Recordar, volver sobre los pasos del comienzo, sobre los momentos que dejaron huella, algo que nuestro hermano el Papa Francisco nos recuerda y recomienda con frecuencia.

Un entrañable amigo, que me sigue acompañando desde su morada eterna, en tiempos de mis “crisis” de adolescencia, me dijo un día: “el cielo tiene muchas puertas y hay una para ti”, con lo cual abrió un “archivo” en mi disco duro, que ahora es el momento para releer, para recordar y revivir. Cuántas experiencias incompletas, cuántos intentos de armar el rompecabezas con la imagen de Dios que quedaron en suspenso, porque faltaban una o más piezas.

Camino largo, ininterrumpido, fatigoso, con alegrías y emociones, pero también con zozobra y desilusión; bajo la permanente presión de “mi tiempo”, prevaleciendo sobre aquel “otro tiempo”, que no vislumbraba…, el “tiempo de Dios”. Y fue justamente en este tiempo “desconocido” cuando el Espíritu obró y utilizando la persistencia de una querida hermana, me llevó junto con mi esposa, en el año 2000 a uno de los primeros grupos del naciente Movimiento de la Palabra de Dios en Ecuador.

Memoria… Pude recordar la frase de mi amigo sacerdote, pude vislumbrar en ese lugar la “puerta” que el Padre había pensado para nosotros. Pude completar el rompecabezas inconcluso, porque las piezas que faltaban, las puso Él, porque no se trataba de “armar” un rompecabezas, sino de dejarlo “aparecer”, como imagen fruto del “encuentro”, de la experiencia vital de su presencia…, fuera y dentro de mi.

Memoria…, de todos los momentos de lágrimas, de quebrantamientos, de felicidad inenarrable, de experiencias profundas, de descubrimientos luminosos que han acompañado mi camino a partir de aquel “inicio”.

Memoria…, de la experiencia de su amor, del regalo de la Comunidad y el compartir, del encuentro permanente y de cercanía creciente en la vivencia de la oración personal y comunitaria, que marcaron y marcan los instantes en que se funden lo finito y lo infinito, el cielo y la tierra, en que lo descubro y experimento.

https://youtu.be/4beHsQYfUAk

Agradecimiento

Una respuesta natural y lógica cuando toda la vida, cuando cada instante es un “regalo”…, que no lo pedí, que no lo merezco, pero que Él insiste en otorgarme. Regalo de su carne y de su sangre, regalo de su amor y su presencia, regalo de su mano extendida que me levanta en cada caída y tropiezo, regalo de su gozo con el mío, de su tristeza con mi congoja, de su luz iluminando mi camino, regalo de sus ojos cuidando mi sueño.

Pero ¿cómo puedo agradecer, desde mi finitud a la magnitud infinita del don?

Imposible desde mi pobreza y pequeñez, pero viable desde la sociedad con su Espíritu, factible desde el abandono y la disponibilidad, porque entonces se vuelve parte de un mismo dinamismo, porque entonces mi amor agradecido se une al ágape de su corazón y se deja llevar, se deja “ir” en el misterio de su voluntad.

Gracias por lo que me diste, lo que me das y lo que me darás, por lo que pensaste y piensas para mí en cada realidad de mi existencia, porque lo sabes antes de que te pida, porque cada día me ensañas a amarte y reconocerte en el hermano.

Horizonte

Esta meditación no puede concluir, no puede cerrar, sin mirar el horizonte… Y esto tampoco depende de mí. Solo puedo ofrecerte mi vida, ofrecerte mis manos pobres y limitadas, ofrecerme como semilla de trigo para morir y dar fruto, ofrecer mi tierra con el compromiso de cuidarla para que sea fértil, ofrecer mi docilidad a tus propuestas.

Al comienzo del camino, vivía lleno de preguntas, quería saber todo lo que iba a suceder, pero poco a poco me educaste y me enseñaste  que tienes el control de todo, que tus tiempos son perfectos (aunque muchas veces siga sin entenderlos), que mis proyectos no son míos, que solamente tengo que entregártelos y que Tú vas abriendo las puertas para su realización, si es que así conviene.

Me abandono en tus manos y en tu corazón y te digo confiado: Ven Señor Jesús.

Héctor Merino
Quito – Ecuador