Celebrar la Pascua es volver a creer que Dios irrumpe en la historia y renueva nuestra esperanza.

Enmudecidos ante la cruz

El peso del silencio ante la muerte del Señor cala hondo en las hendiduras del corazón del discípulo que se queda sin palabras. ¿Qué decir ante tal situación? Ellos hicieron silencio, callaron. Durante las horas difíciles y dolorosas de la Pasión, los discípulos experimentaron su incapacidad de “jugársela” y de hablar en favor del Maestro: no lo conocían, se escondieron, se escaparon (Cf. Jn 18, 25-27). Esta es la noche del silencio del discípulo de hoy, que se encuentra entumecido y paralizado, sin saber hacia dónde ir frente a tantas situaciones dolorosas que lo agobian y rodean; enmudecido ante una realidad que se le impone haciéndole sentir y, lo que es peor, creer que nada puede hacerse para revertir tantas injusticias que viven en su carne nuestros hermanos. El discípulo está atolondrado por su rutina aplastante que le roba la memoria, silencia la esperanza y lo habitúa al “siempre se hizo así”. 

El grito de la Vida

Cuando callamos, las piedras empiezan a gritar (Cf. Lc 19,40) y a dejar espacio para el mayor anuncio que jamás la historia haya podido contener en su seno: “No está aquí, ha resucitado” (Mt 28,6). La piedra del sepulcro gritó y se hizo eco del triunfo de la Vida. Fue la piedra la primera en saltar y, a su manera, entonar un canto de alabanza y admiración, de alegría y de esperanza del que todos somos invitados a formar parte. “No tengan miedo… ha resucitado” (Mt 28, 5-6). Estas palabras del ángel tocan nuestras convicciones y certezas más hondas, nuestras formas de juzgar y enfrentar los acontecimientos que vivimos a diario. Jesús resucitó y con Él resucita nuestra esperanza y creatividad para enfrentar los problemas presentes, porque sabemos que no vamos solos.

La fuerza de los cristianos

La tumba vacía desafía, moviliza y cuestiona, nos anima a creer y a confiar que Dios “acontece” en cualquier situación, en cualquier persona, y que su luz puede llegar a los rincones menos esperados y más cerrados de la existencia. Resucitó de la muerte, del lugar del que nadie lo hubiera imaginado, y nos espera para hacernos tomar parte de su obra salvadora. Este es el fundamento y la fuerza que tenemos para poner nuestra vida y energía, la inteligencia, afectos y nuestra voluntad en buscar, y especialmente en generar, caminos de dignidad. “¡No está aquí… ha resucitado!” es el anuncio que sostiene nuestra esperanza y la transforma en gestos concretos de caridad. ¡Cuánto necesitamos dejar que nuestra fragilidad sea ungida por esta experiencia, que nuestra fe sea renovada y que nuestros “miopes horizontes” se vean cuestionados y renovados por este anuncio! 

Formar parte del anuncio 

Celebrar la Pascua es volver a creer que Dios irrumpe en la historia desafiando nuestros “conformantes” y paralizadores determinismos. Es dejar que Jesús venza esa pusilánime actitud que tantas veces nos rodea e intenta sepultar todo tipo de esperanza. La piedra del sepulcro tomó parte, las mujeres del Evangelio formaron parte, ahora la invitación va dirigida una vez más a nosotros: un llamado a romper la rutina, renovar nuestra vida, nuestras opciones y nuestra existencia allí donde estamos, en lo que hacemos y en lo que somos; con la “cuota de poder” que poseemos. ¿Queremos tomar parte de este anuncio de vida o seguiremos enmudecidos ante los acontecimientos? ¡No está aquí, ha resucitado! Y te espera en Galilea, te invita a volver al tiempo y al lugar del primer amor y te dice: “No tengas miedo, sígueme”. 

Francisco

 Fuente: Homilía durante la vigilia pascual del año 2018.

Publicado en la Revista Cristo Vive ¡Aleluia! Nº222 (MAY-JUN 2020)