Todo lo que hace el Espíritu Santo entre los fieles, siempre trae aire de renovación en la vida eclesial.
“Los distintos Movimientos se identifican como tales en cuanto encuentran reconocimiento de la Iglesia, en la Iglesia, y para la Iglesia, y en cuanto son capaces de esparcir su perfume en el servicio a la misma”. Esas fueron las palabras de María Voce, presidente del Movimiento de los Focolares, al abrir la asamblea del Encuentro Internacional de Movimientos y Nuevas comunidades del que participamos en enero de este año.
El objetivo del encuentro consistió en establecer el diálogo y la puesta en común de las diferentes realidades eclesiales y de los desafíos que estos grupos afrontan en la actualidad. La propuesta, que estuvo inspirada en el documento Iuvenescit Ecclesia, fue profundizar en la relación entre los dones jerárquicos y carismáticos desde la teología y la vida religiosa para enriquecer nuestra vida y la misión de la Iglesia. Al reafirmar esto, María Voce citó a Francisco: “Una cierta institucionalización del carisma es necesaria para su supervivencia, pero no nos debemos ilusionar pensando que las estructuras externas pueden garantizar la acción del Espíritu Santo”.
Participaron teólogos, cardenales, obispos y representantes de las nuevas modalidades asociativas que nacieron, en su mayoría, en el siglo XX. Uno de ellos, Mons. Piero Coda, presidente del Instituto Universitario Sophia (Loppiano, Italia), ha ubicado a estas realidades en una tercera etapa de su peregrinación en la historia. Si la primera fue la de su nacimiento en torno al Concilio Vaticano II, con toda la riqueza y la novedad de Espíritu que esto ha comportado, la segunda etapa estuvo marcada por el acompañamiento pastoral del Papa san Juan Pablo II hasta alcanzar –en torno a las celebraciones del Jubileo del año 2000– la llamada madurez eclesial. La tercera etapa –en muchos casos posterior a la conclusión del período fundacional– sería aquella en la cual la fuerza carismática de los Movimientos busca los oportunos canales para una equilibrada institucionalización, ya sea en relación con ellos mismos y/o en relación con la Iglesia en su conjunto, con el fin de expresar del mejor modo posible y al servicio de la evangelización cuál es su aporte específico.
Por su parte, Christoph Hegge, obispo auxiliar de Münster (Alemania), señaló que los nuevos Movimientos no solo exigen una nueva forma jurídica de asociación, sino que también crean, en función de la fuerza de su carisma, una conciencia renovada de vivir la comunión en la Iglesia, entre miembros de diversos estados de vida, sobre la base de la igualdad fundamental dada por la dignidad bautismal que comparten. El fundamento de esto son los elementos específicos que constituyen a un Movimiento eclesial, de los cuales Monseñor Hegge destaca cuatro:
1 El motor central es el carisma de un fundador que llama a los miembros del Movimiento a una vocación personal. Suscita la experiencia de una conversión existencial al Evangelio, y una renovación radical de la realidad bautismal. Al mismo tiempo se trata de una vocación unitaria de la cual se desarrolla una espiritualidad colectiva y comunitaria.
2 Como consecuencia, aquellos que sienten y responden al llamado forman un grupo, que se constituye potencialmente de todas las categorías de creyentes, siendo así espejo de la comunión de la Iglesia.
3 La “communio” espiritual, vital y estructural de todos los creyentes en estas realidades eclesiales suscitada por el carisma lleva a una nueva comprensión de la pastoral, del apostolado y de la evangelización. Los últimos dos expresan, bajo la influencia del carisma, la unidad comunional, es decir, el testimonio comunitario de todo el Movimiento.
4 La universalidad (catolicidad, internacionalidad) de los Movimientos es una consecuencia natural de los tres primeros elementos. Y se realiza como una fuerza creativa socio-cultural, como fuerza para renovar a la Iglesia desde el Espíritu Santo.
Nosotros sabemos que la santidad que el Espíritu Santo nos pide es vivir a fondo el carisma, que en nuestro caso se expresa en una vida de amor entregada a la fraternidad comunitaria y al servicio. De esta forma podemos ser testigos y testimonio de numerosos pasos de conversión y de entrega para el bien de la Iglesia y de la evangelización, muchas veces atravesando el camino de la cruz o el de la espera confiada, pues “así aprendimos a no poner nuestra confianza en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos” (2 Cor 1, 9).
Con la certeza de la victoria de Dios sobre su Pueblo, oremos intensamente por la fecundidad de nuestro carisma y de la Iglesia, alabando al “Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo” (2 Cor 1, 3).
Maximiliano y Lourdes Llanes
Castel Ganfolfo Italia
N. de la R: Maxi y Lourdes participaban de los grupos de oración en el Centro Pastoral de La Plata, Buenos Aires. Hace tres años, por los estudios de doctorado de Maxi en Filosofía –en la Pontificia Universidad Gregoriana–, partieron hacia Roma donde, actualmente, llevan adelante el servicio eclesial del Proceso Comunitario para la Confirmación.