En el año 1998 recibí del Párroco de la Parroquia Nuestra Señora de Itatí, una invitación (en ese entonces yo caminaba mi fe en el grupo de la Renovación carismática) a “vivir una Pascua diferente” en Río Segundo, Córdoba. ¡Vaya que fue diferente! Lo viví muy profundamente. Hoy puedo decir que también fue el sello que recibí con el carisma!! 

Caminé años en los grupos sin sentir que este fuera mi lugar, pero también iba sin querer abandonar. En 1999, en medio de una gran crisis personal, me invitaron a participar de la Convivencia 1, un retiro de 5 días durante el verano y mi respuesta fue no. Había dejado todas mis actividades pastorales en la Parroquia. En el año 2000 me volvieron a invitar y tuve que ir sola porque mi comunidad de referencia ya había hecho esa Convivencia, el año anterior. 

Viajé sola y me sentía en crisis. Era tan osada que, al subir al micro le dije al Señor que era la última oportunidad que le daba para que me rescatara, porque según mi parecer, las jornadas y el retiro de nivel ya no alcanzaban para sacarme del estado en que me encontraba. Así comencé la Convivencia. Los tres primeros días sentía que no pasaba nada en mi vínculo con el Señor, y ya empezaba a darme por vencida, a creer que Dios no podía devolverme el ardor, el amor, y el deseo de caminar mi vida a su lado. 

Con este pensamiento llegó el 5to y último día, nos propusieron compartir y allí en la oración de cierre se acercó una hermana a rezar por mí. Le pidió al Espíritu Santo que sople sobre mí como lo hizo en Pentecostés sobre sus discípulos, con ese poder y esa fuerza que soplara en mis reclamos, en mi dolor y angustia, en “mis conflictos psicológicos”, y al presentar esa oración algo dentro mío se quebró en llanto y comenzó mi sanación y liberación de la crisis que estaba atravesando.

Así emprendí el regreso, sintiendo dentro de mí el comienzo de una nueva etapa en el camino. A lo largo de ese año puse los medios que el Señor a través de mis coordinadores me mostraba. En el 2001 me invitaron a la Convivencia 2. Fue allí, frente a Jesús en la eucaristía, que pude expresarle que siempre escucho que todos mis hermanos sienten el amor que el Padre les tiene, pero que yo “nunca lo sentí” y me gustaría sentirlo alguna vez.

Y de nuevo osadamente, le dije que si en ese momento  me hacía sentir aunque sea un segundo el amor que me tenía yo no me iba de su lado, y en ése mismo instante experimenté su gran amor para conmigo… Saliendo de allí, ya no lo sentía nuevamente, pero fue y es “ESE GRAN AMOR” el que me llevó a elegir y abrazar este lugar como “MI LUGAR” para vivir mi fe y transitar mi conversión. 

Susana Ortigoza
Chaco