31 de Julio de 2002
Centro Mariano “ARCA DE LA NUEVA ALIANZA” (M.P.D.)
“Y apareció en el cielo un gran signo:
una Mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce
estrellas en su cabeza.” (Ap. 12,1).
“Deseo que propaguen mis mensajes por todo el mundo.”
(Cuenca, mens.67)
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ANUNCIO: Homilía del Papa en la canonización de Juan Diego
«¡Yo te alabo, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! ¡Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien!» (Mateo 11, 25).
Queridos hermanos y hermanas: Estas palabras de Jesús en el evangelio de hoy son para nosotros una invitación especial a alabar y dar gracias a Dios por el don del primer santo indígena del Continente americano.
Con gran gozo he peregrinado hasta esta Basílica de Guadalupe, corazón mariano de México y de América, para proclamar la santidad de Juan Diego Cuauhtlatoatzin, el indio sencillo y humilde que contempló el rostro dulce y sereno de la Virgen del Tepeyac, tan querido por los pueblos de México.
¿Cómo era Juan Diego? ¿Por qué Dios se fijó en él? El libro del Eclesiástico, como hemos escuchado, nos enseña que sólo Dios «es poderoso y sólo los humildes le dan gloria» (3, 20). También las palabras de San Pablo proclamadas en esta celebración iluminan este modo divino de actuar la salvación: «Dios ha elegido a los insignificantes y despreciados del mundo; de manera que nadie pueda presumir delante de Dios» (1 Co 1, 28.29).
Es conmovedor leer los relatos guadalupanos, escritos con delicadeza y empapados de ternura. En ellos la Virgen María, la esclava «que glorifica al Señor» (Lucas 1, 46), se manifiesta a Juan Diego como la Madre del verdadero Dios. Ella le regala, como señal, unas rosas preciosas y él, al mostrarlas al Obispo, descubre grabada en su tilma la bendita imagen de Nuestra Señora.
«El Acontecimiento Guadalupano —como ha señalado el Episcopado Mexicano— significó el comienzo de la evangelización con una vitalidad que rebasó toda expectativa. El mensaje de Cristo a través de su Madre tomó los elementos centrales de la cultura indígena, los purificó y les dio el definitivo sentido de salvación» (14.05.2002, n. 8). Así pues, Guadalupe y Juan Diego tienen un hondo sentido eclesial y misionero y son un modelo de evangelización perfectamente inculturada.
«Desde el cielo el Señor, atentamente, mira a todos los hombres» (Sal 32, 13), hemos recitado con el salmista, confesando una vez más nuestra fe en Dios, que no repara en distinciones de raza o de cultura. Juan Diego, al acoger el mensaje cristiano sin renunciar a su identidad indígena, descubrió la profunda verdad de la nueva humanidad, en la que todos están llamados a ser hijos de Dios en Cristo. Así facilitó el encuentro fecundo de dos mundos y se convirtió en protagonista de la nueva identidad mexicana, íntimamente unida a la Virgen de Guadalupe, cuyo rostro mestizo expresa su maternidad espiritual que abraza a todos los mexicanos. Por ello, el testimonio de su vida debe seguir impulsando la construcción de la nación mexicana, promover la fraternidad entre todos sus hijos y favorecer cada vez más la reconciliación de México con sus orígenes, sus valores y tradiciones.
¡Bendito Juan Diego, indio bueno y cristiano, a quien el pueblo sencillo ha tenido siempre por varón santo! Te pedimos que acompañes a la Iglesia que peregrina en México, para que cada día sea más evangelizadora y misionera. Alienta a los Obispos, sostén a los sacerdotes, suscita nuevas y santas vocaciones, ayuda a todos los que entregan su vida a la causa de Cristo y a la extensión de su Reino.
¡Dichoso Juan Diego, hombre fiel y verdadero! Te encomendamos a nuestros hermanos y hermanas laicos, para que, sintiéndose llamados a la santidad, impregnen todos los ámbitos de la vida social con el espíritu evangélico. Bendice a las familias, fortalece a los esposos en su matrimonio, apoya los desvelos de los padres por educar cristianamente a sus hijos. Mira propicio el dolor de los que sufren en su cuerpo o en su espíritu, de cuantos padecen pobreza, soledad, marginación o ignorancia. Que todos, gobernantes y súbditos, actúen siempre según las exigencias de la justicia y el respeto de la dignidad de cada hombre, para que así se consolide la paz.
Amado Juan Diego, «el águila que habla»! Enséñanos el camino que lleva a la Virgen Morena del Tepeyac, para que Ella nos reciba en lo íntimo de su corazón, pues Ella es la Madre amorosa y compasiva que nos guía hasta el verdadero Dios. Amén.(De la homilía de Juan Pablo II en la canonización de Juan Diego el 31-7-02 en el Santuario de Guadalupe).
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LOS HECHOS
El descubrimiento y la colonización de América llevan casi 40 años. Corre el año 1531. Españoles e indios están enfrentados. Se impone una colonización por la fuerza del poder y las armas. La colonización es también portadora de cultura y evangelización. A pesar del esfuerzo religioso y educativo de los misioneros, la evangelización se hace costosa. La conversión de los indígenas es lenta.
Antes de su ascensión a los cielos, María había sido dejada por Jesús junto a su Iglesia naciente para participar de la evangelización de los pueblos y naciones. En otras ocasiones hemos hablado de esto. María deja Israel, acompaña a Juan a Efeso y está en los comienzos de la evangelización del mundo.
Desde Pentecostés es Madre de la Iglesia. Y como tal cuida de la Iglesia y de su misión en los y en toda su historia. Para la evangelización, ella misma interviene con gestos celestiales que, siendo sencillos, tienen la fuerza y la gracia de su presencia. Generalmente este hecho queda localizado en un Santuario desde el cual María sigue obrando un raudal de gracias.
Y María, no estuvo ausente en la misión que a la Iglesia se le abría con el descubrimiento de América. Podemos ver el acontecimiento escrito por un indio culto, Valeriano, entre 1545 y 1550 en náthuatl, lengua indígena.
En el mes de diciembre de 1531, un indio de nombre Juan Diego iba camino del culto cristiano. Al llegar al cerrillo Tepeyac oyó cantar deliciosamente a un conjunto de pájaros. Se paró para escuchar y oyó que lo llamaban: “Juanito, pequeño Juan Diego”.
Juan Diego subió al cerrito y se encontró con una Señora de presencia, hermosura y grandeza sobrenatural. La Señora se presentó y le dijo: “Sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen santa María, Madre del verdadero Dios, por quien se vive; del Creador en quien está todo, Señor del cielo y de la tierra. Deseo vivamente que se me erija aquí un templo para, en él, mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy su piadosa madre; a ti, a todos ustedes, los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me amen, que invoquen y en mí confien, aquí oiré sus lamentos y remediaré todas sus miserias, penas y dolores.
“Y para realizar lo que mi clemencia pretende, ve al palacio del obispo de México y le dirás que yo te envío a manifestarle lo que mucho deseo: Que aquí en el llano me edifique un templo. Le contarás puntualmente cuanto has visto y admirado, y lo que has oído. Ten por seguro que te lo agradeceré bien y lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás mucho que yo recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo. Mira que ya has oído mí mandato, hijo mío, el más pequeño; anda y pon todo tu esfuerzo”.
Juan Diego se despidió de María y se presentó al obispo. El cual, después de escucharlo le dijo: “Otra vez vendrás, hijo mío, y te oiré despacio”.
Juan Diego se volvió triste y sin resultado a la cumbre del cerrillo. Por segunda vez María se hizo presente. Y después de escucharlo le dijo: “Te mando que otra vez mañana, vayas a ver al obispo. Dile que yo, en persona, la siempre Virgen santa María, Madre de Dios, te envía”.
Juan Diego se fue a descansar a su casa. Y al día siguiente, domingo, fue, escuchó misa y luego se hizo presente al Obispo.
El prelado le dijo que “era muy necesaria alguna señal para que pudiera creer que lo enviaba la misma Señora del cielo”.
Juan Diego volvió a encontrarse por tercera vez con María. Y la Señora le dijo: “Bien está, hijito mío. Volverás aquí mañana para que lleves al obispo la señal que te ha pedido; con eso te creerá y acerca de esto ya no dudará, ni de ti sospechará; y sabe, hijito mío, que yo te pagaré tu cuidado y el trabajo y cansancio que por mí has hecho. Ea, vete ahora que mañana te aguardo aquí”.
Juan Diego encontró gravemente enfermo a su tío Juan Bernardino. Por lo cual, al día siguiente quiso evitar encontrarse con la Señora, para buscar un sacerdote para su tío.
Pero María se le hizo presente inesperadamente. Y después de escuchar su disculpa le dijo: “no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella; está seguro de que ya sanó”.
Y luego le añadió: “Sube, hijo mío, el más pequeño, a la cumbre del cerrillo; donde me viste y te di órdenes. Hallarás que hay diferentes flores; córtalas, júntalas, recógelas; en seguida baja y tráelas a mi presencia”. Al punto subió Juan Diego al cerrillo y cuando subió a la cumbre se asombró mucho de que hubieran brotado tantas variadas y exquisitas rosas de Castilla, antes del tiempo en que se dan, porque era época de heladas, estaban muy fragantes y llena de rocío de la noche, que semejaban perlas preciosas. Luego empezó a cortarlas, las juntó y las echó en su regazo.
María entonces exclamó: “Hijo mío, el más pequeño, esta diversidad de rosas es la prueba y señal que llevarás al obispo. Le dirás en mi nombre que vea en ellas mi voluntad y que él tiene que cumplirla”.
Juan Diego entró en la casa del obispo, se arrodilló delante de él, como las otras veces y contó de nuevo todo lo que había visto y admirado, y también el mensaje que traía.
“La Señora del cielo, santa María, Madre preciosa de Dios, me mandó a la cumbre del cerrillo, donde antes la había visto, a que fuese a cortar varias rosas de Castilla. Después que fui a cortarlas, las traje abajo; las tomó con sus manos y de nuevo las echó en mi regazo, para que te las trajera y a ti en persona te las diera. Aunque yo sabía bien que la cumbre del cerrillo no es lugar en que se den flores, porque sólo hay muchos riscos, abrojos, espinas, nopales y mezquites, no por eso dudé. Cuando iba llegando a la cumbre del cerrillo, vi que estaba en el paraíso, donde había juntas todas las varias y exquisitas rosas de Castilla brillantes de rocío, que enseguida fui a cortar.
“Ella me dijo por qué te las había de entregar, y así lo hago, para que en ellas veas la señal que pides y cumplas su voluntad; y también para que aparezca la verdad de mi palabra y de mi mensaje. Aquí están, recíbelas. Desplegó entonces su blanca manta, pues tenía en su regazo las flores; y cuando se esparcieron por el suelo todas las diferentes rosas de Castilla, se dibujó en ella y apareció de repente la preciosa imagen de la siempre Virgen santa María, Madre de Dios, de la manera que está y se guarda hoy en su templo del Tepeyac, que se nombra Guadalupe”.
Juan Diego señaló, después, donde debía levantarse el templo y partió para ver a su tío enfermo. Al llegar, lo encontró sano y contento.
El tío manifestó que había visto a María y la Señora le dijo “que cuando él fuera a ver el obispo, le revelara lo que vio y de qué manera milagrosa le había ella sanado. Y que su bendita imagen se había de llamar la siempre Virgen santa María de Guadalupe”.
El relato concluye diciendo: “El obispo trasladó a la iglesia mayor la santa imagen de la amada Señora del cielo; la sacó del oratorio en su palacio, donde estaba para que toda la gente la viera y admirara su bendita imagen. La ciudad entera se conmovió: venían a ver y admirar a su devota imagen y a hacerle oración. Mucho les maravillaba que se hubiese aparecido por milagro divino; porque ninguna persona de este mundo pintó su preciosa imagen”. La manta en que milagrosamente quedó fijada la imagen de María de Guadalupe, era el abrigo de Juan Diego. En aquel tiempo, era de ayate, la ropa de abrigo de todos los indios pobres. Sólo los nobles, los principales y los guerreros se vestían y ataviaban con una manta blanca de algodón.
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MARÍA Y EL MUNDO
El significado del Acontecimiento Guadalupano
Las fuentes históricas nos hablan de una situación dramática a principios de la historia de la Evangelización en América, de la desesperanza y frustración trágica por parte de los indios, y de la dificultad para transmitir el anuncio evangélico por parte de los misioneros españoles. Entonces sucede algo imprevisto: uno de aquellas “intervenciones del Señor en el tiempo”, una gracia inesperada, de las que es rica la historia de la Iglesia.
Según las fuentes indígenas, mixtas y “españolas”, en 1os primeros días de diciembre de 1531 en el cerro de Tepeyac (o Tepeyacac), un cerro consagrado al culto de la diosa azteca Tonantzin y lugar culto según las concepciones religiosas de los antiguos pueblos mexicanos, al margen de la gran laguna de México, la Madre de Dios se aparece a un indio, neófito cristiano, de unos 50 años, Juan Diego Cuauhtlatoatzin (“Cuauhltatoa” en lengua náhuatl significa “el águila que habla”), que se encaminaba a la ciudad o a la misión franciscana. Juan Diego habría sido uno de los primeros indios bautizados por los primeros misioneros franciscanos de México. El vidente fue el mensajero de Santa María ante el obispo electo de México Zumárraga, quien habría solicitado “una prueba” de la autenticidad del mensaje. La prueba que la Virgen le habría dado sería la historia conocida de las rosas recogidas por Juan Diego en aquel cerro en su “tilma” donde se habría pintado la imagen mestiza de Santa María. Aquella imagen fue desde entonces un catecismo misionero a través de los elementos culturales del valle del Anahuac. En el “ayate transformado de Juan Diego” los indios pudieron leer el significado de aquel Acontecimiento. Era como el parto de una nueva historia y el comienzo de una nueva “tradición” cultural cristiana, totalmente inculturizada en el pueblo mexicano y más ampliamente en los pueblos latinoamericanos.
Aquellos dos mundos hasta entonces desconocidos entre sí, y ahora enemigos, con todas las premisas para el odio o para la aceptación fatalista de la derrota por parte de unos, para el desprecio o la explotación por parte de otros, para las ambiciones y las rivalidades y las guerras civiles entre todos, se empezaron a reconocer en Santa María de Guadalupe, Madre de todos, que pide a través de Juan Diego que se constituya en aquel lugar una “casa, hogar” para todos. Se llegó así a un total arraigamiento de la fe cristiana en el mundo cultural mexicano. Es el nacimiento del pueblo católico mexicano y latinoamericano. El olvido de esta historia puede producir siempre nuevas rupturas y viejos antagonismos. Sólo el Acontecimiento cristiano puede constantemente alumbrar a un pueblo. Guadalupe y Juan Diego significan esto.
P. Fidel González, profesor de Historia de la Iglesia y presidente de la Comisión histórica de la causa de canonización de Juan Diego
(Zenit, 20-12-01)
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MENSAJE
El mensaje de Guadalupe se recoge especialmente de la tilma de Juan Diego. En ella está la imagen de María que el Señor del cielo y de la tierra ha querido dejar grabada para los pueblos latinoamericanos.
San Agustín decía: “para el que quiera creer tengo cien pruebas; para el que no quiere creer, no tengo ninguna”. Porque a la fe no se llega como a una certeza matemática: “dos más dos son cuatro”. En ese orden no hay ateos… Pero en el orden de la fe sí, porque la fe, a pesar de las certezas que la avalan, exige un acto de libertad: buscar y querer creer.
María eligió un signo sobreabundante para convencer al obispo. Las flores recogidas fuera de estación y de lugar geográfico. Pero añadió algo que no fue tanto para el prelado cuanto para las generaciones futuras. La Tilma o ayate de Juan Diego y la imagen estampada en ella. María ve y mira más allá de los sucesos históricos. Como Señora de la Humanidad, obra con perspectiva y proyección histórica. Vamos a ver estos dos signos con que Dios presenta sus maravillas a través del accionar de María en la historia de la Iglesia como historia de Salvación.
La Tilma
La tilma es la manta de Juan Diego. En ella recogió flores según el mandato de María y en ella quedó impresa la imagen mestiza de María. Inexplicablemente ha perdurado en el tiempo y a diversas pruebas en su historia como son, quedar ilesa después de la explosión de una carga de dinamita o resistir una mancha causada con ácido nítrico.
El ayate, tejido de fibra de maguey, tiene una duración de unos 20 años; pero en el caso de la Tilma Guadalupana no sólo perdura por más de 450 años, sino que está extraordinariamente suave, hasta el punto de que durante muchos años los expertos pensaban que era una palma silvestre que da un tejido más suave.
La Imagen
Su característica: La presencia de María en el momento en que Juan Diego le presenta al obispo, el signo de las flores, quedó milagrosamente plasmada en la tilma de su mensajero.
Lo primero que se puede apreciar es que María adopta un rostro mestizo, signo de la futura raza mejicana.
Luego, su vestimenta está llena del lenguaje simbólico afín a la cultura indígena del lugar. María no se presenta como ajena o distante de la población indígena sino próxima como una madre que es también Señora del cielo.
Podemos señalar algunos detalles de su vestimenta. El vestido con una variedad de corazones, montes y flores, asume el valor de la tierra, la naturaleza y la creación. El manto estrellado representa el cielo que abraza y cubre la tierra. Un estudio de las estrellas descubrió que ellas representan las constelaciones según figuraban el día 12 de diciembre de 1531, miradas como desde fuera de la bóveda del cielo.
María es madre, está embarazada. Una pequeña flor de cuatro pétalos –el tonali- para la mentalidad indígena representa la morada de Dios. Esta flor está sobre el vientre de María, que como en su visita a Isabel, indica que es portadora de Dios. Además, el cinturón de la cintura es característico de una mujer que va a ser madre.
Su vientre es luminoso porque en ella resplandece la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Su gesto de adoración la muestra mirando y contemplando el misterio de salvación que trae en su vientre. Los cuatro brazos de la cruz que lleva al cuello, para la mentalidad azteca representan las cuatro direcciones de la tierra que tiene una dimensión de plenitud universal.
El modo de realización: el doctor Franyutti, uno de los investigadores de la imagen de Guadalupe, dice en su estudio, “El verdadero y extraordinario rostro de la Virgen de Guadalupe”: para dar luminosidad y volumen a un rostro por lo menos hay que utilizar dos colores, uno claro y otro oscuro para las sombras. Pero en el rostro de la Virgen no hay una sola sombra pintada. Las cejas, el borde de la nariz, la boca y los ojos no son otra cosa que la misma tela, carentes de todo color superpuesto con todas sus manchas e irregularidades, pero utilizadas con tal maestría que parecen perfiles extremadamente bien dibujados. Todos los rasgos no son más que aberturas de la tela, manchas e hilos gruesos. Por ejemplo, el perfil que forma la nariz no es sino la misma tela que termina en hilo grueso en lo que es la punta de la nariz. Esos rasgos denotan una técnica superior a la humana, ya que la forma con que han sido utilizadas las imperfecciones de la tela, no tiene explicación lógica: de lo burdo se obtuvo efectos delicados y de las manchas, hoyos e hilos gruesos del ayate, unos rasgos finísimos, sin haber puesto un gramo de pintura sobre ellos”.
Los ojos de la Virgen: lo que con el tiempo y la técnica se ha ido descubriendo en los ojos de la imagen constituye algo humanamente incomprensible. Es una de las maravillas de esta revelación privada.
La imagen no ha sido pintada con mano humana. Ya en el siglo XVIII varios científicos realizaron pruebas que mostraron la imposibilidad de pintar una imagen así en un tejido de esa textura.
Richard Kuhn, premio Nobel de Química, hizo análisis químicos en los que se pudo constatar que la imagen no tiene colorantes naturales, ni animales ni mucho menos minerales. Dado que en aquella época no existían los colorantes sintéticos, la imagen, desde este punto de vista, es inexplicable.
En 1979 los estadounidenses Philip Callahan y Jody B. Smith estudiaron la imagen con rayos infrarrojos y descubrieron, con sorpresa, que no había huella de pintura y que el tejido no había sido tratado con ningún tipo de técnica.
El ingeniero Aste Tönsmann, se preguntó entonces, «¿Cómo es posible explicar esta imagen y su consistencia en el tiempo sin colores y con un tejido que no ha sido tratado? Es más, ¿cómo es posible que, a pesar de que no haya pintura, los colores mantengan su luminosidad y brillantez?».
Ese investigador peruano comenzó a desarrollar su estudio en 1979. Utilizó para ello el proceso digital de imágenes usado por los satélites y las sondas espaciales. Agrandó los iris de los ojos de la Virgen hasta alcanzar una escala 2.500 veces superior al tamaño real y, a través de procedimientos matemáticos y ópticos, logró identificar todos los personajes impresos en los ojos de la Virgen.
En definitiva, en los ojos de la imagen de la Virgen de Guadalupe está impresa una especie de instantánea de lo que sucedió en el momento en que tuvo lugar el milagro.
En el centro de las pupilas de ambos ojos se han detectado: una figura de rasgos indios sin barba, con un sombrero en forma de cucurucho, el cual extiende por delante una manta (sin duda Juan Diego), a su derecha un rostro de hombre joven (se ha supuesto ser el traductor, por estar entre el indio y el obispo; lo fue Juan González Sánchez de veintitantos años, extremeño, llegado hacía tres años, que se ordenó de sacerdote en 1534), una cabeza de anciano (del obispo Zumárraga, por su edad, cráneo y nariz vasca, calvo con cerquillo al estilo franciscano), y a su derecha otro indio casi desnudo, sentado a la usanza azteca. Detrás de Juan Diego una cara de mujer, de rasgos negros, que mira el prodigio (se confirmó después de el obispo tenía una esclava negra, a quien en su testamento concedió la libertad). Naturalmente, las computadoras también analizaron al “hombre con barba”, la cual acaricia con su mano derecha (no tiene características indias, sería un español, quizás don Sebastián Ramírez de Fuenteleal, obispo de Santo Domingo, que llegó a México en octubre de 1531 como Presidente de la Audiencia de la Nueva España, y muy posiblemente se hospedase en la residencia del obispo Zumárraga).
El cómo se ha realizado algo así, no es posible descifrarlo con métodos científicos.
En la Tilma extendida por Juan Diego no aparecen rosas ni imagen de la Virgen, es decir, la Tilma retrató a la Virgen que estaba delante, y en cuyos ojos, antes de ser retratada no podían reflejarse su retrato, éste tuvo que realizarse con una fracción de segundo después que cayeron las rosas de la Tilma.
Para acabar este capítulo del contenido prodigioso de los ojos, baste decir que el tamaño de todo el iris en la Tilma, no pasa de 8 mm. El suceso de Guadalupe nos permite constatar la atención particularizada que María tiene sobre cada pueblo o nación que la Iglesia debe misionar y convertir en discípulo de su Hijo. Desde Pentecostés, siglo tras siglo y pueblo tras pueblo está en la mirada materna y misionera de María. Ella es la Madre del Pueblo de Dios y Guardiana de su fe.
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TESTIMONIO
La vida del mensajero Juan Diego constituye un testimonio de la acción de María en el Pueblo de su Hijo.
Por designio de Dios, la madre de la historia de la salvación, decide hacerse presente en los nuevos orígenes de la historia de América.
Y lo hace con su sello: una manifestación sencilla y sobrenatural (epifanía) que convoca a la población. Un instrumento que la sirve como mensajero, y un templo o lugar permanente de su presencia donde obra como dispensadora de la gracia de su Hijo.
En este caso, el instrumento elegido no es un cristiano español sino un indio converso. María se manifiesta como madre de los indios y no sólo de los europeos. A Juan Diego le dirá: “¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa?”. María no sabe de discriminaciones y elige, con criterio evangélico, a uno de esos pequeños humildes por los que Jesús alababa a su Padre (cf. Lc. 10, 21).
Juan Diego Cuauhtlatoatzin (“el águila que habla”), nació hacia 1474 y murió en 1548. Su vida transcurrió como la de muchos de sus contemporáneos. Contrajo matrimonio en Santa Cruz el Alto (Tlacpan), con la joven Malitzin, quien en su bautismo tomó el nombre de María Lucía. Ella murió dos años antes de las apariciones a su esposo.
De Fray Toribio Paredes de Benavente aprendió la doctrina cristiana, las exigencias de vivir de acuerdo con el Evangelio, y la excelencia de la virtud de la pureza y castidad. Eso lo llevó, junto con su esposa, a la decisión de vivir castamente, una vez recibido el Bautismo. Fue bautizado con el nombre de Juan Diego.
Después del encuentro del Tepeyac, Juan Diego, dejó todo y obtenido el permiso del obispo, se retiró a la ermita de Guadalupe para servir a la Virgen, cuidando la casita. Así fue llevando una vida de santidad. Diariamente barría el templo y se postraba delante de la Señora del Cielo invocándola con amor. Se confesaba frecuentemente y obtuvo la gracia de comulgar tres veces por semana, cosa excepcional para un laico de entonces. Ayunaba, hacía penitencia y buscaba la soledad para entregarse a solas a la oración.
Su vida espiritual se proyectaba en el servicio a la comunidad: era buscado como intercesor ante la Santísima Virgen, para que les diese buenas lluvias en sus siembras. Tenían confianza en que cuanto, Juan Diego, pedía y rogaba a la Señora del cielo, se le concedía”. Él aprovechaba, además, su permanencia junto a la casita de la Virgen para evangelizar a quienes allí acudían.
De esta forma, el testimonio de una vida íntegra alcanzada por Juan Diego en el amor a la Virgen Madre de Dios, provocó una fama de santidad reconocida por quienes entraban en contacto con él.
El vidente Juan Diego no era un niño, sino un adulto: tenía 57 años. Se tiene la idea de que era un indio de humilde condición. Las tradiciones orales, en cambio, hacen pensar en un origen de nobleza (¿sería un caso como el de San José, descendiente pobre de David?). Después del encuentro con María, Juan Diego llevó vida de ermitaño y “habiendo servido a la señora del cielo durante 16 años, murió en 1548, a la edad de 74 años, año en que también falleció Fray Juan de Zumárraga. Fue sepultado en la ermita, igual que su tío Juan Bernardino. El Códice de 1548 o Códice Escalada, descubierto en 1995, ha sido considerado como el acta de defunción de Juan Diego, pues refiere la muerte del santo en 1548.
“El fenómeno guadalupano –dice el P. Fidel González, historiador y experto en la figura del nuevo santo-, como hecho histórico, no tuvo discusión durante tres siglos, hasta el XVIII. En la época de la independencia de México —momento en que la población pedía la intercesión de la Virgen de Guadalupe—, un español, Juan Bautista Muñoz, prefirió interpretar la aparición como un mito. Más adelante, con el liberalismo y el positivismo histórico, muchas cosas se pusieron en duda y algunos comenzaron a reducir el acontecimiento guadalupano a un símbolo. Hoy, la documentación histórica a nuestra disposición nos lleva a dar la razón a quienes en el siglo XVII analizaron jurídicamente los hechos hasta lograr también la verificación histórica.
Modernamente, el ex abad de la Basílica de Guadalupe, el sacerdote Guillermo Schulenburg ha negado públicamente la existencia histórica de Juan Diego. Las investigaciones ordenadas para esclarecer la situación han permitido localizar sus descendientes. Entre ellos se encuentra Raimundo Yebra Soriano, de 70 años. Al igual que su mujer de 54 años, Hilda Chávez Soriano, cuyo árbol genealógico también se encuentra con el de Juan Diego y que reivindica su identidad étnica y católica.
Acaba de hacerse público el hallazgo de documentos oficiales manuscritos del siglo XVII sobre el primer proceso formal canónico de las apariciones de la Virgen de Guadalupe a Juan Diego. Un dato decisivo que apoya su historicidad. Los documentos contienen el proceso jurídico que inició la Iglesia el 27 de abril de 1666, en el que confirma los testimonios de más de 20 indígenas que tuvieron conocimiento de la existencia de Juan Diego.
Hace pocos días, Juan Pablo II canonizó en Juan Diego, a un laico que es indio. Un indio elegido y mimado por María. En él se cumplió la promesa de nuestra Madre celestial. Juan Diego, después de la experiencia mariana vivida se hizo apóstol entre los suyos y contemplativo en María.
María le retribuyó a su hijo Juan Diego con la santidad, según su propia promesa: “Hijito mío, yo te pagaré tu cuidado y el trabajo y cansancio que, por mí, has tenido. Ten por seguro que te lo agradeceré bien, te haré feliz y te glorificaré”.
Juan Diego acaba de ser canonizado, el 31 de julio, por Juan Pablo II en el mismo santuario de Guadalupe en México. El siguiente fue el milagro que Dios le otorgó a la Iglesia, a favor del reconocimiento de la santidad del servidor de María en Guadalupe.
El milagro, que se produjo el 6 de mayo de 1990, en el mismo momento en el que el Santo Padre proclamaba beato a Juan Diego, cambió la vida del entonces veinteañero, Juan José Barragán Silva, toxicómano.
Juan José consumía marihuana desde hacía cinco años. Aquél día exasperado y bajo el efecto de la droga, tomó un cuchillo y se hirió ante su madre. Luego sangrando fue al balcón para tirarse. La madre intentó sujetarlo por las piernas pero él se soltó y se tiró de cabeza. Sin esperanzas, el joven fue llevado al hospital Durango de la Ciudad de México, donde fue acogido por el departamento de terapia intensiva.
Lo sucedido resultó «inexplicable» también para todos los peritos médicos a quienes se les pidió el parecer. Considerando la altura desde la que se precipitó el joven (10 metros), su peso (70 kilos), el ángulo de impacto (70 grados), se ha calculado que la caída ocasionó una presión equivalente a dos mil kilos.
Después de tres días, de manera instantánea e inexplicable, Juan José se curó completamente. Los exámenes sucesivos confirmaron que no tenía secuelas ni neurológicas ni psíquicas, por lo que los médicos definieron su curación como «científicamente inexplicable».
La madre del muchacho, Esperanza, ha contado que justo cuando el joven estaba cayendo lo encomendó a Dios y a la Virgen de Guadalupe. Invocando a Juan Diego dijo: «Dame una prueba… ¡Sálvame a este hijo! Y tú, Madre mía, escucha a Juan Diego».
El suceso de Guadalupe en México, ocurrido entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531, es una muestra más de que María sigue atentamente la obra evangelizadora que Jesús le encomendó a la Iglesia. Ir hasta los confines de la tierra y de la historia. Con la promesa de: “yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 19-20)
María, como Madre del Pueblo de Dios, no sólo contempla desde el cielo sino que también obra sobre la tierra. La evangelización costosa de México, después de esta epifanía mariana, se aceleró notablemente en la población indígena. En los 10 años anteriores a la aparición, los misioneros habían convertido a la fe, a unos 700.000 indígenas. Después de la manifestación de María, en 7 años se convirtieron 8 millones de personas. Y la imagen guadalupana de María resultó un llamado de gracia, tanto para los indígenas como para los españoles.
Y además, facilitó la integración de las dos razas y las dos culturas. Así surgió el mestizo propio de la población mejicana, profetizado por el rostro de María en Guadalupe.
De la manifestación de María podemos recoger otros dos elementos: en primer lugar, María elige un instrumento pequeño, un indio sencillo, un “pobre de Yavé” para encargarle la osada misión de pedir un templo en su nombre. De este hecho surgirá el acontecimiento cultural y social de una nueva raza. En el mestizaje mexicano se reconcilia y se realiza la unión racial de indios y españoles. En segundo lugar el proceso de la gestión encargada a Juan Diego tiene una clara referencia eclesial. El mensajero es enviado al Obispo y María accede a darle el signo que puede disponer a fray Juan de Zumárraga en favor de lo que le pide Juan Diego. María conoce y respeta la Iglesia de su Hijo en las características y disposiciones de los hombres que la gobiernan. Ella se impone por el valor celestial de su presencia materna y de sus signos más que por el peso de una autoridad impositiva.
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NOTICIAS MARIANAS
1) Aprovechando su viaje a México, Juan Pablo beatificó a dos mártires indígenas del siglo XVIII: Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles, mártires de Oxaca. Con Juan Diego, el Papa ha colocado así, a tres indios santos en los altares. La memoria litúrgica de Juan Diego será el 9 de diciembre.
2) Peregrinos de Lourdes: Buscando favores de Dios a través de María, más de seis millones de peregrinos visitaron el año pasado, el Santuario mariano de Lourdes.
3) El 5 de octubre, bajo el lema: “Madre, abrazanos fuerte, queremos un pueblo de pie”, se realizará la 28° Peregrinación Juvenil a pie a la Basílica de Luján. 4) La Editorial de la Palabra de Dios, que colabora con la difusión de la Hoja de María, ha publicado un nuevo libro mariano bajo el título de: María, Misionera de Dios.
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LA REVELACIÓN PRIVADA
Mensaje carismático:
¡Cuánto dolor en el Corazón del Padre por el pecado de sus hijos!. ¡Cuánto anhelo de que los corazones se conviertan a su Amor de una vez por todas! ¡Cuánta incredulidad en el poder del Altísimo! Si Él creó todo, ¿no puede transformarlo si así lo desea? Es tiempo de espera, de espera paciente del Padre, pero no será eterna.
Un cambio se avecina para el mundo, gracia que sólo podrá se recibida por los corazones que están abiertos y dispuestos a escuchar la Voz del Señor. Horas de lucha, de oscuridad y de dolor, pero horas de gracia para quienes aceptan el desafío de creer.
Yo, María de Guadalupe, miro con dolor de Madre como se desangra esta América en medio de la miseria, la indiferencia y la lucha por el poder.
Conversión de América: ¡clamen, hijos! Conversión de América, tierra pródiga en corazones dispuestos a la fe, pero confundidos y entibiados hoy por los placeres del mundo. Mi manto se extiende sobre este pueblo, la gracia del Altísimo se derrama para que América diga: ¡Sí! al Evangelio, al amor mutuo y a la conversión.
Clamen por la conversión de América y verán abrirse nuevas puertas.
A. P. G. 8/12/01