La hermana Martha Pelloni es muy popular en la Argentina debido a su compromiso social; sin embargo poco se sabe acerca de cómo vive la fe y de cómo incide la vocación religiosa en su misión.
A comienzos de 1990, con 48 años, a la hermana Martha Pelloni, que entonces era una desconocida monja carmelita teresiana que vivía con su congregación en Santos Lugares, le diagnosticaron cáncer de mama.
“No quiero morirme ahora”, recuerda que le pidió a Dios. Y luego hizo una promesa: si lograba curarse “no desperdiciaría ni un minuto de la vida para estar al servicio de los más pobres y excluidos”.
Y Dios escuchó su súplica… y también su promesa.
El tratamiento fue exitoso, y semanas más tarde la Congregación destinó a la hermana Pelloni al Colegio del Carmen, en Catamarca.
El 9 de septiembre de ese mismo año, tras el asesinato de su alumna Soledad Morales, de 17 años, Pelloni puso en marcha una pacífica modalidad de reclamo de justicia desconocida hasta entonces: las marchas del silencio.
Su voz se oyó en todo el país. Enfrentó al poder provincial y nacional que intentaron cubrir el crimen, y finalmente logró que el asesino Guillermo Luque, hijo de un senador nacional, terminara en la cárcel. Además destapó una red de corrupción enquistada en el gobierno.
Su congregación la trasladó en 1992 a Goya, Corrientes, donde creó y ahora dirige la ONG “Infancia robada”, contra la prostitución infantil y la trata de personas. Pero siendo como es, una persona con una actividad pública muy conocida, preferimos dejar en un segundo lugar toda su labor, y concentrarnos en esta entrevista con Cristo Vive, ¡Aleluia! en la “cocina interior” de su acción misionera, en cómo alimenta su fe para sostenerse en el difícil rol público en el que la fue colocando la vida.
A sus 74 años, la hermana Pelloni sigue siendo activa y alegre. Nos recibió muy cálidamente en un despacho de la editorial que publica sus libros en Buenos Aires y a lo largo de la charla se mostró cálida, siempre sonriente al hablar. Su cara se iluminó cuando habló de su amor por Jesús.
C. V.: Dicen que la tarea misionera del cristiano tiene una doble faceta: denunciar lo que está mal y anunciar el Evangelio. Pero usted es conocida solo por su tarea de denuncia. ¿Cómo vive esa situación?
M. P.: La verdad es que en “Infancia robada” las situaciones se nos suelen presentar en ese orden de prioridades: primero la urgencia de la denuncia y después el anuncio. Quienes llegan a nosotros vienen con una realidad muy terrible. Por eso lo primero es ayudarlas a recuperar su dignidad humana. Además, para protegerlas, tenemos que denunciar y perseguir judicialmente a los que las dañaron, también para que no sigan haciendo mal a otros.
C. V.: ¿Y no se siente limitada en su vocación religiosa al ver postergado un anuncio explícito del Evangelio?
M. P.: Yo soy carmelita y mi vocación surgió en la contemplación. Pero no me enamoré de algo abstracto sino de la contemplación de los valores de Jesús en el Evangelio. Contemplo entonces también una realidad social, a un Jesús entre los hombres, y la oración me lleva al compromiso, al profetismo, a tratar de ser presencia de Dios en este mundo. Entonces de ninguna manera me siento limitada porque creo que el anuncio del Evangelio está implícito en lo que hago.
C. V.: ¿Y cómo alimenta su espiritualidad cotidiana?
M. P.: Me levanto a las cinco de la mañana para caminar al aire libre. Es mi primer encuentro diario con el Señor. Camino durante media hora. Luego me baño y voy a la capilla a rezar. Soy la animadora de la comunidad en la media hora de oración contemplativa, en silencio. Después a lo largo del día cuido mucho el mantenerme en presencia de Dios. Desde chica soy una enamorada de la soledad. Puedo estar en una reunión con mucha gente y mantener ese espacio interior de encuentro con Dios. Tengo un don relacional muy fuerte, pero no por eso pierdo mi vocación contemplativa.
SU CARA SE ILUMINÓ CUANDO HABLÓ DE SU AMOR POR JESÚS.
C. V.: Usted está en contacto con muchos criminales, gente que hace mucho daño. ¿Puede experimentar compasión cristiana hacia ellos?
M. P.: Tengo una característica personal que me hace no rechazar a nadie. Es mi propia naturaleza. No sé explicar lo que me sucede, pero no hay virtud de mi parte, no hay esfuerzo. Es un don natural. Mentiría si le dijera que tengo que hacer un trabajo interior para no repudiar a gente mala o criminal.
C. V.: Pero ¿qué siente por ejemplo frente a Guillermo Luque, el asesino de su alumna Soledad Morales?
M. P.: Puedo sentir enojo frente a alguien como él, pero se me pasa, se me diluye con el tiempo. No llega a ser un rechazo.
C. V.: La Iglesia en general nunca vio con buenos ojos que los religiosos se involucren en cuestiones políticas o sociales. ¿Usted experimentó la falta de apoyo de los suyos?
M. P.: Sí, por supuesto. Yo sé que soy un bicho medio raro para muchos, por eso me prefieren lejos (risas). Le cuento una anécdota. Yo fui profesora del seminario sacerdotal en Goya, Corrientes. Tuve varias materias a cargo, por eso conocí a muchos sacerdotes a lo largo de toda su formación y establecí una relación personal muy profunda con ellos, casi maternal. A uno de los sacerdotes que había formado lo nombraron párroco de una zona con un problema gravísimo de narcotráfico y prostitución de menores. En nuestra ONG “Infancia robada” no damos abasto para atender todas las denuncias que nos llegan desde esa zona. Entonces fui a la misa de toma de posesión y al final me acerqué a abrazarlo y le hablé con emoción de todo lo que iba a poder hacer ante la dura situación de ese lugar. Su respuesta fue: “Mirá, Martha: yo te quiero mucho. Pero no me compliques la vida”… Esa respuesta me dolió mucho, pero hay que seguir adelante.
C. V.: Y en ese caso, ¿tuvo que hacer algún proceso interior para poder perdonar?
M. P.: Te digo la verdad: no tuve tiempo de juntar rencor. Termina un caso así y aparece otro peor (risas). Así que la vida misma no me deja quedarme colgada con esos entuertos.
C. V.: Usted es un personaje a nivel nacional; la llaman de los programas de televisión y de todos los medios. Millones de argentinos la conocen e incluso muchos funcionarios le tienen miedo. ¿Cómo hace para no creerse muy importante?
M. P.: Así como me ve, no sabe lo que he luchado conmigo misma desde pequeña para superar la timidez. La vida me pone en roles protagónicos, pero también me baja una y otra vez a mi realidad, a mi pequeñez. Sin embargo, sé que me tengo que cuidar porque tengo un estilo de liderazgo que hace sombra a los que están a mi lado y eso puede molestarles a los otros. Además estoy en una comunidad contemplativa y mi estilo puede ser incómodo para las hermanas que me rodean.
«LA ORACIÓN ME LLEVA A TRATAR DE SER PRESENCIA DE DIOS EN ESTE MUNDO.»
C. V.: ¿Qué es lo que más les preocupa desde la ONG “Infancia robada” en cuanto a las redes de prostitución y trata de menores en la Argentina?
M. P.: Tenemos 35 foros diseminados en todo el país, y me angustia la impotencia de tener administraciones provinciales y también un gobierno nacional que son un aval político para que todo esto siga existiendo porque da mucho dinero. Eso me da mucha bronca.
C. V.: ¿Y usted ve alguna luz de esperanza de que esto pueda cambiar?
M. P.: Son decisiones que tienen que tomar las personas y cuestiones políticas que no se están debatiendo en los partidos. Las personas nos movemos por intereses y deseos. Y por ahora veo que las mafias de corrupción son institucionales y con intereses muy arraigados. Por eso, aún hay que trabajar mucho para que los argentinos empecemos a escuchar la voz de Dios que nos vuelve a preguntar, como en el Génesis, “¿dónde está tu hermano?” (cf. Gen 4, 8-9).
Por Rubén Guillemi
N. de la R.: Agradecemos a la Editorial Claretiana el contacto con la Hna. Martha Pelloni, quien estuvo en Buenos Aires para la presentación del libro Infancia Robada. Una lucha por la dignidad de la vida.
Publicado en Revista Cristo Vive ¡Aleluia! Nº 198 (JUL-AGO 2015)