Entre los documentos de la editorial, se rescató un testimonio acerca de la Providencia para la organización de un encuentro navideño en Lima, Perú.

En diciembre nos hicieron una propuesta: debíamos ayudar a los jóvenes que se acababan de confirmar a organizar un encuentro para niños. Era un gran desafío, porque para eso, entre otras cosas, debíamos recaudar unos cuantos soles.

No teníamos nada: ni  lugar, ni  dinero, ni la posibilidad de juntarlo. Había dos opciones: asumir esta invitación y acompañar la iniciativa o expresar el inconveniente que suponía llevar adelante este proyecto.

Finalmente, luego de orar y discernir, decidimos hacerlo y emprender el arduo camino. ¡Si esto era de Dios, le pedimos que se manifieste!

Entonces, comenzamos a buscar un sitio. Tenía que ser un espacio seguro y cerrado, como un colegio o una parroquia. Nos preguntábamos: si no encontrábamos lugar, ¿podríamos hacer el encuentro de Navidad? Al mismo tiempo, los jóvenes encargados comenzaron a reunirse. Sin embargo, teníamos dudas: ¿cuántos de ellos se anotarían? ¿Irían? Los jóvenes son tan cambiantes… 

 El primer signo

Por mi lugar de trabajo, fuimos a una parroquia en Pamplona Alta, en medio de cerros desérticos y chancherías alrededor de las humildes casas que reciben su ración semanal de agua en bidones. Allí, nos contaron que iban a organizar un encuentro por la Navidad para 400 niños. Entonces me pregunté: “¿Si voy con mi la gente de mi parroquia al domingo siguiente, ellos nos apoyarían?”. Cuando se los dije, su respuesta fue inmediata: “¡Pero, claro! ¡Aquí lo que sobran son niños!”.

No solamente nos dieron el lugar y su apoyo: la trabajadora social de la parroquia se ofreció a censar a los chicos, a traerlos desde arriba del cerro, a mantener a las mamás afuera del recinto en espera, a brindar la seguridad del guardia, a calentar las ollas del comedor para preparar la chocolatada y a suministrar el equipo de audio para llevar adelante la animación. ¡Más perfecto no podía ser!

Solo nos teníamos que ocupar de alquilar dos micros, ya que Pamplona está a una hora del Rimac -barrio en donde vivimos-, juntar el dinero para eso, además de los juguetes, la leche, el chocolate y los “panetones” individuales para entregarle a cada niño.

Comenzamos a recolectar lo necesario. Teníamos lo suficiente para 150 niños, pero en mi corazón sentí que podíamos llegar a juntar todo lo que precisábamos para recibir a 250 y así se lo transmití a la trabajadora social. 

 Cómo se manifestó la providencia de Dios

Había leche, pero no chocolate, ¡hasta que llegó una señora de la parroquia con un montón de tabletas!

La puerta de calle se abría y se cerraba constantemente para recibir más y más juguetes. El viernes previo al evento, nuestra casa era una colmena de jóvenes envolviéndolos en bonitos papeles de regalo: “Todo niño espera su juguete, y no los vamos a entregar así nomás”, expresó uno de ellos. 

Llegó una señora desconocida que se había enterado de este proyecto y nos dijo que su esposo había recibido una donación de juguetes y la quería dar. A cambio, solo nos pidió que recemos por él, por su salud. Trajo bolsones de regalos bellísimos y nuevos… ¡ya teníamos lo suficiente para 250 niños!

Haciendo los cálculos económicos, aún faltaban 50 soles para cubrir todo hasta que una persona se ofreció a donarlos.

Horas antes de salir al encuentro, llegó un matrimonio mayor al que no conocíamos para regalarnos cuatro panes dulces grandes.

El domingo 20 a las 7 de la mañana, llegaron los carros que estaban contratados, los grupos que se ofrecieron a ayudar y las mamás que prepararían la chocolatada. Entre ellos, estaban los 30 jóvenes que se habían anotado para llevar adelante la celebración.

 El gran día

“No hay Navidad sin Jesús” fue el lema de ese encuentro, lo primero que se colgó en la canchita de la parroquia. 

Entraron los niños y se sentaron en las gradas por edades acompañados por jóvenes con nariz de payaso. Empezó la animación con cantos y concursos. Se repartió la chocolatada; no solo alcanzó para todos los niños, sino que invitamos a las mamás que esperaban en la puerta a que traigan sus botellas para llevar chocolatada a su casa… ¡Se iban felices, con sus botellitas descartables llenas! Se hizo la representación del nacimiento de Jesús, Luis Enrique Ascoy hijo cantó una canción de su padre y se gestó un ambiente de ungida interioridad.

El Niñito entregó los regalos. La cola era inmensa, ¡había más de 350 niños! Mientras veía a cada uno de ellos darle un beso al Niño, fui testigo de la multiplicación de los juguetes, del pan dulce y la alegría. 

El que no había recibido un juguete era un bebé que la trabajadora social tenía a upa. Me preguntó si no había un peluchito para darle. Cuando estaba por decir que no, alguien de atrás mío me dio otra bolsa con varios peluches y me dijo: “Toma, Emma, aquí hay”. ¿De dónde había salido esa bolsa? No lo sabemos. Entonces, aprendí  que ya no valía la pena tratar de resolver el enigma.

Para festejar, nos fuimos al templo a agradecer. Cantamos y repartimos papeles con citas de la Palabra a cada uno de los servidores del encuentro. Volvimos felices, mientras comíamos en el micro los panes dulces donados por los abuelitos que… ¡sabe Dios quiénes serían!

Por la noche, recibí un hermoso Power Point del encuentro con el tema “No hay Navidad sin Jesús” y encontré un misterioso sobre perdido con 50 soles. Era lo que alguien donó para que nos cerraran las cuentas, pero providencialmente no había sido necesario.

Verdaderamente, hay más felicidad en dar que en recibir. 

Emma Diodati 

Comunidad Nazaret femenino Devoto

Buenos Aires

N. de la R.: Si bien el escrito no es actual, la redacción decidió la publicación por su valor testimonial. Emma, vivió en la Comunidad de Nazaret de Lima desde el año 2007 hasta el 2010.