Una de las primeras ideas que vienen a la cabeza cuando hablamos de vocación es que necesariamente está vinculada con la profesión que elegimos o vamos a elegir y que es algo que hay que descubrir y definir antes de comenzar la adultez. En este sentido, la juventud se convierte en un tiempo de búsqueda y concreción de quién soy y quién quiero y puedo ser.

Pero si bien hay algo de cierto en esta afirmación, es importante salir del apremio que genera tener que definirlo todo y es bueno saber que la vocación es un proceso que lleva tiempo, que integra toda nuestra vida y que cobra significado en cada momento vital de la persona.

La libertad de elección

La vocación es, en primera instancia, la inclinación o el interés de cada uno para dedicarse a una forma de vida. Tiene que ver con nuestra persona, con nuestros intereses, nuestra historia y nuestros deseos más profundos. Ni nacemos con ella, ni aparece en la juventud: la vocación se va construyendo de acuerdo con quiénes somos y, a la vez, nos va construyendo como personas.

Es importante tener en cuenta que, más allá de que tengamos una inclinación o un interés, la vocación se asume y se elige. Frente a un abanico de opciones, cada uno de nosotros es libre de optar por una vocación por sobre otra, crecer y desarrollarse en ella. Existen distintos modos de llevar adelante esta “forma de vida”. Hay vocaciones a distintos estados de vida (la vida familiar o consagrada); a distintos tipos de compromiso social y político; a diferentes profesiones; también, a la vida discipular, a la vida comunitaria, entre otras. Así cada uno a lo largo de la vida va desarrollando sus distintas vocaciones, incluso en distintos momentos se pueden priorizar unas sobre otras.

Ahora bien, la primera cuestión que podemos preguntarnos es qué es la vocación para nosotros, los creyentes. Si Dios es nuestro creador y nos da la identidad de ser hijos suyos, no podemos escindir quiénes somos de las formas de vida que elegimos. Así, la vocación cobra un nuevo sentido porque fuimos creados para amar y, por lo tanto, estamos llamados a llevar una forma de vida donde, aliados a Dios, vivamos en el amor.

Nuestra vocación primera es al amor. Desde allí se eligen, desarrollan y despliegan el resto de las vocaciones que nos constituyen como personas. En el Documento Preparatorio para el Sínodo de Obispos sobre “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”, se sostiene que “la vocación al amor asume para cada uno una forma concreta en la vida cotidiana a través de una serie de opciones que articulan estado de vida, profesión, modalidad de compromiso social y político, estilo de vida, gestión del tiempo y del dinero, etc. Asumidas o padecidas, conscientes o inconscientes, se trata de elecciones de las que nadie puede eximirse”.

Dios nos creó para amar y para civilizar esta tierra, y nos llama a vivir de modo integral cada una de las vocaciones que vayamos eligiendo a lo largo de la vida sin perder de vista el sentido hondo para el que fuimos creados.

Discernir el llamado

¿Cómo elige y opta un creyente por una vocación dejando de lado otras? Lo primero que hay que tener en cuenta es que no hay recetas ni un solo modo de discernir una vocación; como se trata de entrar en diálogo con Jesús, así como no hay un solo modo de orar, tampoco hay un solo modo de discernir.

Sin embargo, algunas cosas nos pueden ayudar. Para hacer un discernimiento vocacional es necesario saber que hay que animarse a hacer un proceso individual que implica encontrarnos con lo que queremos y con la invitación de Jesús para nuestras vidas. Esta es una tarea que corresponde a cada uno; los demás pueden acompañar, ayudar a confirmar, pero nunca nos sustituyen: hay que animarse a hacer proceso y caminar. Por otro lado, no hay discernimiento sin cultivar la familiaridad con el Señor y el diálogo con su Palabra. En una sociedad cada vez más ruidosa que propone sobreabundancia de estímulos, poder darnos el tiempo y el lugar para el silencio y el encuentro con lo que queremos y con aquello a lo que Dios nos invita es un gran desafío, pero esto es necesario para un buen discernimiento.

Dios habla y actúa a través de los acontecimientos de la vida de cada uno, pero para poder ver su accionar se requiere discernimiento. En el documento anteriormente mencionado, se hace referencia a tres momentos que pueden ayudar a delinear un proceso de discernimiento vocacional.

Reconocer deseos, sentimientos o emociones que se producen en nuestra interioridad. “Reconocer” es la capacidad de escuchar y darle lugar a la afectividad de la persona, y exige dejar aflorar esta riqueza emotiva. Si bien el reconocimiento puede hacerse de acuerdo con lo que cada uno sabe de sí mismo, el encuentro con Jesús nos da la posibilidad de identificar lugares aún desconocidos para nosotros, que están en nuestro interior y que no habíamos podido descubrir antes. Además el encuentro con Dios, que es amor, nos ordena el interior; dejamos de lado el bullicio de lo cotidiano y ponderamos aquello que realmente es importante para nosotros.

Interpretar: comprender lo que el Espíritu me está llamando a hacer con eso que soy. Es importante darse el espacio para encontrarse honda y honestamente con Dios a la luz de Su Palabra para poder darle significado a todo aquello que reconocemos. En algunas ocasiones, para este momento se puede pedir ayuda a un sacerdote o a un coordinador de los grupos de oración que nos ayude y nos enseñe sobre la escucha del Espíritu, pero esto no reemplaza el encuentro personal con Jesús.

Elegir. Si hemos reconocido e interpretado en compañía de Jesús, el acto de decidir se transforma en un ejercicio de la auténtica libertad humana y la responsabilidad personal. Optar por una cosa por sobre otras puede parecer difícil pero cuando se tiene la certeza de que el proceso fue acompañado por Jesús, la plenitud y la libertad es inmensa. Es importante saber que cuando se opta por algo existe un salto de confianza al Señor, que nos acompañará para poder sostener en el tiempo aquello que elegimos. Desarrollar entonces el don de la fe se vuelve clave para poder sostener las opciones a lo largo del tiempo; cuando las turbulencias aparecen, Jesús no nos suelta la mano.

La propuesta es a animarnos a hacer procesos de discernimiento vocacional con responsabilidad pero sin paralizarnos por la carga que pueden tener las decisiones importantes. Se trata de una invitación a poner la mirada en Él, que nos acompaña, y realizar elecciones de vida concretas y coherentes. Dios pone en el corazón de cada uno de nosotros su presencia, vive en nosotros y nos acompaña en cada paso que damos. Nos anima para que vivamos desde la alegría del amor y para que, de acuerdo con nuestras posibilidades y deseos, podamos desarrollar nuestras vocaciones dando frutos.

Luciana Sánchez
*Licenciada y Profesora en Ciencias de la Educación.
N. de la R.: Este artículo constituye la tercera nota realizada por la autora como anticipo de los temas que se van a tratar durante el Sínodo “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”.

Publicado en la Revista Cristo Vive Nº 212 (MAY-JUN 2018)