En una meditación, Gabriel encontró la respuesta.
Hace varios años que participo del servicio que ofrece la Editorial de la Palabra de Dios en nuestro Centro pastoral. Además de acercar los libros y demás materiales a nuestros lugares de referencia, también realizamos reuniones bimestrales con encargados de otros sitios pastorales. En una de ellas, compartimos acerca de cómo veíamos nuestro servicio en este tiempo.
Luego de la oración de inicio y de ofrecerle a Jesús el encuentro, leímos el Salmo 92. Yo me detuve en el versículo 11 que dice: “pero a mí me das la fuerza de un búfalo…”.
En ese momento mi corazón inquieto y buscador se despabiló. Inmediatamente pensé en un búfalo en el medio de un desierto, y me dije: demasiada fuerza para tanta arena. ¡Se va a cansar pronto!
Así, mi imaginación voló y recordé a los sabios de Oriente. Pensé: claro, un viaje tan largo atravesando desiertos merece ser hecho en camello… Es el animal apropiado para esa geografía. Va a paso lento, pero firme. En sus jorobas tiene reservas y a su vez cobija y resguarda a quien lo conduce. Y también recordé que sus ojos poseen una especie de protección que evita que los granos de arena que vuelan por los fuertes vientos los enceguezcan…