Editorial de la Palabra de Dios

La peregrinación a Luján le demostró que con la Virgen todo puede ser posible.

El sábado por la mañana me dispuse a caminar más de 60 km y recé el Rosario antes de salir. Le
dije a María: “Quiero llegar, Mamá. Sé que solo podré contigo, lo dejo en tus manos y que se haga la voluntad del Padre”. La Santísima Virgen puso en mí este deseo de ir a Luján y sabía que, si Ella me
invitaba, era posible. Salimos desde el barrio de Liniers al mediodía y cerca de las cuatro de la tarde llegamos a Castelar (ciudad de Gran Buenos Aires). En la primera parada no tenía gran dolor en las piernas. Seguimos camino y luego, en una parada, una servidora con su gran amor puso una vendita en un dedo del pie en donde me había salido una ampolla. Su rostro reflejaba el amor de Jesús. Al salir de allí, se empezó a nublar y a lloviznar, y nos dieron bolsas para cubrirnos.

Llegamos a la siguiente parada, el clima empeoró y nos mojamos mucho. A 10km de la Basílica de Luján, sentí que ya las piernas no me daban y el dolor era tremendo. Me bajó la presión, se me nubló la vista y me senté; luego, fui a estirar las piernas y, gracias a Dios, me encontré con alguien que conocía y me asistió. Quería llegar a Luján, pero no podía más. Alguien me dijo: “Si te sentís muy mal, tomate el micro”. Tenía que elegir entre seguir o desistir, pero gracias a María recordé que iba para agradecerle el amor que nos tiene y a llevar las intenciones de todos mis hermanos. Nuevamente, desde mi corazón: “Madre, yo ya no puedo, pero mientras esté de pie, seguiré. En tus manos dejo todo”. Al retomar el camino, mientras oraba escuché que se venía la parte más difícil. Gracias a Dios, alguien se acercó y comenzamos a compartir, pero en un momento nada me hacía olvidar el dolor y el cansancio que sentía, a lo que la persona que tenía a mi lado me dijo: “Orá”.

Cuando empecé a rezar el Ave María, todo cambió. Retomé la marcha y sentí que cada gota de agua que caía del cielo era una bendición. Veía el rostro de María reflejado en el cielo y estaba feliz al pensar que… ¡Ella nos ama tanto! Podía percibir que, al ver tantos peregrinos, sus hijos, caminar con semejante clima, Ella sentía nuestra entrega. Al llegar, participamos de la misa y el el sacerdote que nos acompañó, al verme, me dijo: “Llegaste” y me dio un abrazo muy reconfortante. Le dije: “Yo no, María llegó por mí”. Viví el milagro de llegar a Luján caminando, algo imposible para mí, pero posible para Dios y María, que intercedió. No fui yo quien caminó, sino la Madre. Ella está siempre en cada momento de nuestra vida y en esos más difíciles.

Experimenté que el camino a Luján representa la vida: al comienzo, que es nuestra infancia, todo es hermoso, pero a medida que se avanza las distintas circunstancias nos pesan cada vez más y hay muchos obstáculos que sortear: el cansancio, la lluvia, el dolor corporal y las heridas que hacen que el camino se haga cuesta arriba. Sin embargo, la fe, la oración, los “Cireneos” que Dios pone a nuestro lado, hace que sea posible seguir adelante y llegar al final con la cruz, abrazándola con amor y el corazón puesto en la fe.
Si oramos con intensidad y ponemos nuestra vida en las manos de María, nuestra Madre, llegaremos a la gloria y a la vida eterna que tanto añoramos, que es representada por la Iglesia de Luján. Y, cuando llegue el momento de abandonar este mundo, María nos recibirá con su abrazo y Jesús nos dirá: “Mi Madre me ha hablado de ti”.

Maria Esther Di Giorno
Centro Pastoral Misericordia
Buenos Aires

N. de la R.: María Esther es Lic. en Sistemas, tiene 51 años y es casada. Ingresó a los grupos de oración en el 2013.

Publicado en la Revista Cristo Vive ¡Aleluia! Nº 246 – AGO 2023