Dos personas pueden sentirse llamadas al matrimonio por una tendencia natural que los une, pero eso no es todo para asumir un compromiso definitivo.

En la cultura actual, ya no podemos suponer de antemano y en un modo generalizado que las parejas comienzan su relación con una experiencia definida, sabiendo qué es amar, para lanzarse a la vida matrimonial. Tampoco que esta experiencia vital la tienen internalizada, hasta en su sexualidad, para querer concebir a un hijo desde una entrega generosa, en la que se priorice la concepción de un nuevo ser, con la seguridad de querer asumir una maternidad y paternidad de manera responsable.

Lo que antes dábamos por supuesto y evidente como lo mejor y óptimo porque reflejaba un valor, hoy no todos lo pueden comprender. Además, se presentan nuevas vivencias que pretenden desplazar este derecho natural de todo ser humano al ser concebido.

¿No corremos el riesgo que se diluya el sentido de la vocaciónque supone un llamado al estado de vida matrimonial y familiar?

Es necesario ver cómo cada persona se vincula consigo mismo para ser consecuente con el llamado vocacional que tiene y la identidad que necesita completar. El Padre Ricardo, en su libro La Entrega del Amor. La libertad de la opción, nos da luz para analizar que, en un llamado, hay que diferenciar la tendencia natural de la persona, de aquello a lo que realmente es llamado.

Para llegar verdaderamente a la experiencia de amar, se pueden confundir las intenciones si uno no va más allá de la atracción que el otro le genera, que tiende más a una idealización del vínculo y a evitar buscar profundamente con disposición y discernimiento la voluntad de Dios.

Dos personas pueden sentirse llamadas por una tendencia que los une, pero eso no es todo: es necesario descubrir el contenido de la elección de ese vínculo para hacerlo veraz y sólido.

Desde esta diferenciación uno podrá hacer opciones más claras a la hora de saber si quiere construir vínculos desde una dimensión solamente natural o si quiere hacer opciones definitivas que le llevan a un estado de vida.

Muchas veces podemos experimentar el temor a un compromiso por las consecuencias que implica algo definitivo, pero esto no lo decidimos solamente desde nuestras fuerzas humanas, sino que lo descubrimos porque es Dios quien hace nacer nuestra decisión desde lo más profundo de nuestro ser para encauzarnos a nuestra auténtica felicidad humana.

Cada uno de nosotros fue creado por el Padre para asumir su vocación y misión dentro del llamado específico que nos ha hecho a la vida. Esto implica una dignidad que cada uno decide reconocer y asumir desde opciones personales que le permiten concretar su verdadero llamado a la plenitud humana.

P. Adrián Caruso, MPD

N. de la R.: Este artículo es la continuidad de la reflexión “Construir los vínculos familiares”,  publicada en Cristo Vive, ¡Aleluia!, núm. 197, pp. 12-13.

Publicado en Revista Cristo Vive ¡Aleluia! Nº 198 (JUL-AGO 2015)