Tenía el anhelo de formar parte de la Iglesia, pero se consideraba excluido.

En varias oportunidades sentí que Dios me “llamaba”, me invitaba a ser parte de su Iglesia. Sin embargo, tenía una gran resistencia: no estaba dispuesto a responderle si Él esperaba grandes cambios en mí. 

Me casé a los 22 años, pero el matrimonio no logró madurar y al poco tiempo nos separamos. Tuvimos un hijo, Klaus, que hoy tiene 25. Luego, la distancia trajo muchos problemas: los típicos de una familia que se rompe, donde abunda el dolor y la frustración. Más tarde, la mamá de mi hijo se fue a vivir a otro país y me quedé criándolo solo.

Pasó el tiempo y mi vínculo con Dios terminó siendo cada vez más imposible. Solía pensar: “¿Qué puedo hacer si estoy divorciado? Sigo teniendo el anhelo de formar una nueva familia y sé que Dios repudia las segundas uniones y por eso la Iglesia no les da lugar”.

Esto fue gestando una lenta y persistente corrosión en mi interior, porque por un lado sentía atracción hacia Dios, un anhelo verdadero y definitivo, y por otro… ¡mi vida era incompatible con su propuesta!

Nunca lo reconocí en ese tiempo, ni siquiera ante mí mismo, pero este “sentir dual” hacía crecer mi desesperanza. Así es que me “acomodé” a una vida desesperanzada. 

Mientras tanto, Dios me seguía saliendo al encuentro, a pesar de que la vida en Dios era para mí como un juego infantil. Sin embargo, muchas personas que vinieron a rescatarme fueron mensajeras del Señor. Así fue como participé de un retiro de Pascua que ofreció el Movimiento de la Palabra de Dios. Allí ¡me encontré con Jesús que me abrazaba!

Inmediatamente, comencé mi camino comunitario y aprendí que mis hermanos y coordinadores de grupo podían ser la boca y manos del Señor hablándome y acariciándome. Y entonces el anhelo de familia volvió… Con delicadeza, el Señor me mostró el camino “baldosa a baldosa”.

Alternativas para un matrimonio que se disuelve 

“Camino de Esperanza” está conformado por un equipo de laicos de la diócesis de San Isidro.  Mediante un procedimiento pautado, este organismo acompaña a quienes realizan un proceso de discernimiento sobre la nulidad matrimonial. La finalidad del servicio es informar a quienes quieren conocer los pasos que deben seguirse para anular su matrimonio, y acompañar a los que deseen hacer un discernimiento al respecto. 

A cada fiel que acude pidiendo este servicio se le asigna un acompañante que lo orienta. Luego, los canonistas del equipo ayudan a discernir si los fundamentos para iniciar la nulidad en el Tribunal Eclesiástico son pertinentes. 

Mientras me reconstruía como cristiano, comencé el proceso de nulidad matrimonial. Al principio no entendía bien en qué consistía, pero seguí adelante. Ya había aprendido que seguir a Dios solo podía llevarme a algo bueno.

Tiempo después, al asistir a la Convivencia del Cursillo me encontré con su amor y su misericordia: ¡Dios no era el “ogro castigador” que yo creía! Recuerdo que en una homilía escuché al sacerdote contar la historia de la niñez del filósofo Nietzsche, quien tuvo una durísima infancia sin madre y fue criado en medio de oraciones, penitencias y castigos. El sacerdote concluyó diciendo que cuando Nietzsche afirmaba que “Dios no existe”, ¡tenía razón! “Es así –dijo–, porque ese Dios insensible y temible realmente no existe; el verdadero es puro amor y ternura”. Entendí que Dios siempre me acompañó y respetó mi libertad, solo esperaba que diera el primer paso para hacer Él todo el resto.

Cuando llegué al Tribunal Eclesiástico “Camino de Esperanza”, lo primero que me dijeron fue que “este proceso tiene que ser parte de tu proceso de fe, no es un simple trámite. Queremos acompañarte en esto”. Y luego oramos por mi fe y para que Dios pusiera luz sobre mi vida. El Señor cuidaba cada detalle para que no me perdiera.

El proceso de nulidad remueve la historia personal con mucha ternura. Cambió mi mirada al mismo tiempo que el Señor fue sanando esa historia dolorosa.

En el verano de 2018 me invitaron a hacer la siguiente Convivencia de Cursillo. Allí pude ver mi interior y mi historia con nuevos ojos, con los “lentes de la misericordia”; al recibir esta gracia junto al amor de Dios, volvió la esperanza a mi vida. Así es que estoy trabajando en mi unificación interior, intentando que no haya más espacios en mí que no estén iluminados por la luz de Dios. 

Un encuentro sanador 

“Todos tenemos algún familiar o amigo a quien no le fue bien en su matrimonio, que se ha separado y esa situación lo alejó de Dios. Te invitamos a que vengas con él, a que lo acompañes a esta reunión para que se reencuentre con el amor de Dios”: con esta expresión, Alejandro promueve encuentros en parroquias para aquellos que atravesaron una situación similar a la suya. “Las reuniones –explica Alejandro– son un espacio para que estos hermanos puedan escuchar por sí mismos que Dios está loco de amor por cada uno de ellos. ¡Que es su Padre y que los está esperando para recibirlos con alegría!”. 

Esta lucha del Señor por mí, su pedagogía, su respeto por mis tiempos y su desproporcionado amor hicieron que cada etapa fuera una cruz y una resurrección, que cuanto más lo experimentaba, más certeza tenía de que la cruz es la experiencia del renacer en Cristo, cada vez más lleno del amor de Dios.

Finalmente, el tribunal estableció la nulidad y hoy ¡todos mis anhelos de familia son posibles!

En esta vida nueva, Él me pide compartir mi historia para que otros que hayan pasado por cruces en sus matrimonios puedan recibir la esperanza. Dios tiene mucho, muchísimo amor para cada uno; solo hay que atreverse a dar el primer paso, porque Dios hará todo el resto.

Alejandro Schaeffer
Centro Pastoral Misericordia
Buenos Aires

Publicado en la Revista Cristo Vive ¡Aleluia! Nº220 (NOV-DIC 2019)