El desafío de saber cuándo y cómo intervenir en la vida de quien se ama.
Respetar el espacio y la libertad de los hijos puede ser parte de un camino de santidad, como echarse a los pies de Dios y simplemente confiar. Esta fue la experiencia de santa Mónica, madre de san Agustín. Ella, tenía puesta la mirada en su hijo, esperando, seguramente con temor y pesar, pero con la fe de que la entrega daría fruto.
Mónica, una mujer que rezaba y buscaba la voluntad de Dios para su vida, y debió casarse con un hombre que podía mantener a su familia, pero con un carácter terrible, desordenado, mujeriego, que no la respetaba. Sin embargo, le dio la posibilidad de ser madre de tres hijos; uno de ellos, Agustín. Una persona inquieta por aprender, que no se conformaba con lo que le decían, necesitaba siempre saber un poco más. Podemos pensar en su figura como la de un joven actual, lleno de estímulos, sentimientos, sensaciones e inquietudes, con una búsqueda constante. Siendo así, podemos pensar en las preguntas que Mónica se haría en ese tiempo como madre por un hijo que no sabía lo que buscaba y sin saberlo se dañaba a sí mismo.
Podemos imaginar cómo sería el diálogo de esa madre con Dios. Confiar que su hijo se iba a convertir. Seguramente en ella, cada paso en falso que daba su hijo, le dolía, pero la fortalecía para seguir ofreciendo y despojándose por la conversión de su familia.
¿Cómo sería no intervenir? Teniendo la posibilidad de hacerlo. ¿Cómo sería dejar a su hijo ser libre y simplemente acompañar? Sería como mirar algo que a uno no le gusta,…
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