Un pacto para beneficiar a los pobres y a la Tierra.

Después de celebrar la Eucaristía, 40 obispos firmaron un pacto. En él, se comprometían a vivir una vida más sencilla, sin posesiones, ni títulos, ni privilegios de poder. Tampoco participarían en agasajos, ni banquetes organizados por los poderosos. Su misión sería transformar la beneficencia en “obras sociales basadas en la caridad y en la justicia, teniendo en cuenta a todos, especialmente a los más débiles, para impulsar el advenimiento de otro orden social, nuevo, digno de los hijos del hombre y de los hijos de Dios”. Este fue el compromiso que asumieron los obispos en 1965, tres semanas antes de la clausura del Concilio Vaticano II, en la Catacumba de Santa Domitila en Roma, bajo la conducción del obispo brasileño Helder Cámara.

Mediante este acuerdo, los que firmaron se propusieron llevar adelante una acción pastoral apoyada en cuatro principios: “que nuestro ministerio constituya un verdadero servicio”; “revisar nuestra vida”; ser “animadores antes que jefes, humanos y acogedores” y estar “abiertos a todos, sea cual sea su religión”.

El espíritu del Pacto de las Catacumbas ha guiado algunas de las mejores iniciativas cristianas de los últimos cincuenta años, no solo en América Latina, donde tuvo especial repercusión, sino en el conjunto de la Iglesia Católica. Su testimonio –su inspiración y su texto– se convirtió en uno de los signos más influyentes y significativos del catolicismo del siglo XX. 

El domingo 2 de octubre de 2019, durante el desarrollo del Sínodo para la Amazonia, un grupo de obispos y participantes –hombres y mujeres– se volvieron a reunir en la misma catacumba donde se había consensuado el pacto de los años sesenta para ratificarlo y formular uno nuevo, en clave de comunión del hombre con la tierra, de solidaridad económico-social y de misión comunitaria, abierta a todos los pueblos.

Este segundo pacto retoma y reafirma en el mismo lugar el espíritu y compromiso del primero, pero se pone al servicio del Reino de Dios, que se expresa y encarna en el cuidado de los pobres y de la casa común de la Tierra, desde la periferia del mundo: la Amazonia, en el centro histórico de la Iglesia Católica (las catacumbas de Roma).  

El nuevo pacto fue antecedido por una celebración eucarística presidida por el cardenal Claudio Hummes, quien vistió la estola de Dom Helder Cámara, y concelebrada por los padres sinodales, entre ellos el Cardenal Pedro Barreto y Dom Erwin Kautler.  

Quienes acordaron este compromiso, como participantes del Sínodo Pan-Amazónico, expresaron su alegría por vivir entre numerosos pueblos indígenas, quilombolas, ribereños, migrantes y comunidades en la periferia de las ciudades de este inmenso territorio del planeta que es la Amazonia. Al compartir la realidad cotidiana con ellos, han experimentado la fuerza del Evangelio que actúa en los pequeños y han descubierto, movilizados por la escucha de los gritos y las lágrimas de los más sencillos y pobres, el desafío y la invitación a una vida más simple de compartir y de gratuidad. 

Con estas motivaciones profundas han expresado 15 compromisos por una Iglesia con rostro amazónico, pobre y servidora, profética y samaritana. Estas son, entre otras, las obligaciones que adoptaron los padres sinodales en esta oportunidad:

Asumir, ante la amenaza extrema del calentamiento global y del agotamiento de los recursos naturales, el compromiso de defender en nuestros territorios y con nuestras actitudes la selva amazónica en pie.

Reconocer que no somos los dueños de la madre tierra, sino sus hijos e hijas. 

Renovar en nuestras iglesias la opción preferencial por los pobres, especialmente por los pueblos originarios (…). Ayudarlos a preservar sus tierras, culturas, lenguas, historias, identidades y espiritualidades.

Abandonar en nuestras parroquias, diócesis y grupos, todo tipo de mentalidad y postura colonialista. En cambio, acoger y valorar la diversidad cultural, étnica y lingüística en un diálogo respetuoso con todas las tradiciones espirituales. 

Anunciar la novedad liberadora del Evangelio de Jesucristo, en la acogida al otro y a lo diferente.   


Compromiso con la pobreza

“Nosotros, obispos, reunidos en el Concilio Vaticano II nos comprometemos a lo que sigue. Procuraremos vivir según el modo ordinario de nuestra población en lo que toca a casa, comida, medios de locomoción, y a todo lo que de ahí se desprende (Cf. Mt 5, 3; 6, 33s; 8-20). Renunciamos para siempre a la apariencia y la realidad de la riqueza, especialmente en el vestir (ricas vestimentas, colores llamativos) y en símbolos de metales preciosos (esos signos deben ser, ciertamente, evangélicos) (Cf. Mc 6, 9; Mt 10, 9s; Hech 3, 6). Ni oro ni plata”. 

Fuente: Fragmentos del Pacto de las Catacumbas


Hacer efectiva en las comunidades que nos han sido confiadas el paso de una pastoral de visita a una pastoral de presencia.

Reconocer los servicios y la real diaconía de gran cantidad de mujeres que hoy dirigen comunidades en la Amazonia y buscar consolidarlas con un ministerio adecuado de mujeres animadoras de comunidad.

Buscar nuevos caminos de acción pastoral en las ciudades donde actuamos, con el protagonismo de los laicos y los jóvenes.

Asumir ante la avalancha del consumismo un estilo de vida alegremente sobrio, sencillo y solidario con los que poco o nada tienen; reducir la producción de basura y el uso de plásticos, favorecer la producción y comercialización de productos agroecológicos, utilizar el transporte público siempre que sea posible.

Cultivar verdaderas amistades con los pobres, visitar a las personas más sencillas y a los enfermos, ejerciendo el ministerio de la escucha, del consuelo y del apoyo que traen aliento y renuevan la esperanza. 

P. Juan Bautista Duhau, MPD*

Bibliografía: Xavier Pikaza, J. Antunes da Silva, El Pacto de las Catacumbas. La misión de los pobres en la Iglesia, Verbo Divino, España, 2015.

* En colaboración con la Profesora María Isabel Carozzo.

Publicado en la Revista Cristo Vive ¡Aleluia! Nº221 (MAR-ABR 2020)