Alcohol, marihuana, pegamentos, paco y pastillas de ansiolíticos; estas son las drogas más baratas y con efectos más devastadores en los cuerpos y las mentes de los chicos.
Hunde los dedos en el barro. Aprieta fuerte el puño, estruja la tierra y el agua con los ojos fijos pero llenos de lágrimas. “Les fallé a todos, le fallé a mi familia. El vicio, la droga, no me deja más”, dice el joven y se le quiebra la voz.
Esta dinámica, parte de un retiro de Pascua, intenta replicar la experiencia del hijo pródigo del Evangelio a través de la experiencia de hundir las manos en el barro. En esa parábola, el hijo, que tenía todo en la casa del Padre, prefiere irse de su lado con la herencia, la malgasta y termina trabajando en un chiquero, solo y muerto de hambre (Cf. Lc 11,15-32).
Ver el barro en sus manos impacta a R., un adolescente de 17 años de Tucumán, distanciado del refugio familiar, del abrigo y del abrazo paterno. Hasta ahí lo llevó la adicción: solo, lejos y metido en el lodo.
“No sé cómo hacer para volver”, dice M., otro chico de no más de 22 años, atravesado por el dolor de la oscuridad en la que lo dejó su adicción al alcohol y a la marihuana.
Las voces de estos jóvenes sin rostro constituyen una minúscula parte de las atrocidades que provocan las adicciones en niños y adolescentes de toda la Argentina y de buena parte de Latinoamérica. Las barriadas pobres del noroeste argentino reciben las oleadas más severas de esta marea que ahoga y asfixia a los más desprotegidos. Ya no se trata de hablar desde la ingenuidad del “flagelo” sino desde la realidad de las consecuencias extremas de las adicciones: la soledad, la lejanía, la oscuridad, el barro, la muerte.
El último informe que realizó en 2014 el Observatorio Argentino de Drogas (OAD), que depende del SEDRONAR1, contiene cifras contundentes respecto de las adicciones en esas provincias del norte. El Sexto Estudio Nacional sobre Consumo de Sustancias Psicoactivas en Estudiantes de Enseñanza Media resalta un incremento en los porcentajes de consumo entre los adolescentes, especialmente tabaco, bebidas energizantes (generalmente mezcladas con ansiolíticos), marihuana y pasta base de cocaína-paco. Mientras los chicos admiten que consumen cada vez más, la edad de inicio se desbarranca y ya a los trece años hay “algunos” que admiten haber probado marihuana, paco o inhalantes. Hay, incluso, ciertos casos dolorosos de chicos de diez, nueve e incluso ocho años.
El principado instaurado por las drogas en el mundo provoca que el hijo que “abandona la casa del Padre” no sea ya un muchacho joven: ahora tiene el rostro de un niño lastimado, de un adolescente confundido.
EFECTOS TEMPORARIOS Y PERMANENTES
“Estar dentro de la droga es como estar enterrado en el cementerio, pero mirando todo lo que pasa. Es como no poder respirar, ahogarse hasta con la propia saliva. Es un dolor en el pecho, como tener todo el tiempo encima una piedra que aplasta. No se puede hacer nada”, admite un adolescente de 16 años adicto a la marihuana. “Es fácil de conseguir, todos tienen en la calle. Hay ‘kioscos’ por todos lados y cerca de las escuelas”, agrega.
“Cuando ‘jalás’ ya no pasa nada”, dice un chico de catorce años que se hizo adicto al pegamento cuando tenía once. Después, se le nubla la vista: “Cuando se te pasa parece que todo está oscuro. Es como si se hiciera de noche todo el día”.
El efecto temporario de cualquier droga, desde el alcohol y el tabaco hasta el paco, se asemeja al tiempo de la vida “licenciosa” del hijo pródigo. Y así como el hijo menor debe asumir las consecuencias en su propia carne, los efectos de la adicción también son devastadores en los adolescentes y los jóvenes.
El uso frecuente de la marihuana, considerada con cierta hipocresía como una droga “social” y hasta tolerable, provoca perturbaciones en el desarrollo normal del cerebro en formación de los jóvenes: deterioro cognitivo, pérdida relativa de la memoria, irritabilidad, malos resultados académicos, etc. Estas evidencias fueron presentadas por el National Institute on Drug Abuse, una organización gubernamental dedicada a profundizar en las consecuencias del abuso de las drogas. Sumado a esto, el informe del SEDRONAR señala que el incremento en los niveles de consumo de la marihuana en las provincias de Argentina indican que esta podría ser la droga iniciática para los adolescentes y aún para los niños; una suerte de puerta hacia la oscuridad.
YA NO SE TRATA DE HABLAR DESDE LA INGENUIDAD DEL “FLAGELO” SINO DESDE LA REALIDAD DE LAS CONSECUENCIAS EXTREMAS DE LAS ADICCIONES: LA SOLEDAD, LA LEJANÍA, LA OSCURIDAD, EL BARRO, LA MUERTE.
La adicción a inhalar pegamentos tiene casi el mismo porcentaje de impacto en niños y adolescentes argentinos que el consumo de marihuana. Las “jaladas” que los chicos les dan a los vapores de tolueno contenido en los pegamentos afectan de manera inmediata los pulmones y el cerebro. Los tóxicos, que actúan rápido, dañan los nervios que controlan los movimientos motores en un área del cerebelo. Así, la adicción crónica genera en los chicos temblores constantes y agitación. A mediano plazo, aparecen la falta de apetito, un descuido generalizado en la higiene, falta de atención y una disminución muy importante en el nivel de abstracción.
Las drogas más “duras”, como la cocaína o el “paco”, aceleran todo el proceso de deterioro físico y psicológico de los adictos. La desconexión con la realidad es mucho más severa y singularmente más profunda.
Hace tres años, un chico de nueve fue demorado por la policía de Catamarca cuando intentaba robar en un comercio. Estaba completamente drogado, posiblemente con pegamento o con ansiolíticos mezclados con alcohol. Cuando lo llevaron ante el juez de menores, el niño dijo con un hilo de voz: “Cuando me drogo, sueño que tengo comida y juguetes”.
PUERTA DE ENTRADA
A diferencia de lo que ocurre en los grandes centros urbanos del país, en las ciudades más pobres no son la marihuana, ni la cocaína, ni el paco las drogas más habituales o más consumidas. Menos aún las pastillas de drogas sintéticas como el éxtasis, que también hacen estragos en jóvenes de familias acomodadas. Los chicos más pobres comienzan el camino de las adicciones con fármacos de compra fácil.
Estos suelen recetarse para superar trastornos de ansiedad, ataques de pánico, nerviosismo o insomnio, pero los chicos los consiguen con la complicidad de los vendedores de las farmacias, que les proveen los blíster fuera de hora, con recetas truchas y por unos pocos pesos.
Estos fármacos se buscan por un solo motivo: como actúan sobre el sistema nervioso central, provocan sensación de bienestar y placer, pero no alucinaciones, como el resto de los estupefacientes. Mezclados con alcohol disminuye progresivamente los niveles de conciencia, así que es el camino más corto para sustraerse de su entorno.
Cuando el hijo pródigo del Evangelio comienza a sufrir necesidades, toma contacto con su situación personal. La realidad lo arroja al chiquero, donde cuida los cerdos de otro. Los animales comen mejor que él y él entonces desea las bellotas con las que los engordan. Finalmente, el hijo decide regresar a la casa de su Padre, arrepentido, avergonzado y dispuesto a pedir perdón. Y allí lo reciben con alegría y fiesta.
ESTAR DENTRO DE LA DROGA ES COMO ESTAR ENTERRADO EN EL CEMENTERIO, PERO MIRANDO TODO LO QUE PASA. ES AHOGARSE HASTA CON LA PROPIA SALIVA.
¿Cómo es posible hallar el camino de regreso a la casa del Padre desde este lugar de fango y tierra donde dejan las adicciones? ¿Cómo puede un adolescente tomar conciencia de su ropa en harapos, del hambre, de la soledad, de la oscuridad, de la distancia que puso con su Padre?
Esta conciencia tiene el componente indispensable del arrepentimiento. Admitir el error, la mala elección, es el gesto físico que pone de pie a la persona y lo encamina a su casa, murmurando la frase de perdón para su Padre.
“Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó” (Lc 15,20). El retorno tiene la promesa del recibimiento y la reconciliación. No hay reproches, no se piden explicaciones. Tampoco se mide el tiempo pasado en el exilio, dentro de la noche oscura de la adicción.
Quien sufre o sufrió en su propia humanidad el latigazo de la droga sabe que asomar la cabeza desde allí es comenzar a ver la salida.
“La primera vez que escuché que Dios me perdonó todo, supe que tenía que dejar las pastillas. Pero hay pocas oportunidades para oírlo. Hay chicos que pasaron de largo y ya no están acá. Eran mis amigos”, confiesa A., un joven que encontró ayuda y contención para iniciar el tratamiento contra su adicción en un centro de salud privado de la ciudad de San Miguel de Tucumán.
Ejemplos similares se reciben en Catamarca, una provincia desbordada por el impacto que tienen las adicciones: en los últimos cinco años se triplicaron los casos de jóvenes que ingresan a la sala de urgencias de los hospitales o los centros privados de salud con crisis de abstinencia por las drogas. Más aún, el propio gobierno asumió que debe multiplicar los centros de contención de jóvenes, pero la política hace agua frente a la aberrante falta de controles oficiales para mantener a raya la venta de ansiolíticos a niños y adolescentes.
El desafío actual para las comunidades de creyentes es mantener iluminado el camino de regreso para estos chicos que aún tropiezan en las penumbras de las adicciones. Son los gestos de misericordia hacia el prójimo sobre los que tanto insiste Francisco en cada enseñanza.
Ojalá no nos falte, en estos momentos de oscuridad en la historia de los hombres, el “aceite para mantener encendidas nuestras lámparas” (Cf. Mt 25,1-13).
Ariel Arrieta
1- Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico.
N. de la R.: Ariel participa de los grupos del Movimiento en la Prov. de Catamarca, es periodista, está casado y tiene tres hijos. Fuentes: Foundation for a Drug-Free World, “La verdad sobre los inhalantes”; Salud y bienestar de los Adolescentes y jóvenes: una mirada integral. (http://publicaciones.ops.org.ar/publicaciones/otras%20pub/SaludBienestarAdolescente.pdf); Consumo de drogas en adolescentes: el papel del estrés, la impulsividad y los esquemas relacionados con la falta de límites. Universidad de Deusto. Departamento de Psicología. Bilbao.
PUBLICADO EN LA REVISTA CRISTO VIVE ¡ALELUIA! Nº 203 (JUL-AGO 2016)