NOTA.-

La cultura actual presenta estilos de vida que centran la mirada en la eficiencia y la utilidad, a los que considera modelos dignos de ser vividos.

La palabra “anciano” hace referencia a una persona de muchos años de edad, hoy día con tendencia a aumentar por los progresos biotecnológicos de la medicina.

La prolongación de la vida humana y la disminución de la natalidad han provocado una transición demográfica en la pirámide de edades –pirámide invertida– respecto a cómo se presentaba en años anteriores, en donde las sociedades se constituían con menor número de personas adultas.

Esta dimensión sociocultural nos desafía como médicos a tener una visión integradora, a trabajar por la reconstrucción de una sociedad que contemple cada etapa de la vida y sea capaz de promover la participación de ancianos en la vida social, cultural y político-institucional.

Si bien hoy día se da por hecho la atención, asistencia y tutela económico-informativa, es evidente la contradicción entre lo que se dice y lo que se hace; no siempre las personas mayores son consultadas en la toma de decisiones y tenidas en cuenta a nivel político-institucional.

La ancianidad forma parte de la vida, es una etapa por la que todos vamos a transitar y nos invita desde ahora a iniciar un camino de preparación interior con una mirada trascendente, teniendo en cuenta que estamos inmersos en una cultura que privilegia la eterna juventud.

> El valor de la escucha 

Una antropología que es respetuosa de la dignidad humana muestra que cuando la vida de un anciano es acompañada, aun en situación de extrema fragilidad, la paz y la fortaleza encuentran sentido frente al sufrimiento y a la propia condición de enfermedad.

Cuando el sufrimiento toca la naturaleza de la persona y la pregunta “¿por qué a mí?” es inevitable, la experiencia del dolor coloca al anciano en una situación límite.

Diversos debates preocupan a la cultura contemporánea como el significado del morir y el deber moral de aceptarlo, los avances biotecnológicos y la consideración de una medicalización de la muerte junto a afirmaciones tales como “quiero vivir o morir de otra manera”.

Escuchar no es lo mismo que oír; no solo se distinguen sonidos, se interpreta lo escuchado y se le da sentido a lo que se comparte. La relación médico-paciente revela su naturaleza ética por haber puesto en el centro a la persona; esta relación lleva implícito el mensaje de la comunicación, los gestos, el mirarse… el escucharse, como valor fundante de esta comunicación.

El juramento hipocrático es un compromiso que como médicos asumimos y se vincula con la calidad de la relación terapéutica y su capacidad de acompañamiento, y supone reavivar la necesidad de custodiar la vida humana y su integridad en todas sus etapas.

La enfermedad en una vida signada por los años nos enfrenta, por un lado, a la presencia de una biotecnología que hace posible curar enfermedades hasta ahora intratables, prolongando la vida y retrasando el momento de la muerte; pero también nos presenta la realidad de algunas situaciones clínicas que ignoran la calidad de vida de los enfermos, que muestran la soledad que acompaña sus vidas, el sufrimiento de sus familiares y el desgaste al que se ven sometidos en algunas oportunidades.

>  Cuidar a nuestros abuelos

En la simplicidad de lo cotidiano de la vida del anciano, aparecen rostros que han dejado huellas en su corazón con la alegría de lo compartido, pero también pueden aparecer momentos de soledad y angustia, que lo llevan al aislamiento familiar y social.

En el mes de diciembre de 2017, el Papa Francisco difundió un mensaje en el que aseguró que “un pueblo que no cuida a los abuelos y no los trata bien es un pueblo que no tiene futuro”, y nos invitó a tenerlos presentes en la oración para que, sostenidos por las familias y las instituciones, colaboren con su sabiduría y experiencia en la educación de las nuevas generaciones.

Como profesionales de la salud, el siglo XXI nos propone un desafío frente al paradigma de lo pragmático y lo indiferente… este consiste en acompañar la ancianidad y ayudar a descubrir el valor de la vida en esta etapa, invitar a nuestros ancianos a participar de una vida espiritual que les permita desarrollar el carisma de la longevidad: la sabiduría, don de Dios que –como dice el salmista– “enseña a calcular los días para adquirir un corazón sabio” (Sal 90, 12).

  Dra. Raquel Bolton*

* Médica. Magíster en Ética Biomédica