Editorial de la Palabra de Dios

Laura descubrió una vocación orientada a cambiar las condiciones de esclavitud laboral.

“Ocuparse” era la palabra que me repetía constantemente mientras viajaba hacia casa después de renunciar al trabajo en una empresa de calzado. Allí había visto todo tipo de maltrato, condiciones de seguridad industrial nulas y trabajadores aparando –aparar se le llama, en calzado, a lo que en ropa es coser– en un cuarto con una única salida, sin ventilación y amontonados, por mencionar solo algunas de las cosas que me llevaron a dejar esa empresa a menos de quince días de ingresar.

¿Cómo podía ocuparme de esa situación? ¿Qué podía hacer yo, sin trabajo y atravesando una situación familiar complicada a nivel económico? Recordé entonces el llamado que me había hecho el Señor en relación con mi vida laboral tiempo atrás. Era un llamado que todavía no podía definir, pero tenía la certeza de que se desarrollaría en la búsqueda.

Soy diseñadora de indumentaria y vestuario. Además, me gusta decir que Dios me creó emprendedora y con una profunda conciencia social. Una vez, en una capacitación, nos dijeron que los emprendedores tenemos iniciativa, somos persistentes, nos fijamos metas y confiamos en nosotros mismos. Yo agregaría que confío en Dios y que estoy convencida de que, lejos de mi identidad como su hija, sería muy infeliz.

Cuando conocí la lucha de la Alameda –una ONG que busca erradicar los talleres clandestinos, la trata de personas, etc. –, decidí hacer uso de uno de los rasgos que el Señor me regaló: la iniciativa. Llamé a la ONG y pedí una entrevista con la coordinadora de los talleres. El día de la reunión le conté lo que había visto en esta empresa y lo movilizada que estaba. No sabía qué hacer, pero me quería ocupar, aunque estuviera en una situación familiar y económica complicada. La entrevista iba a durar quince minutos y finalmente conversamos durante una hora y media. Cuando terminamos, ella me dijo: “Yo no te dejo ir. Tu falta de recursos económicos no va a ser un obstáculo para que hagamos algo juntos”. Al mes de haber comenzado a trabajar con ellos, lanzamos una colección de carteras y accesorios en el Mercado de Economía Solidaria de la calle Bonpland, en Buenos Aires.

Mi compromiso con la erradicación del trabajo esclavo fue cada vez mayor en la difusión y en las acciones para llevar trabajo a los talleres. En el año 2013, comencé un emprendimiento de “utilitarios religiosos de diseño”, una empresa social que pone los valores sociales por encima del emprendimiento comercial. Incluso antes de saber si podría lanzarla al mercado, mostré los diseños de los productos y la gente comenzó a hacer encargos.

El plan de negocios, en la parte productiva, incluyó seguir trabajando con la Alameda por más empleos libres del trabajo esclavo. Se generó, entonces, una red de trabajo donde cada producto es producido por proveedores que comparten el mismo espíritu de responsabilidad empresarial. Así, parte de la producción de nuestro emprendimiento la realiza un Taller Protegido llamado APEAD (Asociación de Padres en Asistencia al Discapacitado).

El objetivo de este proyecto es lograr la autogestión de gente en estado de vulnerabilidad: que puedan trabajar personas que, por diversas razones, tengan dificultades para insertarse en el mercado, para que así el trabajo las ayude a recuperar su autoestima. Tenemos conciencia de que la dádiva es para tiempos de emergencia; dice el Papa Francisco que a la gente hay que enseñarle el valor del trabajo. Solo así pueden sentirse capaces y volver a autogestionarse. Ese es el objetivo.

DIOS ME CREÓ EMPRENDEDORA Y CON UNA PROFUNDA CONCIENCIA SOCIAL.

Cuando uno descubre el plan laboral que tiene Dios para su vida, pasan varias cosas: primero se percibe una felicidad inmensa porque se produce el encuentro con la identidad propia más honda. Pero esto no significa que todo se vuelva más fácil. En mi caso, vivo rodeada de “situaciones de muerte”. ¡Pero, aun en esas circunstancias, soy plena! Y luego hay que hacer opciones de vida radicales y asumirlas, teniendo en claro cuál es el objetivo. Yo elegí un emprendimiento; no entra entonces en mis expectativas tener un auto de alta gama. Acepto que toda elección supone una pérdida. Probablemente vea mucho menos dinero del que cobra gente que trabaja menos pero como este llamado viene de Dios y él no quiere que vivamos frustrados tampoco siento la necesidad de tener cosas lujosas.

Civilizar, además, supone sentirse bien en el mundo. Hay mucha gente con criterios evangélicos, no solamente cristianos. Pero también hay muchas ideas a las que no adhiero. Sin embargo es por esto que me gusta estar presente en el mercado laboral, para marcar una diferencia, porque descubrí que la peor esclavitud es la interna.

Quiero trabajar con la gente que estuvo esclavizada, con gente que se mentía a sí misma para no perder sus seguridades económicas y permanecía en esclavitud. Eso me queda claro. Ahora descubro que a ese llamado que me había hecho Dios sobre mi vida laboral puedo definirlo y darle nombre. Y ahora también veo con claridad que el rasgo del carisma del Movimiento de la Palabra de Dios que más me identifica es el civilizador, porque siento que civilizando soy Evangelio vivo.

Laura Méndez
Avellaneda Centro
Prov. de Buenos Aires

Publicado en Revista Cristo Vive ¡Aleluia! Nº 199 (SEPT-OCT 2015)