En el contexto de los 200 números de Cristo Vive, ¡Aleluia!, presentamos algunos rasgos del carisma de la Obra a la cual pertenece.

Nuestra revista, como instrumento de evangelización y presencia social, en el número anterior ha plasmado los ecos de lo vivido como Pueblo de Dios en la celebración de la Jornada por la Asunción de María, donde el Movimiento ha recibido la gracia de ser reconocido como Asociación Pública de derecho diocesano. Cristo Vive, ¡Aleluia!, desde su primera edición, ha registrado el andar de este don derramado en la Iglesia.

El carisma recibido lo vivimos como regalo del Espíritu Santo y como responsabilidad eclesial en su desarrollo histórico. Aquí repasamos la experiencia de los distintos aspectos o realidades que contiene y que el Espíritu derrama permanentemente desde sus inicios.

  • El amor a la Iglesia. Vivir nuestro carisma integrado en ella. La integración fundacional ha sido en la diócesis de Quilmes en la que nos recibió, a fines de 1979, nuestro querido P. Obispo Jorge Novak. En ocasión de la aprobación canónica definitiva como sociedad privada de fieles de derecho diocesano (1988), él nos decía: “Los frutos del Movimiento suscitado por el Espíritu de Dios en la Iglesia por tu intermedio son, hasta el momento, edificantes. Alabo por ello contigo al Dios de las misericordias, entonando el canto inspirado de María. Que Ella, asunta al cielo, les obtenga perfecta docilidad a la santa Palabra de Dios, constante elevación del corazón en alabanza, comunión fraterna sincera, espíritu misionero generoso”.
  • La alianza fraterna que caracteriza al discípulo del Señor. Un primer fruto práctico es ponerse a los pies de las necesidades de los demás para servirlos como en el lavatorio de los pies. Es el don de la servicialidad mutua con los demás y los pobres.
  • La vida comunitaria habitual como signo de la pertenencia. Esa vida nos da la gracia de poder ser un reflejo de la Familia de Dios. Esto nos lleva a valorar el testimonio como el primer argumento de nuestra fe para los demás.
  • El trabajo y servicio pastoral que permite, como tarea evangelizadora, acompañar la vida de los orantes a través de sus distintas circunstancias y etapas. Esto hace que la vida del laico y su fe no queden “a la buena de Dios” bajo la influencia de una cultura pagana, incrédula y destructora de la vida humana.
  • Creemos que, discipularmente, la comunidad cristiana está llamada a generar una civilización del amor sobre la tierra como testimonio de los hijos de Dios y discípulos de su Hijo Jesucristo, el Señor. Para esto, en el Movimiento se colabora desde una Diaconía Laboral. Ella promueve la conciencia del trabajo como vocación del hombre para cultivar y desarrollar la tierra en un lugar de vida, belleza y creatividad. Y al mismo tiempo acompaña a la formulación de proyectos o emprendimientos particulares en la sociedad y su cultura.
  • En nosotros y entre nosotros, esta Vida nueva que nos da el Señor es alimentada por el hermoso don de la oración de alabanza. Jesús quiere que seamos una alabanza de la gloria de su Padre. “Una alabanza de gloria es un alma que Dios establece fija en la fe y la simplicidad; es un reflector de todo lo que él es; es como un abismo sin fondo, en el cual Él puede entrar y expandirse” (Sta. Isabel de la Trinidad). Y así, el Padre nos permite vivir con la certeza de que en Dios nada bueno se pierde, todo se transforma en camino de amor y santidad.

Este año que finaliza, que entre nosotros hemos llamado “de la alianza con Dios Padre”, nos puede impulsar a exclamar: “¡Bendito sea Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo que nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables, en su presencia!” (Ef 1, 3-4).

Padre Ricardo

Publicado en Revista Cristo Vive ¡Aleluia! Nº 200 (NOV-DIC 2015)