuestra vida eternamente. Amén.
Laura di Palma