Editorial de la Palabra de Dios

La contaminación ambiental y la distribución arbitraria de los alimentos son dos de los grandes desafíos que enfrenta la humanidad. 

La situación de emergencia planetaria que provocó la transmisión del coronavirus rápidamente se convirtió en el principal motivo de preocupación de la humanidad y desplazó el interés por otros problemas sociales y ambientales. Pero si abrimos el panorama, podemos sentir que el tema nos interpela porque nos recuerda una cruda realidad con la que convivimos: “Existe otra pandemia: la del hambre”1 dijo el pontífice en el mes de mayo. Solo habían pasado cinco meses del año y ya las estadísticas señalaban una cifra aterradora: casi cuatro millones de personas habían fallecido a causa del hambre en lo que iba del 2020. Y la contraparte de esta tragedia se puede notar en el consumo desaforado de unos y la imposibilidad de acceder a los recursos básicos de otros, como también señaló Francisco: “Hermanos nuestros no pueden alimentarse ni sana ni suficientemente, mientras que en otros se malgasta y se derrocha sin control”. Esta es la “paradoja de la abundancia” que ya en 1992 había advertido san Juan Pablo II.2 

Además de la problemática de la coexistencia de la hambruna mundial y la cultura del consumo, hay otros acontecimientos que se entrecruzan y suceden al mismo tiempo. Mientras que en una parte del planeta se registran regiones con inundaciones que arrasan con cultivos y vidas humanas, en otras hay sequías e incendios en donde el fuego se vuelve incontenible. Ya en el Sínodo Amazónico de octubre del 2019, los distintos exponentes aseguraban que estábamos frente a una crisis ambiental y que existía una emergencia climática. Francisco había alertado sobre el daño que el ser humano estaba provocando a la Tierra en su Carta Encíclica Laudato sí’ del 2015. Como una profecía, el Papa aseguraba que el desprecio por el medio ambiente y el olvido del valor de la vida humana desde el momento de su concepción nos llevaba a la autodestrucción como humanidad.

Frente a la pérdida de nuestra riqueza ambiental, cabe la pregunta: ¿qué estamos haciendo para revertir su destrucción, que parece ser provocada por los hombres que habitan la Tierra? Con la expansión de los contagios por el nuevo virus y la obligatoriedad del confinamiento y el aislamiento social pareciera que el mundo se detuvo, pero el pronunciamiento de los grandes y pequeños activistas del medioambiente por salvar el planeta nos da esperanzas. El Movimiento Católico Mundial por el Clima, por ejemplo, es una organización que vincula a distintas ONG con órdenes religiosas, movimientos laicos, grupos parroquiales y diócesis. 

Este movimiento a favor del medioambiente anima a las comunidades a superar el consumismo y sanar su relación con la creación y los pobres, fomenta cambios ecológicos en el estilo de vida de las parroquias e intercede para que haya cambios en las políticas climáticas al amplificar el mensaje de Laudato si’. También difunde noticias vinculadas a la acción ecológica desde las distintas confesiones religiosas en sus redes sociales y otros canales de comunicación. Entre otras propuestas, anuncia la invitación del Papa Francisco a participar del “Tiempo de la Creación”, un encuentro ecuménico que organizan anualmente varias iglesias evangélicas. La propuesta es celebrar que todos los cristianos del mundo se unan para reparar y restaurar los lazos entre la creación y entre sí. El evento se llevará a cabo del 1 de septiembre al 4 de octubre –Fiesta de San Francisco de Asís, el patrono de la ecología– y se podrá participar de las actividades virtuales con inscripción previa.3

Nadar en islas de plástico

Desde el cambio de milenio, el consumo acelerado de bienes superfluos, ni básicos ni necesarios, se ha incrementado significativamente. Como consecuencia, la generación de residuos también ha aumentado drásticamente en los últimos años debido a que resultó mucho más rentable para las empresas utilizar productos descartables que armar circuitos de reciclado. No obstante, esto trae serias consecuencias: “Cuando el plástico es muy barato, porque no incluye el costo ambiental, ese costo lo está pagando alguien”, afirma el doctor en Biología Andrés Arias.4 

En la Argentina, cada dos segundos se produce una tonelada de residuos. Entre el 20 y el 30 por ciento de ella está constituido por envases y gran parte de estos desechos termina en el agua. Arias afirma que aproximadamente el 84 por ciento de la basura marina es plástico, de la cual la mitad proviene de elementos descartables como los que usamos cotidianamente y, la otra mitad, de productos de pesca.

El plástico en el agua convive con la fauna marina de forma malsana; por su tamaño al desintegrarse, los animales los confunden con alimento y los ingieren. Estas micropartículas también se filtran por los sistemas de drenaje en las ciudades. Investigaciones recientes, como la que realizó la Universidad de Newcastle, en Australia, sugieren que en promedio una persona podría ingerir aproximadamente cinco gramos de plástico en el agua potable por semana, el equivalente al peso de una tarjeta de crédito. 

El tiempo de fraccionamiento del plástico difiere según el tipo de compuesto, el aditivo y su densidad de fabricación, explica Arias. Las botellas y los vasos descartables pueden durar 400 años hasta volverse imperceptibles; los pañales, entre 150 y 200 años. Las redes y líneas de pesca, que son productos de alta densidad, duran hasta 600 años en el océano……

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Fuentes consultadas: Los datos fueron extraídos de las páginas web oficiales de la UNICEF, la FAO y la ONU, consultadas durante el mes de agosto del 2020.

1-Casa Santa Marta, 14/05/2020.
2-Discurso en la apertura de la Conferencia Internacional sobre la nutrición, 5/12/1992
3-Ir a: www.seasonofcreation.org/es/home-es/
4-Investigador en el CONICET. Realizó múltiples múltiples estudios sobre la contaminación oceánica.

Publicado en Cristo Vive ¡Aleluia! Nº224 (SEP-OCT 2020)