Editorial de la Palabra de Dios

NOTA.-

Las personas mayores tienen mucho más para ofrecer de lo que se imaginan.

Los ancianos poseen un carisma precioso, una respuesta del Espíritu Santo a una sociedad que los considera un peso social, económico, familiar y personal. “En ninguna edad de la vida el Espíritu del Señor nos quita sus dones para la edificación común”, afirma Daniela Sironi*.

En un mundo como el nuestro, en el cual la utilidad y los intereses parecen ser las bisagras de la vida, los jóvenes pueden descubrir el provecho que pueden sacarles a los ancianos, especialmente en el plano espiritual. Y este descubrimiento “es el eje de una unión profunda entre ambas realidades de vida. Hay un compromiso de los mayores que ninguno puede suplantar: el de testimoniar el amor por la vida y la belleza de amar. Esto atrae a los jóvenes más que otra cosa”.

¿Qué es el “don de la vejez”?  

La paz

En un tiempo lastimado por la guerra como el actual, el carisma de los ancianos es el de la paz. Explica Sironi: “En la mayoría de los países del mundo vive una generación de ancianos que conoció el sufrimiento de la guerra, el desprecio por la vida humana y la predicación del odio. Ellos han madurado los anticuerpos de la violencia por haber sido testigos de los horrores y por haber conocido a tantas víctimas. Es un carisma testimonial para una generación de jóvenes que está tentada de encontrar su identidad en el odio y en la violencia. Transmite el testimonio de la conciencia histórica a jóvenes que no saben quiénes son, de dónde vienen y a dónde van”.

El carisma de la paz ofrece el camino seguro a las jóvenes generaciones y las orienta a la construcción del destino común de la humanidad.

Hacer familia

También es propio de los ancianos el carisma de hacer familia, atraer con su debilidad, con su necesidad, con su tiempo libre (a veces vacío). Su alegría de estar junto a los jóvenes comunica la fuerza de una unión que libera de la soledad y del aislamiento, ya sea para el adulto mayor como para el joven.

La oración

Por si esto fuera poco, el carisma de la oración es el “compromiso más importante de los ancianos, que les permite llegar lejos, incluso cuando ya no pueden caminar, para sostener al que está enfermo, a los pobres, a los encarcelados, a los condenados a muerte, al que está en la guerra, a los jóvenes, al futuro y a la paz”, dice Sironi.

En la oración, hasta el más débil puede ayudar. Los que son prisioneros de un cuerpo enfermo, los que están postrados en una cama o aquellos que viven la soledad extrema de una institución, en ellos se revela la fuerza de una oración incesante que hace de un anciano un monje, un ermita, que con su oración continúa amando. Ellos transitan un tiempo de la vida en el que el amor se transforma en oración y la oración es el mayor acto de amor por los otros y por el mundo.

La oración de los ancianos es como el Amazonas del mundo: una reserva natural de amor y humanidad que protege –a sí mismos y a los demás– de la destrucción, un pulmón de vida espiritual del cual no se puede prescindir, sin el cual la sociedad muere.

“Testimoniar la humilde fuerza de la oración –sostiene Sironi– es ofrecer a los jóvenes la roca sobre la cual edificar la vida en el bienestar, a pesar de las dificultades. Ellos [los ancianos] hacen que los demás descubran cuánta vida hay, incluso cuando parece que no hubiera vida alguna”.

La “fuerza débil”

El último carisma de la vejez caracterizado por Sironi es el que define como la fuerza débil, evidente en la Palabra de san Pablo: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor 12, 10b).

El apóstol pone en evidencia a un hombre exterior que se va desarmando y a uno interior que va creciendo. Y el hombre interior que crece no es otro que aquel con corazón de niño, con el cual se entra en el Reino de los Cielos. La “fuerza débil” es la confianza de quien encuentra todo en el amor de Dios.

Los jóvenes aprenden, en compañía de los ancianos, que vivir significa crecer en la dependencia del amor y experimentar la fuerza del Espíritu Santo que siempre viene en ayuda de nuestra debilidad. El temor a no poder o, al contrario, la falta del sentido del límite que especialmente acompaña la vida de los jóvenes puede madurar y entonces ellos descubren que existe una fuerza pacífica, generosa, humilde que ofrece sus mejores frutos en la debilidad de la vida que envejece. La “fuerza débil” y la paciencia confiada madura en el saber que tenemos un Padre en el cielo que escucha nuestra oración y nos regala la certeza de que somos sus hijos.

L. R. 

Traducc. Laura di Palma