El 1 de noviembre, la Iglesia celebra el Día de Todos los Santos. En este día se recuerda a quienes agradaron a Dios con sus vidas, muchos de ellos contemporáneos nuestros.

La santidad no es un monopolio de religiosas y sacerdotes del pasado ni tampoco una medieval tendencia de vida. Es actual, tanto como que hombres y mujeres de nuestros días nos siguen dando un gran ejemplo de virtud, de entrega y de fe hecha obras.

Ha habido y sigue habiendo laicos de todas las edades que se han santificado sin ir al convento. ¿Cómo? En la aceptación amorosa de la enfermedad, en el trabajo diario por el Reino de los Cielos, en la entrega de la propia vida por amor a Dios o en la confesión gozosa de la propia fe, aun en medio de las adversidades que esto supuso.

UN PADRE DE FAMILIA DURANTE EL NAZISMO

Franz Jägerstätter tuvo que elegir entre Hitler y Cristo. Eligió al Señor y fue asesinado. Nacido en Radegung, Austria, el 20 de mayo de 1907, fue un gran hombre de fe que la supo inculcar también a sus tres hijas y que le sirvió de principio vital para su matrimonio.

Franz había leído la encíclica de Pío XI que condenaba el nazismo, por eso, cuando en 1943 fue obligado a formar parte del régimen de Hitler, Jägerstätter tuvo la convicción de que no podía ser parte de una guerra injusta. En el Evangelio encontró la fuerza para decir “no puedo” y ser fiel a su conciencia.

Fue encarcelado en Berlín en marzo de 1943, procesado por insumisión y condenado a muerte por un tribunal militar ese mismo año. Desde la cárcel escribía a su esposa: “Doy gracias a nuestro Salvador porque he podido sufrir por Él. Confío en su infinita misericordia. Espero que me haya perdonado todo y que no me abandone en mi última hora… Cumple los mandamientos y, con la gracia de Dios, pronto nos volveremos a ver en el cielo”. Franz fue beatificado el 26 de octubre de 2007.

LA SANTIDAD EN LA TERCERA EDAD

María Teresa Ferragud Roig padeció el martirio a los 83 años de edad. ¿El motivo? Quiso acompañar a sus cuatro hijas religiosas, tres clarisas capuchinas y una agustina descalza, para alentarlas a no declinar en su fe y a confesarla con decisión.

Las hijas de María Teresa fueron capturadas el 25 de octubre de 1936 por milicianos republicanos durante la persecución religiosa en España. Ese mismo día fueron asesinadas las hijas y la madre, sin haber renegado de su fe. Juan Pablo II las beatificó en 2001.

JUVENTUD, UN TESORO PARA DIOS

Numerosos testimonios nos dejan ver lo atractiva que puede resultar la santidad para tantos otros jóvenes de hoy.

“Dios es lo más importante en mi vida, mi amor. La vida es genial, pero más corta de lo que pensamos”; esta fue una de las frases que Marta Obregón escribió desde Taizé, el verano de 1990, a una amiga. Dos años más tarde, Marta experimentaría esa brevedad de la vida a la que hacía alusión en su carta.

Sucedió en Burgos. Era la noche del 21 de enero de 1992. Marta se dirigía a su casa pero fue interceptada por un violador, Pedro Luis Gallego quien, forzándola, la llevó en su auto fuera de la ciudad e intentó violarla. Marta luchó por preservar su virginidad y evitó ser ultrajada. ¿Consecuencias? Le dieron 14 puñaladas en el pecho, un martirio que le valió mantenerse pura y llegar así al cielo.

Marta nació el 1 de marzo de 1969 en La Coruña, España, y desde joven se vinculó al Camino Neocatecumenal. Estudió periodismo en la Universidad Complutense de Madrid. De ella dijo el que fue su novio, Francisco Javier Hernando: “Marta atraía como un imán. Entraba en un sitio y hacía relaciones al instante. Triunfaba donde pisaba. Todo el mundo quería estar con ella, hablar con ella, saber de ella”. Hoy, el arzobispado de Burgos promueve las primeras fases para la causa de canonización de Marta (Cf. http://www.causademarta.net/).

EL SOLDADO QUE SE NEGÓ A MATAR

Ismael Molinero, mejor conocido como Ismael de Tomelloso, fue testigo del asesinato de su director espiritual y de la quema de iglesias e imágenes durante la persecución religiosa de 1933-1936 en España. Conocido por su buen carácter, por ser simpático, abierto y sincero, ingresó en la Acción Católica de Tomelloso, de la que fue tesorero.

Fue reclutado por el bando republicano y obligado a participar en la guerra civil. Pero dejó el fusil después de una batalla en Teruel y se aferró a la medalla milagrosa. Fue detenido por el bando contrario y recluido en un campo de concentración donde contrajo pulmonía. En el hospital entabló amistad con el capellán pero jamás reveló su pertenencia a la Acción Católica para que no le dieran privilegios. “No quiero nada con el mundo. Soy de Dios y para Dios; si muero seré totalmente de Dios en el cielo, y si no muero, ¡quiero ser sacerdote! ¡Hacen falta santos!”, diría desde su lecho de enfermo.

Ismael murió el 5 de mayo de 1938 con apenas 21 años de edad. En 2008, el obispo de Ciudad Real abrió la fase diocesana del proceso de beatificación.

DE LOS NIÑOS ES EL REINO DE LOS CIELOS

 “Todos los días el capellán me traía la comunión que tanto me confortaba. (…) Aunque no lo creas, Dios da las fuerzas necesarias y todavía te dan ganas de reír un poquito”, expresó a sus compañeras de clase, desde el hospital, Alexia González-Barros (http://www.alexiagb.org/).

Poco antes de cumplir 14 años, le diagnosticaron un tumor en las cervicales que la dejó paralítica. Finalmente, el 15 de diciembre de 1985 falleció en Navarra. Ocho años después, en abril de 1993, se inició la causa de canonización en Madrid. ¿Qué tenía esta jovencita que fue y sigue siendo un modelo de vida cristiana para hombres y mujeres de España y de tantos otros países donde se le tiene una pía devoción?

Durante el tiempo que estuvo internada por su enfermedad, muchos admiraron su entereza que nacía de un profundo amor a Cristo; amor que le daba la fuerza para vivir con fe e irradiarla. Su testimonio ayudó a muchas personas quienes, tras su muerte, fueron extendiendo el testimonio de santidad de Alexia.

Las historias de estos héroes de carne y hueso podrían seguir. Sus vidas, que hoy son un patrimonio de la Iglesia abierto al mundo, llevan nuestros ojos a Dios y nos estimulan a imitar las virtudes. La santidad es contagiosa y los santos ayudan a generar más santos; animan a seguir, en definitiva, las huellas de Cristo porque ellos nos hacen más creíble la Palabra de Dios y el Evangelio.

Oscar Palazzo

Revista Cristo Vive ¡Aleluia! Nº 195 (NOV-DIC 2014)