Los “megáfonos” del Espíritu Santo 

Desde Pentecostés, los apóstoles ya no son hombres “solos”; experimentan esa especial sinergia que los hace descentrarse de sí mismos y decir: “nosotros y el Espíritu Santo” (Hech 5, 32; 15, 28). Los Doce, evidentemente, poseen esa “obediencia de la fe” que quieren suscitar en todos los hombres (Cf. Rom 1, 5). 

Fortalecidos por esa unión con el Espíritu, ellos no se dejaron atemorizar por nadie. ¡Tenían un valor impresionante! Pensemos que eran unos cobardes: todos escaparon, huyeron cuando Jesús fue arrestado. Sin embargo, de cobardes se volvieron valientes porque el Espíritu Santo estaba con ellos. Los apóstoles son los “megáfonos” del Espíritu Santo, enviados por el Resucitado para difundir con prontitud y sin vacilación la Palabra que da la salvación.

Lo mismo pasa con nosotros: si tenemos el Espíritu Santo, tendremos el valor de seguir adelante y de ganar tantas luchas, no para nosotros mismos sino para el Espíritu que está con nosotros. 

El arte del discernimiento

La determinación de los apóstoles hace temblar el “sistema religioso” judío, que se siente amenazado y responde con violencia. En el Sanedrín, se alza la voz de Gamaliel que decide contener la reacción de los suyos. Un hombre prudente y “estimado por todo el pueblo” (Cf. Hech 5, 34-39) que toma la palabra y enseña a practicar el arte del discernimiento ante situaciones que van más allá de los esquemas habituales. Este hombre libre e inspirado advierte que los seguidores de Cristo son diferentes de cualquier secta, y se muestra lleno de temor de Dios al querer defender la vida de aquellos que, según sus hermanos, merecen la muerte. Gamaliel demuestra, además, que está dotado de sabiduría profética, porque invita a los demás a no ceder a la tentación de la prisa y a aprender a esperar el desarrollo de los procesos a lo largo del tiempo. De hecho, Dios habla y manifiesta, a través del tiempo, la “duración” de cada cosa.

Solo la fuerza de Dios

Todo proyecto humano primero puede despertar consenso y naufragar después, mientras que todo lo que lleva la “firma” de Dios está destinado a perdurar. Los proyectos humanos terminan, tienen un tiempo como nosotros: los proyectos políticos, los grandes imperios, hasta las dictaduras del siglo pasado y quienes estaban al frente de ellas se sentían muy poderosos, creían que dominaban el mundo. Y luego todos se derrumbaron. También los imperios de hoy se derrumbarán si Dios no está con ellos, porque la fuerza que los hombres tienen en sí mismos no es duradera. Solo la fuerza de Dios perdura. La historia de los cristianos y de la Iglesia está llena de pecados y escándalos. ¿Y por qué no se ha derrumbado? Porque Dios está ahí. Somos pecadores, y a menudo también damos lugar a escándalos, pero Dios está con nosotros. Y Él primero nos salva a nosotros, y luego a ellos; pero siempre salva. La fuerza es “Dios con nosotros”. 

Que el Espíritu Santo actúe en nosotros para que podamos adquirir el hábito del discernimiento. Pidámosle que nos haga ver siempre la unidad de la historia de la salvación a través de los signos del paso de Dios en nuestro tiempo y en los rostros de los que nos rodean, para que aprendamos que el tiempo y los rostros humanos son mensajeros del Dios Vivo.

Francisco

Publicado en la Revista Cristo Vive ¡Aleluia! Nº222 (MAY-JUN 2020)