Luego de “tocar fondo”, una joven pudo emprender el camino de regreso en la vida de la fe.

Cuando conocí a Dios, Él llenó mi vida de bendiciones. Comencé a participar de los grupos del Movimiento de la Palabra de Dios y me sentí fuera del “mundo viejo” al que había pertenecido antes. Sin embargo, un tiempo después me convencí de que extrañaba lo que había dejado atrás. Me di cuenta de que no quería renunciar a ello y regresé a las andanzas.

Descubrí entonces que nada me satisfacía, que vivía un engaño. Me sentía sola y lo único que hacía era buscar cosas que llenaran ese vacío, aunque sabía que el único que había logrado “llenarme” había sido Dios, por ejemplo, cuando vi nacer a mi hija y también cuando me regaló un compañero. 

Busqué el amor en donde no debía y me sentí omnipotente. Jugué, tomé, hablé mal y pequé. Me arriesgué en muchas situaciones dolorosas. En ese momento de ceguera, no solo atenté contra Dios y contra mí misma: sentí que directamente me había puesto al servicio del mal. Me acostumbré al vacío y al sinsentido, pero algo resonaba en mí, ¡algo decía “basta”! Sin embargo, la voz de la tentación quería convencerme: “Ya es tarde, te perdiste”. Creí en esos pensamientos y me dejé engañar. No di más pasos en la fe y me quedé en los deseos. Esta lucha en mi interior siguió hasta que un día Dios puso en mi corazón el anhelo de cambiar: “Tú puedes –sentí que me decía–; esto puede arreglarse. Tú no eres así, tú vales más que esto. ¡Soy tu salvación!”.

Comencé a vivir mis días con esa certeza y, aunque tropecé un par de veces más, la mirada del amor que veía a lo lejos, me levantó. Y después de tocar fondo, emprendí el regreso. Lo admití con dolor: pequé contra el cielo, contra el Padre; pequé contra el hermoso proyecto que me había regalado. Ya no quise justificarme más. Entonces sentí cómo Dios, en lugar de mirarme enojado, lo hacía con cariño, con el mismo amor con el que me veía antes de conocerlo. Supe que, así como en su momento había decidido irme de su lado y de la comunidad, podía decidir volver, poner los medios y luchar por una vida en su Espíritu Santo y en su amor, del que tanto había escapado. Podía luchar y no resignarme ante el pecado, ordenar el caos en mi vida. 

Quise reconciliarme por haber sido instrumento del mal, con el dolor que eso me producía. Me acerqué al sacramento, me abandoné a su amor, me olvidé de mí, ¡y hoy pienso en Ti, Padre, te agradezco, te abrazo!

En su momento, me sentí perdida. Hoy tengo la certeza de que he sido encontrada, de que estoy viva y llena de fuerzas. Quiero gritarlo, compartirlo, testimoniarlo, construir el Reino de Dios y no el de la tentación; quiero “podar” mis impulsos, ¡anunciar con mi vida lo hermoso que es vivir plenamente y ser libre en el amor de Dios! 

Luego de orar, leí la Biblia en donde se abrieron las páginas y me resultó una respuesta de Dios para mí: “Los sacerdotes, con las manos tendidas al cielo, invocaron a Aquel que sin cesar defendió nuestra nación diciendo: a ti, Señor del universo, que nada necesitas, te agradó tener entre nosotros un templo donde morar. Por eso, pues, conserva siempre limpia de profanación esta casa que acaba de ser purificada” (2 Mac. 14, 34-36). ¡Amén!

Belén B.
Prov. de Buenos Aires 

Cristo Vive, Aleluia! Nº 226 (mar-abr 2021)