Dios me resucitó muchas veces. Especialmente, me rescató del dolor y del desaliento en el que estaba antes de saber que Él Vive… Jesús me devolvió la vida, literalmente. Hizo un milagro en mí, no por merecimiento, sino para que otros crean.
Hace alrededor de diez años me diagnosticaron diabetes tipo 2. Los cuidados que hay que tener son parecidos a los de la “1” pero sin aplicarse insulina; yo, si bien hacía el tratamiento, no prestaba atención a la dieta.
En febrero de este año, comencé a sentirme mal, muy agotada. Se lo atribuía al calor: hacía 15 días que la temperatura no bajaba de los 40 grados, pero en mi entorno pensaban que se debía a que trabajo demasiado y a que no suelo tomar vacaciones con frecuencia.
Un día, cuando estaba en el trabajo, mi jefe insistió en que fuera a descansar y a ver al médico. Mientras volvía a casa, me di cuenta de que no tenía fuerzas para caminar. Decidí ir directamente al hospital y, quince minutos después, estaba internada con un pico de glucemia.
Le tengo aprensión a todos los procedimientos médicos pero ese día me encontraba con una profunda paz: sabía que Dios no me iba a abandonar. Una semana antes, había tenido una oración muy profunda en la que sentí que Él me tenía de la mano y que no me iba a soltar… y, quince días antes de mi internación, sin saber que estaba enferma, había ido a misa y recibí la Unción de los Enfermos, sacramento de fortaleza para los que sufren una enfermedad física o espiritual.
Mi estado era crítico; venían médicos de todas las especialidades a verme porque no entendían cómo estaba viva, consciente y lúcida con 1500 mg/dl de glucemia, cuando lo normal es entre 70 y 110.
Pasé la primera noche en la guardia conectada a cuanto aparato había. Tenía un enfermero parado a mi lado para controlarme todo el tiempo. Estaban alarmados; pero, si bien yo estaba grave, me recuperaba lentamente. Estuve diez días internada y, después, otros diez más en casa porque había perdido la vista. Mi mamá fue a vivir conmigo porque veía tan poco que había días en los que no podía ni cortarme la comida.
En ese tiempo, visité dos veces a la diabetóloga, quien me bajó en ambas ocasiones la dosis de insulina. Visité tres veces al oculista; él no deja de repetirme que mi recuperación es obra de Dios, porque recuperé la visión al cien por ciento.
El Señor me devolvió a la vida para que médicos y enfermeras crean en los milagros, para que mi familia rece, para que mi abuela vuelva a ir a misa, para que muchos vuelvan a la oración y se colmen de esperanza ante un Dios que escucha y obra, para que siga sirviéndolo y anunciando su amor y su poder.
Nada hice para merecer esto: el Señor no tuvo en cuenta mi pecado, mi falta, el desamor a mí misma en el desorden de la alimentación ni mi falta de descanso: ¡solo se conmovió y me resucitó!
¡Dios no hace magia, hace milagros!
Melina Escobar
Centro Pastoral de Castelar
Provincia de Buenos Aires