Hasta ese entonces, Clara siempre había asociado la imagen de Jesús crucificado al fracaso.
Prácticamente desde que nací que participo de los grupos de la Obra. Siempre oí en los anuncios que la cruz fue el gesto de amor más grande de Dios por la Creación. Aún así, a lo largo de mi adolescencia y juventud me fue muy difícil despegarme de la imagen de la cruz asociada al dolor y al fracaso. Tanto que, frente a algunas situaciones familiares, enfermedades y separaciones, empecé a dejar de ver en la cruz al amor, a la resurrección y la victoria de la vida por sobre la muerte, por lo cual reproché y cuestioné al Señor.
Además, fui perdiendo la fe en sus proyectos y promesas de felicidad y salvación de mi propia vida.
Fue entonces cuando el Señor me salió al encuentro durante la Convivencia del Cursillo que hice en el verano y me hizo estar, una vez más, cara a cara con el amor del Padre que da todo por sus hijos.
Aún así, otra vez surgieron mis preguntas y le hice reclamos. Pero, esta vez, y a partir del testimonio de un coordinador que nos anunciaba con sencillez, pude encontrarme con una nueva verdad que se le revelaba a mi corazón: “Sin la cruz no hay salvación, sin la cruz… ¡cuánta gente se había perdido de encontrarse con el amor de Dios!”
Desde allí pude darle un nuevo sentido al hecho de que, atravesando momentos de cruz, mi familia siempre permaneció en el Señor conscientemente o sin darse cuenta. Descubrí que la cruz vuelve a todo cristiano más fiel, más luchador y más valiente cada vez que tiene que pasar por ella.
Pude ver cuán necesaria era la cruz para todo cristiano como ofrecimiento y donación, como opción en el amor, con la confianza de la victoria del Señor que nos fortalece en medio de nuestras debilidades.
Padre, te pido que, si así lo quieres, me hagas pasar por todas las cruces que sean necesarias para que madure en la fe y me haga una hija más fiel y valiente.
¡Gracias por no abandonarme y siempre sostenerme con tu fuerte abrazo!
Clara Poli
Centro Pastoral de Loreto
Prov. de Buenos Aires