Un estudiante cordobés de 21 años, arriesgó todo por anunciar el evangelio cuando se recibió de periodista.
Hace algunos años, luego de búsquedas vocacionales e “intentos fallidos”, decidí comenzar a estudiar la carrera de Periodismo: quería ser un puente entre la realidad y la gente. Pero a medida que pasaban los meses fui descubriendo algunas cosas que no me gustaban. La realidad profesional planteada por docentes y profesionales era diferente de la que yo quería para mi vida: el comunicador exitoso no iba a ser quien contara la verdad, sino quien inventara la historia que más vendiera.
Comencé a preguntarme: ¿será cierto que esa es la única manera de ejercer la profesión? ¿Es esto lo que Dios quiere para mí? ¿Tengo que meterme en este mundo de mentiras? ¿Qué hago?
Mientras lo discernía y lo ponía en manos del Señor, el tiempo avanzaba y la carrera seguía su curso habitual. En el año 2010 ingresé en el último semestre de la carrera. Solo restaban algunas materias por terminar de cursar, una tanda de parciales, otra de finales, y la presentación de la tesis: una monografía de investigación sobre un tema a elección, y posterior aplicación práctica en algún medio periodístico. Era tal la desilusión que la carrera y la profesión me habían generado, que ni si quiera se me ocurría un tema interesante para investigar.
Pero, como siempre, Dios salió a mi encuentro. En una edición de la revista Cristo Vive, ¡Aeluia! leí un artículo sobre la problemática del aborto y su posible despenalización: ¿Defiendo la vida, o solo cuido la mía?*. Esta pregunta, que hacía las veces de título, llegó a lo más profundo de mi corazón. En varias oportunidades había descubierto que este tipo de cuestiones eran ordenadas en una escala diferente de la que el Señor me proponía. Intereses personales entremezclados con cuestiones netamente políticas hacían a algunos docentes y alumnos parte activa y defensora de la ola de “leyes sociales” que, en muchos casos, no hacen más que atentar contra el bien más preciado, la vida.
Esta problemática generó en mí una certeza: más allá de todo lo vivido en mis tres años de estudio, era tiempo de dar testimonio del Amor que Dios tiene por la humanidad, por sus hijos, por nosotros.
Cuando planteé el tema sobre el que iba a investigar y los primeros bosquejos del trabajo, la docente se vio muy interesada en ello, pero me aclaró: “Con esta investigación deberás llegar a una idea concreta, y expresar claramente tu postura al respecto”. Yo había dialogado en varias oportunidades con ella y su posición personal frente a este tipo de temas era claramente opuesta a la mía.
Realizar la investigación y expresar la defensa clara y concreta de la vida desde que Dios la pensó, desde su concepción, suponía un riesgo: herir susceptibilidades, chocar contra ideologías endurecidas, y perder la posibilidad de recibirme con ese trabajo. En un primer momento, sentí que mi título estaba en manos de esta docente, y que la situación se ponía cada vez más complicada. Pero desde la oración y el discernimiento, sentí que mi vida estaba en las manos de Dios, más allá de que pudiera recibir el título o no, y que me invitaba una vez más a jugarme por Él.
La monografía de investigación se tituló El aborto, posturas y controversias, y su posterior aplicación práctica en un suplemento periodístico incluyó la imagen de la Madre Teresa de Calcuta en contratapa acompañada de la frase “Si estás pensando en abortar, no lo mates… dámelo a mí”. El trabajo me permitió recibirme en el primer turno de exámenes, y fue una clara muestra de que realmente mi vida está en las manos del Padre y en las de nadie más. Las felicitaciones de mi profesora por el excelente trabajo realizado y su “cariñoso reproche” por haber movido fibras íntimas en su interior y por haberle “generado algo adentro que no se puede explicar” solo fueron una caricia de Dios a nuestros corazones.
Más allá de la calificación y del título, tengo la certeza de que la confianza en Jesús y en su providencia es fundamental para el camino de la fe y para el andar cotidiano de la vida. Una vez más, el Señor me mostró que vale la pena dar testimonio de su Amor por nosotros.
Santiago Orosco
Santísima Trinidad
Prov. de Córdoba
Publicado en Cristo Vive, ¡Aleluia!, set 2011, nº 179.
* Laura L., Cristo Vive, ¡Aleluia!, Agosto 2010, nº 173, p. 17.