El Adviento renueva la fe y la cercanía con el Niño Dios.
El camino de la vida
¡El optimismo defrauda, la esperanza no! A veces nos sentimos perdidos ante el mal y la violencia que nos circunda, ante el dolor de tantos hermanos. ¡Se necesita la esperanza! Nos sentimos también un poco desanimados porque nos encontramos impotentes y nos parece que esto no tiene cuando acabar. Pero, no es necesario dejar que la esperanza nos abandone, porque Dios con su amor camina con nosotros. Yo espero, porque Dios está junto a mí. Camina y me lleva de la mano. ¡Dios no nos deja solos! El Señor Jesús ha vencido el mal y nos ha abierto el camino de la vida.
La esperanza y el Adviento
En este tiempo de “la espera”, en el cual nos preparamos para acoger una vez más el misterio consolador de la Encarnación y la luz de la Navidad, es importante reflexionar sobre la esperanza. ¿Qué cosa quiere decir “esperar”? Isaías, el mensajero de la esperanza, se dirige al pueblo con un anuncio de consolación: “¡Preparen en el desierto el camino del Señor, tracen en la estepa un sendero para nuestro Dios!” (Is 40, 3). Dios Padre consuela suscitando consoladores, a quienes pide confortar al pueblo, a sus hijos, anunciando que ha terminado la tribulación, ha terminado el dolor, y el pecado ha sido perdonado. Es esto lo que sana el corazón afligido y atemorizado. Por eso, el profeta pide preparar el camino del Señor: un camino de salvación, un camino de liberación de todo obstáculo y dificultad.
Cuando lo perdemos todo…
El pueblo al cual Isaías se dirige estaba viviendo, en aquel tiempo, la tragedia del exilio en Babilonia, y ahora en cambio escucha que podrá regresar a su tierra, a través de un camino hecho grato y extenso, sin valles y montañas que hacen cansado el camino, un sendero llano en el desierto (Cf. Is 40, 1-5). El exilio del pueblo de Israel había sido un momento dramático en la historia, cuando el pueblo había perdido todo: la patria, la libertad, la dignidad, y también la confianza en Dios. Se sentía abandonado y sin esperanza. En cambio, ahí está la llamada del profeta que abre nuevamente el corazón a la fe. El desierto es un lugar en el cual es difícil vivir, pero justamente ahí ahora se podrá caminar para regresar no solo a la patria, sino regresar a Dios, y volver a esperar y sonreír.
La sonrisa del que cree en Dios
Cuando nosotros estamos en la oscuridad, en las dificultades, no sonreímos. Es justamente la esperanza la que nos enseña a sonreír en el camino para encontrar a Dios. Una de las primeras cosas que suceden a las personas que se alejan de Dios es que son personas sin sonrisa. Tal vez son capaces de dar una gran carcajada, una detrás de otra… ¡Pero falta la sonrisa! La sonrisa solamente la da la esperanza. Es la sonrisa de la esperanza de encontrar a Dios.
Los niños son la esperanza
La vida muchas veces es un desierto pero si confiamos en Dios puede convertirse en bella. Basta continuar creyendo y no perder jamás la esperanza, como cuando nos encontramos ante un niño. Tal vez podemos tener tantos problemas, tantas dificultades, pero cuando nos encontramos ante un niño nos brota una sonrisa, porque nos encontramos ante la esperanza: ¡un niño es la esperanza! Y así debemos ver en la vida, en este camino, la esperanza de encontrar a Dios, que se ha hecho Niño. Y este Niño nos hará sonreír, nos dará todo.
¿Creo en Dios?
“Una voz grita en el desierto: ‘Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos’” (Mt 3,3), predica Juan el Bautista. Hay quienes gritan en el desconcierto debido a la crisis de fe donde parece que nadie puede escuchar, pero… ¿quién puede escuchar en los lugares desolados? Los lobos. No podemos negar que el mundo de hoy está en crisis de fe. Muchos decimos: “Yo creo en Dios, soy cristiano” o “yo soy de esta religión…”, pero tu vida está lejos del ser cristiano y lejos de Dios. Se trata de regresar al Padre, convertir el corazón a Dios e ir por este camino para encontrarlo. Él nos espera. Esta es la predicación de Juan el Bautista: preparar el encuentro con este Niño que nos devolverá la sonrisa.
Los que saben esperar
La verdadera historia no es aquella hecha por los poderosos, sino aquella hecha por Dios junto con sus pequeños. La verdadera historia –aquella que quedará en la eternidad– es la que escribe el Padre con sus pequeños: con María, con Jesús y con José. También, con Zacarías e Isabel, ancianos y marcados por la esterilidad; los pastores, que eran despreciados y no contaban nada. Son los pequeños, hechos grandes por su fe, los que saben continuar esperando. La esperanza es una virtud de los pequeños. Los grandes, los satisfechos, no conocen la esperanza ni saben qué cosa es. Son ellos, los pequeños con Dios, con Jesús, los que transforman el desierto del exilio, de la soledad desesperada, del sufrimiento, en un camino llano sobre el cual caminar para ir al encuentro de la gloria del Señor.
Francisco
Fuente: Catequesis del Papa Francisco sobre la esperanza, 7 de diciembre de 2016.
Publicado en la Revista Cristo Vive ¡Aleluia! Nº220 (NOV-DIC 2019)