Editorial de la Palabra de Dios

1° CONGRESO DE COMUNICADORES CATÓLICOS

Vivimos tiempos difíciles; por eso necesitamos la sabiduría y la fortaleza del Espíritu Santo, la esperanza. Pablo VI nos decía que el mundo de hoy necesita el paso de los santos de lo cotidiano. El mundo de la comunicación social compromete de un modo especial a los fieles laicos insertados en el mundo de las realidades temporales.

Lo primero que diría para los comunicadores sociales es que tomen conciencia de su vocación. Como toda vocación exige fidelidad a la llamada del Señor, a la Iglesia, al mundo en el cual estamos insertados como protagonistas de una nueva evangelización y de una auténtica civilización del amor. Toda comunicación social presupone una íntima e ininterrumpida comunicación con Dios. El laico está llamado a la santidad, pero abierto a las realidades temporales. Es importante concebir la comunicación como una vocación; entonces, ésta se vuelve exigente, gozosa y siempre nueva. Esta vocación es una forma de su función profética. Hay que ser profetas de esperanza. Éstos son los que de verdad han entendido que el mundo es un don de Dios; no significa vivir ciegos ante los problemas del mundo, sino aproximarse a ellos con otro “punto de vista”.

El contenido central de la Comunicación cristiana es la Palabra de Dios. Un buen comunicador es siempre un contemplativo y el contemplativo verdadero es un hombre profundamente encarnado, alguien que escucha siempre a Dios y tiene capacidad para escuchar al hombre. Para los comunicadores católicos, la comunicación es un anuncio explícito de Jesucristo. Es preciso presentar la imagen cercana de Jesús, su rostro en el pobre, en el que sufre, en el rostro transparente de una Iglesia fraterna y creíble, misionera, que debe ser presentada al mundo como sacramento universal de salvación.

Tenemos que volver al concilio, el mismo que no hemos comprendido todavía ni hemos puesto en práctica totalmente, quizás por eso la Iglesia no ha alcanzado plenamente la unidad, la fortaleza y la esperanza del Espíritu. Es una Iglesia que tiene miedo, que no sabe escuchar para poder anunciar. Los comunicadores dicen referenciar la verdad. Sería bueno, desde los medios de comunicación, responder a estos desafíos: “¿Qué es la verdad?” (Jn. 18, 38). Es importante recordar estas frases de Jesús:

“Para esto he nacido y he venido al mundo; para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz” (Jn.19, 37) La verdad exige ser buscada con pasión, guardada con humildad y comunicada  con sinceridad. La comunicación de la verdad se opone a la agresividad y a la improvisación o rapidez del anuncio. La verdad debe ser anunciada con respeto y con amor. Un comunicador social debe ser un hombre apasionado de la verdad, veraz y verdadero, un auténtico testigo. La verdad existe y se anuncia, no se inventa ni se calla.

Hay comunicaciones que exigen una particular capacidad contemplativa. Pero la contemplación tiene también una dimensión humana, una capacidad para entender la historia, entender los signos de los tiempos y comprender, exponer y explicar los acontecimientos, para entender y explicar el misterio del hombre. Quien empieza por saberlo todo corre el riesgo de no entender nada. El comunicador contemplativo es capaz de ayudar a crear culturas nuevas, fieles a sus orígenes. La comunión en la verdad, en la justicia, en el amor, lleva a la comunión en la paz. Es la que tiende a la comunión de los hombres con Dios y de los hombres entre sí. Los medios de comunicación acercan los pueblos y crean una cultura de solidaridad.

Están llamados a ser “los protagonistas de la nueva evangelización”. Corresponde a los Pastores abrir nuevos espacios de participación a los laicos y animarlos en su misión en la construcción de la sociedad humana. Ellos tienen una particular y providencial misión en los medios de comunicación social. La Introducción a la Christifideles Laici termina así: “En conclusión, (…) la humanidad puede esperar, debe esperar, el evangelio vivo y personal, Jesucristo mismo, es la “noticia” nueva y portadora de alegría que la Iglesia testifica y anuncia cada día a todos los hombres. En este anuncio y en este testimonio los fieles laicos tienen un puesto original e irremplazable: por medio de ellos, la Iglesia de Cristo está presente en los más variados sectores del mundo, como signo y fuente de esperanza y de amor” (Ch.L.7)

                                                                                                            Card. Eduardo F. Pironio Mar del Plata, 3 de octubre de 1996

Publicado en la revista Cristo Vive ¡Aleluia! Nº 107 – Mayo de 1997