La Pascua es una oportunidad para recuperar el impulso de llevar la Palabra de Dios hasta los confines de la Tierra.
Nuestra vida se plenifica totalmente en Dios… Por eso somos llamados a la santidad. San Pablo nos dice: “Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra. Porque ustedes están muertos, y su vida está desde ahora oculta con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, que es nuestra vida, entonces ustedes también aparecerán con él, llenos de gloria” (Col 3,1-4).
El Reino de Dios es la plenitud de su amor en el que queremos vivir. Esto es lo que quiere el Espíritu Santo en este tiempo de la Iglesia.
A veces, las personas demoramos “la hora” de lo que Dios quiere hacer. También los carismas, como dones dados a la Iglesia, retrasan su manifestación porque uno se abstrae en sí mismo, en sus propias circunstancias. Nosotros no podemos instalarnos de esta manera.
En el mundo hay muchos disfraces del amor pero no realizan a la persona. En el día de la Resurrección de Jesús, podemos pedir la gracia de sacarnos las máscaras y que solo su rostro brille en nosotros.
En una oportunidad, una misionera describió lo que era para ella la entrega al Reino: “gastar la vida hasta el final”. De esta manera lo había expresado san Juan Pablo II. Esto vale tanto para los jóvenes como para los ancianos. Cada uno puede hacerlo en la medida de sus posibilidades, la generosidad de su donación y la gracia que el Señor le da para ofrecerse.
El mundo necesita con prisa el anuncio de la Buena Noticia. La nueva evangelización debería volver a encender en los cristianos el impulso de los orígenes, un nuevo espíritu misionero que implique a todos los miembros del pueblo de Dios. Precisamos un envión apostólico renovado, que se viva como compromiso cotidiano de las comunidades y de los grupos cristianos. “La nueva evangelización es sobre todo una tarea espiritual de cristianos que buscan la santidad. Eso presupone la gracia de Dios y exige educación, esfuerzo, perseverancia y oración” (Mons. Nikola Eterovic).
Es tiempo de urgencia y necesidad; las guerras persistentes y las señales ecológicas nos alertan al respecto. No nos demoremos en las distracciones que nos brinda la cultura. Es tiempo de estar de pie y ponernos en misión. Jesús nos dice: “Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 18-20).
¡Qué hermoso sería que la Iglesia se mire a sí misma y se entienda como familia de Dios! Que realmente nos reconozcan y digan: “¡Miren cómo se aman!”. Cuando falta el amor, lo demás queda suelto: la doctrina, los sacramentos y los preceptos morales.
El Espíritu Santo es quien nos hace hermanos y nos da la gracia para vivir el mandamiento nuevo de Jesús. Cultivemos nuestra vida de alianza personal con Él, encontrándonos con su Presencia en lo hondo de nuestro corazón, en la Eucaristía, en la Palabra, en el sagrario de nuestro prójimo y en la providencia cotidiana de nuestro Padre Dios.
Amemos a María y dejémonos conducir por el Espíritu Santo.
La misión es anunciar a Jesús y en su Evangelio, el Reino de Dios. Lo haremos con el testimonio, al llevar una vida de alianza fraterna y de entrega al servicio.
Para nosotros, el vivir es Cristo. Y el amar es su Evangelio.
Padre Ricardo
N. de la R.: Extraído de un anuncio dado en la Pascua de 2011 a los hermanos del Centro pastoral Janer de Buenos Aires.
Publicado en la Revista Cristo Vive ¡Aleluia! Nº 242 – Abril 2023