La “grieta” es una amenaza a la vida comunitaria y a la convivencia social.
La polarización política es un fenómeno de varios países que divide sociedades y separa familias y amigos. Hasta en las comunidades religiosas, en el mejor de los casos, se convierte a la política en un tema tabú del que no se puede hablar.
Si bien la “grieta” es un término acuñado en la República Argentina, en los Estados Unidos el fenómeno tiene ya varias décadas, y los sociólogos norteamericanos han aportado luz para tratar de comprender esta “enfermedad” que daña el tejido social.
A diferencia de la Argentina, donde la línea divisoria está marcada por el apoyo o rechazo a determinado líder, en los Estados Unidos los bandos se vienen alineando cada vez más detrás de un partido según valores morales, religiosos o sociales (la cuestión del aborto, derechos de los homosexuales y minorías raciales, defensa de la familia tradicional, etc.). El presidente Donald Trump es solo el emergente más notorio de un fenómeno que lo trasciende.
“Si uno mira lo que ocurría hace medio siglo, hoy hay mucha más polarización en los partidos y también entre la gente común, lo que afecta la forma en que nos movemos, quiénes son nuestros amigos, y hasta la percepción sobre la situación del país”, comentó Jay Van Bavel, neurocientista social de la Universidad de Nueva York.
El especialista, autor del trabajo “El cerebro partidista” (The partisan brain), sostiene que los seres humanos, sin importar su grado de inteligencia o educación, son por naturaleza “tribalistas” o “grupistas”. Y cuando forman esas “tribus”, modifican su comportamiento y la percepción hacia los otros, y hasta sufren una alteración en los patrones de activación del cerebro. Así, las personas dejan de percibir la realidad con sus ojos para pasarla por el filtro de sus creencias.
Por eso, la primera característica de la “grieta” en todo el mundo es que provoca una disputa en torno de la verdad. Van Bavel recordó un experimento reciente en el que se mostró a republicanos y a opositores la foto del día de la asunción de Trump, comparada con la de Barack Obama. El magnate republicano sostuvo públicamente que la suya había sido la ceremonia más concurrida de la historia, aunque las fotos aéreas mostraban una ostensible diferencia a favor del presidente demócrata.
Sin embargo, en el experimento en el que se mostró ambas fotos a 1388 personas, el 15% de los votantes republicanos dijo que «veía» más gente en la asunción de Trump.
Los psicólogos sociales explican que ante la “disonancia cognitiva” entre lo que uno ve y lo que cree, surge la necesidad de hallar justificaciones. Por ejemplo, que se trata de “fake news” inventadas por los medios.
En la Argentina también es frecuente la negación o relativización de los hechos de corrupción en ambos bandos, aun confrontados con las evidencias.
Una segunda característica de esta polarización es que lleva al aislamiento. Las personas tienden a alejarse del que piensa diferente para agruparse con sus similares, con quien solo retroalimentan y refuerzan sus posturas.
El psicólogo social norteamericano Matt Motyl hizo el año pasado un mapeo en Estados Unidos de cómo el voto se fue polarizando por zonas desde 1992 hasta 2016. Hace 27 años la diferencia entre votantes republicanos y demócratas no superaba los 20 puntos porcentuales en la mayoría de los condados. Los candidatos se imponían por pocos puntos en su zona. Ahora la inmensa mayoría de los norteamericanos vive en “burbujas” territoriales homogéneas, ampliamente dominadas por un solo partido por más de 20 puntos porcentuales. Son condados definitivamente demócratas o republicanos. Además, más del 60% de los votantes manifiesta no tener ningún interés en conocer los argumentos de la otra parte.
De la misma manera, si bien no territoriales, ¡cuántas “burbujas” creamos también en nuestros ambientes para evitar escuchar al que piensa distinto!
Un tercer rasgo de la grieta es la percepción del otro como amenaza.
“Dios se manifestó en las urnas. Eso fue una respuesta a nuestras oraciones para que Dios cambie la dirección en que iba nuestro país”, dijo el pastor evangélico norteamericano Franklin Graham, en relación al triunfo de Trump que le permitió llegar a la presidencia.
Efectivamente, los evangélicos ven en el presidente norteamericano un baluarte para frenar la supuesta amenaza del avance antirreligioso demócrata.
En la Argentina la línea divisoria no pasa por cuestiones religiosas, pero existe el mismo fenómeno de la percepción del otro bando como amenaza (a los valores republicanos, a una distribución más equitativa de los ingresos, etc.), y es muy alto el porcentaje de personas que no votan a favor de un proyecto o candidato, sino para asegurarse de que el otro bando no gane.
El origen de la grieta y cómo superarla
Un estudio realizado por Jennifer Lynn McCoy, de la Universidad de Georgia, en 11 países “polarizados” constató que en todos los casos la grieta nace ante hechos reales o meras acusaciones de “inmoralidad” o “corrupción”, que dividen al campo político entre “nosotros, los buenos” y “ellos, los malos”.
En su libro Construir al enemigo, Umberto Eco sostiene que siempre es el poder de turno el que le da forma al contrincante que enfrenta la sociedad. Y frente a la percepción del otro como un enemigo riesgoso, incluso se llegan a tolerar comportamientos antidemocráticos del bando propio con tal de retener el poder.
¿Cómo superar entonces la grieta? En este sentido los analistas destacan el rol central que juega el líder de un bando. “Los discursos de demonización del adversario por parte de un jefe ‘tribal’ solo echan leña al fuego de la grieta”, sostuvo el especialista norteamericano Van Bavel.
Pero por otra parte está al alcance de todos, el fortalecimiento de las coincidencias y de la unidad frente a los enemigos comunes que enfrentan ambos bandos.
Con algunas leves diferencias, por ejemplo en la Argentina existe una postura bastante homogénea sobre temas que polarizan a otras naciones como el respeto por las minorías, la concepción del país como un crisol de razas y religiones, el rechazo a la dictadura y a la guerra, la reivindicación soberana sobre las Islas Malvinas, sin hablar del orgullo compartido por las bellezas naturales, y hasta el irracional sentimiento de unidad que surge cuando juega la selección de fútbol o cuando un argentino es reconocido en el exterior por sus méritos.
Y en cuanto a nuestras comunidades religiosas, se podría mencionar dos pasajes del Nuevo Testamento claves para enfrentar las divisiones: “La verdad los hará libres” (Jn 8, 31) y “Que todos sean uno” (Jn 17, 20).
En su absolutización, la grieta tiene mucho de mentira, engaño y de negación de la verdad. Es necesario reconocer que el líder del bando político adversario no es inmaculado, pero el propio tampoco. Un buen ejercicio de acercamiento podría pasar por escuchar y reconocer cuánto hay de verdad en los argumentos del otro, y ser mutuamente sinceros en la búsqueda de la verdad.
Por último, el “Que todos sean uno” se puede caminar no solo por las afinidades compartidas sino también por la identificación de los enemigos comunes a enfrentar.
En su libro, Umberto Eco sostiene que “tener un enemigo es importante no solo para definir nuestra identidad, sino también para procurarnos un obstáculo con respecto al cual medir nuestro sistema de valores”. En este sentido, San Pablo define directamente a la división y los sectarismos como enemigos que nos pueden privar de heredar el Reino de Dios (Cf. Gal 5, 21). ¿Tenemos conciencia de eso?
“Por el contrario, si vivimos animados por el Espíritu, dejémonos conducir entonces también por él” (Gal 5, 25).
Rubén Guillemí
Publicado en la Revista Cristo Vive ¡Aleluia! Nº219 (SEP-OCT 2019)