Con motivo del aniversario de la colocación de la piedra fundamental de la casa de encuentro y oración San Juan Evangelista, Cristo Vive, ¡Aleluia! entrevistó a María del Carmen Maffeo, que forma parte del equipo de su proyección y construcción, para poder dar cuenta de la gracia que Dios quiere regalar a través de este espacio.

Cristo Vive: Regresemos en el tiempo, antes de que la construcción de la casa fuese una realidad. ¿Cómo recibiste la noticia del proyecto?
María del Carmen: Estábamos en un retiro de coordinadores en Castelar, provincia de Buenos Aires. El Padre Ricardo nos comunicó la moción de lanzarnos a construir una casa propia del Movimiento y nos dijo que antes quería consultarlo con nosotros, los coordinadores de los centros pastorales, para ver cuál era nuestro sentir. Y la respuesta fue un “¡sí!” unánime. Recuerdo con claridad que dije que sí con sencillez, con la certeza de que si Dios quería que construyéramos una casa, que era una barbaridad, nos iba a dar los medios. Él ya nos había dado tanto que esta seguridad fue inmediata.

CV: ¿De qué forma te fuiste involucrando en la propuesta?
MC: Cuando empezó la búsqueda del terreno me conecté pronto con la situación. Después de que un lote no resultara viable, me ofrecí a hacer partícipe a la gente de la zona sur de Buenos Aires. De forma espontánea, algunas personas empezaron a participar. En particular, los hermanos del Centro pastoral de Guillón y Enrique Marcellini, su coordinador, se lanzaron a la búsqueda. Pronto quedaron preseleccionados tres lotes entre los que estaba el de Tristán Suárez.

CV: ¿Y cómo se decidieron por ese terreno?
MC: Hubo un signo de la providencia de Dios durante ese tiempo que pudimos apreciar más tarde. Los hermanos de Guillón estaban entusiasmados con el lote de Suárez. Lo veían como una posibilidad sólida; sentían que ese era el indicado. Enrique había recibido un escapulario de las carmelitas y, cuando visitó el lote, lo dejó colgado en un eucalipto. Luego me contó sobre esa visita pero, como todavía se buscaban terrenos por otras zonas, optamos por dejar este de lado. Recién lo visitamos seis meses después. Al Padre Ricardo le gustó que tanto la zona como el terreno fuesen muy arbolados. Cuando cerramos el trato, un año más tarde, Enrique visitó el árbol y descubrió que el escapulario seguía allí. Hubo tormentas, vientos, pasó el tiempo, pero aparentemente la Virgen también quería ese lugar para nosotros.

CV: ¿Hubo otros signos de la providencia de Dios?
MC: Sí, muchos, a través de toda la ayuda y las donaciones que se recibieron. Pero creo que el mayor signo ha sido la Ofrenda de Comunión y Rescate.1  Es algo muy sencillo y, sin embargo, habla de un compromiso como familia de Dios. Es extraordinario, aunque para nosotros sea común. Dice el Padre Ricardo que es un milagro moral, por todo lo que obra Dios en el corazón de las personas que sostienen esto.

“EL P. RICARDO NOS COMUNICÓ LA MOCIÓN DE LANZARNOS A CONSTRUIR UNA CASA PROPIA DEL MOVIMIENTO. NUESTRA RESPUESTA FUE UN “¡SÍ!” UNÁNIME.”

CV: ¿De qué otra forma intervino el Señor?
MC: Otro signo de Dios importante estuvo vinculado con el sistema de cloacas de la casa. Cuando compramos el terreno sabíamos que contábamos con todos los servicios, como el gas o la luz, pero que no había cloacas. Cuando recién comenzaba la obra, alrededor del 2007, pasé por Plaza de Mayo, en Buenos Aires, y me encontré con la carpa de un ente público, ACUMAR (Autoridad de Cuenca Matanza Riachuelo). Cuando entré me dieron un folleto que proponía el desarrollo de un plan para que, cuando fuese el bicentenario de Argentina, a los cuatro años, el 80% de la gente de aquella zona contara con agua. En ese momento me atravesó una certeza: ¡íbamos a tener cloacas! No era el dato de la realidad el que me tranquilizaba: era la experiencia del Espíritu que ponía luz. Me guardé ese folleto como símbolo de esa promesa del Señor y oramos mucho. Finalmente un día vi el cartel en la ruta camino al terreno que anunciaba la extensión del tramo secundario de cloacas hasta Tristán Suárez. Fue un signo muy fuerte.

CV: ¿Y tuviste alguna experiencia personal de la cercanía de Dios en el proyecto?
MC: Sí, y ese fue otro gran signo, muy personal, y estuvo vinculado con la luz de la casa. Dado el tamaño de la construcción tuvimos que pedir un aumento de la potencia de la electricidad. Firmamos un contrato con la empresa: en 90 días las obras estarían hechas. Pasó el tiempo y eso no ocurrió. Llegó junio de este año y aún no había novedades. Estaba muy nerviosa y sentía que este tema se había vuelto mi espada de Damocles: la casa funcionaba con muy baja tensión y entonces peligraban y se rompían los electrodomésticos. Me sentía responsable. En un retiro que hicimos a mitad de julio, busqué a Dios en la oración, le expresé mi preocupación y le ofrecí concretamente esa situación. Al entregarlo, sentí que Él me decía: “Soltalo. Yo soy el Señor, depende de mí”.

Le había pedido como signo y como necesidad que la luz llegara antes del encuentro de Nazaret, que se realizaba el fin de semana siguiente. “Soltalo”, me había dicho Dios, y me aferré a eso. El martes llamaron de la empresa y avisaron que ese viernes vendrían a colocar el transformador y a activar la tensión. Ese mismo día empezaba el encuentro. Fue una experiencia muy fuerte del Señorío de Jesús.

CV: ¿Algún recuerdo del día de la colocación de la piedra fundamental?
MC: Sí, ¡recuerdo todo el trabajo! El lote no tenía alambrado, los yuyos estaban muy altos, la casa vieja, repleta de telarañas. Trabajamos mucho con los hermanos de varios Centros pastorales, en particular con los de Guillón: limpiamos, cortamos, conseguimos sillas prestadas de la parroquia, gestionamos baños químicos. Íbamos a ser muchos. Pero la misa fue una fiesta. Recuerdo la alegría y la experiencia de estar viviendo un momento histórico. Allí se colocó la piedra, una caja de bronce con un Evangelio y el escapulario que había traído Enrique. Fue hermoso, un momento de mucho gozo.

Y la bendición de la casa del año pasado, cuando estuvieron Mons. Lugones y Mons. Stockler y cerca de dos mil hermanos presentes, fue también una fiesta y me mostró otra faceta: se habían cumplido diez años de mi vida volcados en esta casa. Eso me resultó muy importante como experiencia de dedicación.

CV: ¿Alguna vez imaginaste que te llegaría una propuesta como esta?
MC: Esta propuesta es otro signo de las promesas de Dios. Me recibí de arquitecta en un momento pésimo para la economía del país. No había demasiados proyectos, nadie construía, y con el paso del tiempo, efectivamente no logré desarrollarme demasiado en lo profesional. Ya mientras estudiaba le había ofrecido mi profesión al Señor. Él me había dicho que se la entregara, que iba a ser un servicio más. Nunca imaginé el alcance que tendría esa promesa.

En una oración en un retiro de Nazaret tuve una experiencia de encuentro con Dios. Allí sentí que Él me hablaba y me daba una certeza profunda de su Señorío en mi vida: “Entregame Avellaneda y la arquitectura. Tu lugar no es Avellaneda, tu lugar es el corazón del Padre”. En ese momento yo coordinaba el Centro pastoral de Loreto, en esa localidad de Buenos Aires. Entonces, le entregué todo. Dos meses después recibí un llamado de Mercedes, quien conduce la Obra junto al Padre Ricardo: la zona sur de la provincia de Buenos Aires necesitaba atención y me invitaban a dedicarme plenamente a lo pastoral como auxiliar de esa zona. Eso significaba dejar de trabajar, dejar mi profesión. Me conecté con la experiencia de aquella oración y sentí que esto era su continuación. ¡Era tan claro! Fue un momento existencial clave: más allá de las dificultades, dije que sí y me lancé.

De a poco, Dios fue haciendo un servicio de la profesión que le había entregado. Primero, y de forma lateral, en la construcción de la Casa de Encuentro y Oración San José en Cuesta Blanca, provincia de Córdoba. Pero luego, un verano, también en un retiro de Nazaret, el Padre Ricardo me preguntó si no podía hacerme cargo del proyecto de construcción de la casa de Tristán Suárez junto a otra hermana. Hacía tiempo que ya no participaba de una obra en construcción. Me retiré para orar y volví a sentir con claridad el llamado a lanzarme. En ese momento se me armó una imagen del corazón del Padre en mi interior; veía un patio que era su corazón. Con la fuerza de ese encuentro dije que sí. Ahora, cuando esté totalmente terminado, el patio de la casa tendrá más o menos esa forma, la del corazón del Padre.

CV: Considerando todo este camino y el obrar de Dios, ¿qué te ha dejado esta experiencia en el corazón?
MC: Fui descubriendo que si el camino que se abre viene de Dios, no hace falta que piense nada más. No hay, para mí, otra opción. Tampoco quiero otra. Aunque cueste y duela, no me preocupa, porque sé que el camino de Dios es el de la cruz. Mi experiencia fue como la de santa Teresita, que disfrutaba del campo y de las flores y que, cuando entró al Carmelo, lejos del campo, recibió el servicio de decorar el altar. ¡Y todos los días le llevaban flores para hacerlo! Uno le entrega al Señor lo que tiene y Él lo devuelve por añadidura. Toda esta experiencia me alegró y me ayudó a entender ese primer encuentro donde Dios me dijo que mi profesión iba a ser un servicio más.

Marina Novello

N. de la R.: María del Carmen pertenece a la Rama de Nazaret femenino. Actualmente vive en la comunidad de Quilmes, en la Zona Sur del Gran Buenos Aires.

Publicado en Revista Cristo Vive ¡Aleluia! Nº 200 (NOV-DIC 2015)