Una joven cordobesa se refiere a cómo llegó a tomar una decisión que le permitió experimentar una mayor libertad.
Enterarme de que existía la posibilidad de vivir la castidad en el noviazgo me provocó un profundo rechazo… En cuanto a su dimensión sexual, no lograba entender a los que adherían a esta opción y me preguntaba si era una propuesta de Dios o de los hombres. Cuando se me presentó la oportunidad pedí explicaciones porque me parecía algo ilógico esperar hasta el matrimonio para tener relaciones sexuales con mi pareja. Eso no tenía sentido para mí, pero en mi interior había algo que buscaba experimentarlo. La inquietud me llevó a orar y buscar respuestas en el Evangelio, en donde el Señor es muy claro: “Después de todo, el Reino de Dios no es cuestión de comida o de bebida, sino de justicia, de paz y de gozo en el Espíritu Santo”. El que sirve a Cristo de esta manera es agradable a Dios y goza de la aprobación de los hombres. Busquemos, por lo tanto, lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación. No arruines la obra de Dios por un alimento. En realidad, todo es puro, pero se hace malo para el que come provocando escándalo. Lo mejor es no comer carne ni beber vino ni hacer nada que pueda escandalizar a tu hermano.
”Guarda para ti, delante de Dios, lo que te dicta tu propia convicción. ¡Feliz el que no tiene nada que reprocharse por aquello que elige! Pero el que come a pesar de sus dudas, es culpable porque obra de mala fe. Y todo lo que no se hace de buena fe es pecado” (Rom 14, 17-23).
Jesús no tardó en responder a las inquietudes de mi corazón. En julio de 2007 me regaló la gracia de querer vivir la castidad sin tantos prejuicios y me exhortó amorosamente con su Palabra: “‘¿Todavía no comprenden ni entienden? Ustedes tienen la mente enceguecida. Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen. ¿No recuerdan cuántas canastas llenas de sobras recogieron, cuando repartí cinco panes entre cinco mil personas?’. Ellos le respondieron: ‘Doce’. ‘¿Y cuando repartí siete panes entre cuatro mil personas, ¿cuántas canastas llenas de trozos recogieron?’. Ellos le respondieron: ‘Siete’. Entonces Jesús les dijo: ‘¿Todavía no comprenden?’” (Mc 8, 14-21). Me di cuenta que el mismo Señor me acercaba esta propuesta… y que no lo hacía para complicarme la vida. Sentí que me decía: “Si soy Yo el que te lo propongo, es por tu bien, por tu felicidad”. Y ¿cómo iba a dudar de Él, después de todos los milagros que hizo en mi vida? Entonces decidí abrazar esta opción.
En ese momento hacía un año que estaba de novia. Con mi novio no nos veíamos mucho y tampoco habíamos hablado del tema hasta el día en el cual le dije que quería adherir a la propuesta de Dios de ser casta. Él se opuso porque pensaba que no tenía sentido. Me planteó que no se trataba de nada malo si nos amábamos… Él no creía mucho en la Iglesia ni en la Palabra de Dios; y yo, por mi inmadurez afectiva, le propuse vivirla en un “término medio”. Ahí empezó mi crisis por mi falta de convicción…
Después de unos meses de tratar de hacer que asistiera a los grupos del Movimiento, a alguna charla y hasta a un retiro para novios, terminé cediendo… Ahora me doy cuenta de que esta opción se abraza por Amor a partir del encuentro con un Dios vivo, y de que con la cabeza es imposible entenderla: sólo se puede adherir a las propuestas de Dios con los ojos de la fe. El Mal fue muy astuto porque me decía: “¿Viste? No era tan grave, no te sentís más ‘liviana’ ahora?”; al principio pensé así, pero la angustia que vino después fue horrible. Me sentía muy mal con mi Creador, una tristeza indescriptible me invadía el alma y tenía muchísimas ganas de dejar de participar de los grupos y alejarme de Dios, hasta que el Señor me rescató. Con ayuda de la terapia dije “basta” porque, en definitiva, lo que estaba viviendo no era lo que me llenaba ni me hacía feliz. Nuestro noviazgo había cambiado, y esto era propio de los frutos de la carne. Por eso hablé con mis coordinadores y con mi comunidad, les pedí que intercedieran por mí porque pensaba hablar con mi novio.
Un día me animé a decirle que lo que vivíamos era lindo pero que no era sólo eso lo que yo quería, y que sabía que el Señor tenía un plan para hacernos felices. Le di el ejemplo de una mesa llena de chocolates, bombones, golosinas: en vez de ir disfrutando de a poquito, no vivir la castidad era como comerte todo de una. Y con dolor pero a la vez firmeza en el alma, dije: “O me acompañás en esto o lamentablemente acá se termina”. Con tristeza, me respondió que lo quería intentar.
Sin embargo, continuaron nuestras discusiones. Cada vez que salía el tema de Dios era para pelearnos. Empezamos a estar muy mal. Y entonces empecé a vincularme más con María. Recé el Rosario por primera vez mientras le pedía al Señor que hiciera su voluntad, y no lo que yo quería. Además, oraba mucho por mi pareja. Un tiempo después, él decidió recibir el sacramento de la confirmación, le consagró su vida a María, se acercó a la Palabra de Dios y se confesó después de muchos años de no haberlo hecho.
A pesar de su conversión, nuestro vínculo no mejoraba. Fue en el 2009, durante la Convivencia de verano, cuando el Señor se me reveló nuevamente. Me mostró que la relación que teníamos con mi novio no podía durar más; y yo reconocí con dolor que así era. Teníamos que terminar nuestro noviazgo, pero como tomar la decisión me costaba, le pedí al Señor que se lo mostrara también a él. Fue así como volvimos a hablar y, de mutuo acuerdo, decidimos terminar nuestra relación. Más vale sufrir un momento y no toda la vida, pensé. Lo hermoso de todo esto es que me di cuenta de que el Señor me había regalado una fortaleza increíble y, sobre todo, el privilegio de vivir un “duelo alegre”. ¡Por fin experimenté la libertad que viene de Dios: la verdadera libertad!
Jesús siguió obrando en todas las cosas que se habían estancado en mi vida de fe y fue sanando mi afectividad que antes me impedía ser casta… Además me renovó en lo comunitario, en el servicio, como mujer y discípula.
En este tiempo, desde que no estamos en pareja, Dios siguió obrando en la conversión de mi ex novio. Actualmente participa de la comunidad de Iniciación y es, prácticamente, otra persona… hasta en el rostro tiene otra luz. Además, el Señor sigue haciendo su voluntad con nuestro vínculo.
Por eso es importante preguntarle siempre a Dios qué quiere para nuestra vida y recordar que las obras del pecado son la muerte. El tema de las relaciones sexuales prematrimoniales no es para minimizarlo o para decir simplemente “no es pecado”. ¡Si Jesús entregó su vida fue para salvarnos, y Él sabe las consecuencias que cada acto trae para nuestras vidas! Un vínculo que se edifica desde el Amor de Dios no se puede comparar con uno que se vive desde lo puramente humano. Ahora lo entiendo.
Publicado en Cristo Vive, ¡Alelulia! Nº 175. Nov/dic 2010.